Testimonio

“Tuve que parir a mi hijo muerto”

Muchas mujeres pierden a sus bebés en el vientre antes de que puedan abrazarlos. Hace dos años, Nathaly Gómez, a los 20 vivió esa terrible experiencia que no le desea a nadie. Esta es su conmovedora historia.

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23 de octubre de 2018, 6:22 p. m.
| Foto: Pixabay

Perder a un bebé antes de que nazca es un drama doloroso. Como lo atestiguan cientos de mujeres que han vivido la experiencia, el sufrimiento que sienten las madres es indescriptible. Y lo es sobre todo porque es una muerte invisible, ambigua, a la que no se le hace el debido duelo porque ese individuo en términos legales nunca nació. Eso hace pensar que el sufrimiento es menor y por eso no existen para estos padres espacios donde puedan hacer un duelo como sucede con los demás seres humanos que fallecen. Peor aún muy pocos cuentan con una red de apoyo que les ayude a entender y a procesar ese dolor, que es tan grande como el de cualquier otro hijo. En Colombia no se conoce la incidencia exacta de la mortalidad perinatal, ya que no se registra en forma rutinaria la muerte fetal tardía.  Hace dos años, en julio 22, Nathaly Gómez, una joven de entonces 20 años vivió con el que iba a ser su primer hijo. Semana la contactó para que contará su historia con miras a que el gobierno, los hospitales, los médicos y la sociedad entiendan la importancia de tramitar estos duelos y apoyar a los que viven este tipo de pérdidas.

“Tenía 36 semanas de embarazo, a nada de tener a mi bebé en brazos. Entusiasmada, con miedo, con ansias, con felicidad y con infinidad de emociones y sentimientos porque la hora se acercaba. La larga pero hermosa espera había acabado y pensé que nada podía salir mal. Pero las cosas no son como las pensamos siempre, ni como las planeamos, ni mucho menos como las queremos. A veces Dios y la vida ponen pruebas muy duras, para hacernos fuertes quizás, o para aprender más, qué se yo.

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A mi me tocó una prueba bien dura y dolorosa que fue perder a mi hijo. Un jueves, el 21 de Julio de 2016, salí para mi trabajo como solía hacerlo, feliz con mi bebé en la barriga. Se había movido como loco la noche anterior, como de costumbre. En horas de la tarde no lo sentí más, pero les juro que no pensé en nada malo y simplemente supuse que estaba dormido porque en las noches era cuando más se movía. Llegué a casa después de un día largo de trabajo y de nuevo sentí a mi bebé moverse, pero al día siguiente en la mañana de nuevo no lo sentí. No fui a trabajar y decidí ir al médico, pero después de una larga pelea con el papá del bebé fui sola a la clínica Palermo, que considero muy buena. De nuevo les juro que iba tranquila y nada malo pasaba por mi cabeza, pues hacía una semana me habían hecho la última ecografía y todo estaba de maravilla.  ¿Qué podría salir mal? Pensaba yo.



Caminé hacia la clínica relajada. Llegué a urgencias de maternidad y la atención fue muy rápida, di el motivo de mi consulta a lo que las enfermeras respondieron "vamos a escuchar el corazón de tu bebé para que no te asustes". Recuerdo muy bien esas palabras. Cogieron ese "aparatico" que usan para eso (el fonendoscopio) y la enfermera buscó poder escuchar el corazón de mi bebé, pero no lo logró, no se escuchaba nada, NADA. Fue ahí cuando un corrientazo horrible me pasó por todo el cuerpo, temblaba y quería llorar, pero creía que nada malo le podría pasar a mi bebé. Sin mucha espera me pasaron a la sala de ecografía y el doctor empezó a hacerla. Yo podía verlo todo en una pantalla gigante, veía a mi bebé, pero sin moverse. El doctor no sabía cómo decirme y lo que hizo fue una seña con su cabeza, como diciendo no, no, no ¿No qué, doctor? “Al bebé no le está latiendo el corazón”, me dijo. Es ese momento me derrumbé, quería morirme, que me tragara la tierra, me ataqué a llorar horrible y el doctor solo me decía "cálmese para terminar la ecografía".

Cuando terminaron me trajeron una silla de ruedas, me llevaron a una sala, me dieron una bata, me quité todo y me dijeron que quedaba hospitalizada y que por favor me calmara. No tenía minutos en el celular, ni plata, estaba sola y solo pensaba en morirme. Después llegaron todos, el papá del bebé y la familia y lloraban tanto como yo. Me dieron una habitación, pero solo hasta el siguiente día empezaron a inducir el parto, que debía ser natural porque una cesárea podía ser riesgosa. Mi cuerpo no reaccionó con las pastas que me dio el doctor y aunque tuve contracciones fue imposible dilatar el útero.

El viernes, sábado y la mañana del domingo estuve ahí, hospitalizada con mi bebé muerto en la barriga, hasta que decidieron hacer una cesárea porque ya había pasado mucho tiempo. Sentía miedo, rabia, tristeza, sentía que Dios me odiaba y que no merecía nada de lo que me pasaba. Entré a cirugía y empezaron con todo el proceso, y cuando terminaron pude ver a mi bebé y sí, se había ahorcado con el cordón. Los médicos me dijeron que eso pasaba mucho. Tenía dos vueltas en el cuello y adicionalmente el cordón tenía un nudo. Pude verlo y era perfecto, no les miento, estaba completico, tenía unas pestañas divinas, gordito, mechudo... Era un ángel.

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Luego de eso quedé dormida y cuando desperté ya estaba en una habitación y no entendía nada. El dolor también despertó y quería volverme loca. El físico era horrible, pero nada comparado con el del corazón, el del alma. Me dieron salida al día siguiente y llegué a casa destruida, sin ganas de nada, no quería que me hablaran, que me miraran, sentía que ya nada iba a estar bien. Lloraba todos los días preguntándome qué había hecho mal en la vida para que me pasara eso. Veía la ropita y todo lo que le teníamos al bebé y todo era peor. Pasaron los días y me entregaron a mi bebé para poder enterrarlo, ese día fue horrible también.


Foto: Cuando Natalie estaba en un embarazo avanzado, el papá del bebé dibujó su barriga. 

Ver a tu bebé en un cajón cuando tenías muchas ilusiones con él es lo peor que a unos padres les puede pasar. Lo que viví de ahí en adelante fue un infierno y a nadie se lo deseo. Lloraba todos los días. Sentía rabia porque lo de la leche fue algo doloroso al punto que tuve que tomar pastas para secarla. La única ayuda que recibí fue la del psicólogo, una sola vez, y ya después nadie tocaba el tema. En esos días me sentí muy sola. Asistí varias veces a una iglesia y lo que predicaban parecía que fuera dirigido a mi. Tuvo que pasar mucho tiempo y muchas cosas para entender por qué pasó todo esto. Me tomó tiempo entender el propósito de Dios, saber por qué ese bebé no era para este mundo. Y aunque daría todo por tenerlo conmigo, entiendo que desde donde está, está mucho mejor. Hay días en que me entra la tristeza y me pongo a recordar esto. ¿Que si me duele? Como el primer día, pero comprendí muchas cosas y hoy lo acepto.

Hoy escribo para desahogarme. Ahora sé que tengo un ángel que cuida mis pasos todos los días. Con el papá rompí hace un año y hoy no pienso en tener hijos. Me da miedo. Y sé que nunca voy a superar esta pérdida, pero también tengo claro que Dios tiene todo bajo control”.