El lado verde de Bogotá

‘Cerros orientales’, un libro de Villegas Editores y la Alcaldía Mayor de Bogotá, con fotos de Cristóbal von Rothkirsch, revive el interés de los bogotanos por sus cerros tutelares.

25 de septiembre de 2000

En las tardes soleadas de agosto, poco antes de que caiga la noche, los cerros orientales de Bogotá reciben una luz muy especial que resalta la silueta de sus múltiples y a veces extrañas formas y le da una tonalidad verde intensa.

Un espectáculo inigualable al cual, sin embargo, la mayor parte de los bogotanos siempre le han dado la espalda. Salvo Monserrate, muy visitado por turistas y peregrinos, el resto de los cerros de la ciudad son un verdadero misterio para la mayor parte de los bogotanos, pues muchos de ellos temen aventurarse por sus senderos por miedo a la inseguridad.

Villegas Editores y la Alcaldía Mayor de Bogotá acaban de publicar un libro, en el cual muestran la gran riqueza paisajística y natural que en ellos se conserva a pesar del deterioro que han provocado la deforestación, las canteras y la urbanización desordenada.

Las fotografías de Cristóbal von Rothkirsch, experimentado andinista y fotógrafo de alta montaña, no sólo muestran el lado conocido de los cerros de la ciudad (el telón de fondo al que están acostumbrados los bogotanos), sino también sus rincones escondidos, sus manantiales y lagunas y la gran variedad de fauna y flora que allí habita a pesar de la presión humana sobre estos frágiles ecosistemas.

Son cerros con nombres tan evocadores como desconocidos: Piedra Ballena, La Cumbrera, Roca de los Andes, Cuchilla Serrana, la Curva del Silencio, que forman parte de una cadena montañosa que comunica los sistemas de Chingaza y Sumapaz, dos formidables macizos de páramos que son la principal reserva de agua de la ciudad. Aunque algunos picos superan los 3.500 metros (Cruz Verde, La Viga, Diego Largo, El Verjón) el sistema montañoso que limita el oriente de la ciudad está entre 3.100 y 3.300 metros sobre el nivel del mar. Varios de estos puntos (el Alto de las Piedras, a la altura de la calle 85; Piedra Ballena, a la altura de la calle 74) son privilegiados miradores de la ciudad a los que se puede llegar de manera relativamente fácil por los barrios que se han construido sobre la carretera de Patios y desde el valle del río Teusacá.

Gran cantidad de ríos y quebradas bajan de los cerros por entre cañones donde todavía es posible apreciar paisajes silvestres de gran belleza. Al llegar a la ciudad, sin embargo, muchos de ellos desaparecen por debajo de la malla vial o se convierten en canales que recogen aguas negras.

Detrás de la primera fila de cerros de la ciudad (Guadalupe, Monserrate, el Cable) se encuentra la reserva forestal del acueducto, un idílico lugar separado por unos pocos centenares de metros del tráfico pesado de la carrera séptima.

Como suele ocurrir en los bosques tropicales y andinos de todo el país, es muy posible encontrar gran variedad de ecosistemas y paisajes en un área bastante reducida. En los abrigos de las cumbres se encuentra una vegetación muy diferente a la de zonas descubiertas y sometidas a los fríos vientos y a los bruscos cambios de temperatura propios de la alta montaña.

La publicación de este libro coincide con un creciente interés que han despertado los cerros entre grupos de paseantes y ciclomontañistas que se han dedicado a recuperar antiguos senderos indígenas y organizar caminatas por los filos de las cumbres y por los cañones por donde bajan ríos y quebradas.

Incluso se han conformado grupos de ciudadanos que han adquirido tierra en ellos para desarrollar proyectos de restauración, conservación y educación ambiental. Por ejemplo, en el páramo de La Cumbrera (un cerro de 3.200 metros de altitud que queda en frente a la calle 72), funciona el Parque Museo del Páramo, un proyecto que lideran Edgar Correal y Alberto Riaño. Allí se conservan diversas especies vegetales de los bosques altoandinos y de páramo, algunas de ellas en peligro de extinción.

Como señala el párrafo final del libro: “Tratemos imaginariamente de suprimir los cerros orientales. Bogotá se transforma en una ciudad cualquiera. Realmente son los cerros los que caracterizan la ciudad, su encanto, los que forman el marco estético de todo el complejo urbano… Punto de referencia irreemplazable”.