Su última intervención fue la ‘escultura’ de un prisionero de Guantánamo que dejó en el parque Disneylandia. En una hora y media, la imagen le daba la vuelta al mundo en Internet. Una de sus obras más famosas es ‘El primer hombre va al mercado’, que instaló en el Museo Británico en 2005

ICONOGRAFÍA

El ‘terrorista’ del arte

No sólo convirtió las calles en galerías. También suele dejar en museos y parques de diversiones sus irónicas obras. ¿Artista o vándalo?

16 de septiembre de 2006

La mañana del 9 de septiembre los turistas desprevenidos que paseaban por Disneylandia, en California, quedaron poco menos que pasmados ante la imagen que tenían frente a sus ojos. Bajo una montaña rusa se alzaba irónica la 'estatua' de un prisionero del centro de detención de Guantánamo: una muñeca inflable vestida de sudadera naranja, gorro negro y esposas en las manos. Antes de que las autoridades retiraran el muñeco del parque, el falso prisionero permaneció en el lugar unos 90 minutos, tiempo suficiente para que la noticia se difundiera en Internet.

Banksy, mejor conocido como el 'terrorista del arte' más buscado del mundo, había logrado una vez más su cometido. Esta vez consiguió llevar un poco de la macabra realidad de la guerra contra el terrorismo a la empalagosa fantasía de un parque de Disney.

Pero ya en 2005 había consumado la que es quizá su obra maestra. En cuestión de cinco días 'atacó' con éxito los museos más prestigiosos de Nueva York. Escondido bajo una barba falsa y un sombrero, el 13 de marzo entró a un pabellón del Metropolitan Museum of Art (Met) y colgó el retrato de una dama con una máscara de gas. El 16 de ese mismo mes se infiltró en el Brooklyn Museum e instaló, en medio de su colección permanente, un cuadro que mostraba a un militar de la época colonial. En sus manos, el oficial sostenía una lata de aerosol, y un graffiti que decía 'No War' ('No guerra') se leía a sus espaldas. El 17 entró al Museum of Modern Art (MoMa) y pegó en la pared la pintura de una lata de sopa de tomate Tesco, la marca de supermercados y alimentos genéricos más grande de Inglaterra, en referencia a las icónicas sopas Campbell que décadas antes había pintado Andy Warhol. Ese mismo día Banksy ingresó al Museo de Historia Natural y colocó la falsa muestra de un espécimen de insecto equipado con las alas de un cazabombardero, con misiles y todo.

"El arte es el último de los grandes carteles, explicó en un reportaje el año pasado a la revista Wired. Lo hace un manojo de personas, lo compra un manojo de personas, y un manojo de personas lo exhibe. Pero los millones que van a verlo no tienen una voz acerca de lo que ven".

Poco es lo que se conoce de este guerrillero simbólico, que por obvias razones mantiene su identidad en el anonimato y que antes que artista prefiere llamarse un 'vándalo de calidad'. Apenas se sabe que nació en la ciudad inglesa de Bristol en 1974 y que empezó su carrera como grafitero a los 14 años. Banksy era demasiado lento con las latas de aerosol, y esto lo obligó a desarrollar una técnica que se conoce como esténcil, que consiste en colocar moldes con dibujos sobre la pared y rociarlos con espray. Pronto las calles de Londres lucían en sus muros imágenes como la de dos policías dándose un beso apasionado, un helicóptero artillado con un moñito rosado adornándole la hélice, o una Monalisa a punto de disparar una bazuca.

Gracias a Banksy el esténcil se expandió y el arte callejero, dominado hasta entonces por el graffiti, tomó un nuevo aire. En pocos meses una horda de jóvenes anónimos se lanzó a pintar las paredes de las capitales del mundo con dibujos en molde y mensajes predominantemente antiguerra, anticapitalismo y antiestablecimiento. Pero Banksy, quien para entonces ya era un ícono del movimiento, iba más lejos.

En dos ocasiones dejó su huella en el zoológico de Londres. En la primera se infiltró en la zona del elefante, dibujó un globo de viñeta como si el animal estuviera pensando y escribió: "Quiero salir. Este lugar es muy frío. El cuidador huele feo. Aburrido, aburrido, aburrido". En la segunda logró entrar a la sección de los pingüinos y escribió en la pared, en letras de dos metros de alto: "Estamos hartos del pescado".

Y es que Banksy tiene un gusto especial por los animales. Buena parte de sus obras callejeras están consagradas a las ratas, esa especie tan cercana y a la vez odiada por los humanos. Las pinta como si libraran una guerra secreta contra una vaga autoridad: siempre llevan transmisores de radio, armas o cámaras de fotografía. En 2004 instaló una rata muerta con gafas oscuras en un estante del Museo de Historia Natural de Londres.

El año pasado se coló en el tradicional Museo Británico de Londres y dejó una pequeña roca que imitaba una pintura rupestre. Se llamaba El primer hombre va al mercado y en ella se veía una figura humana empujando un carrito de supermercado. Ese mismo año visitó el muro que construyó Israel en Cisjordania y sobre él pintó nueve satíricas imágenes de la vida al otro lado.

En apenas unos pocos años, Banksy ha surgido como un duro juez de la cultura de masas y como un agudo crítico de la política de guerra y el sistema de circulación del arte en la sociedad contemporánea. Ha convertido las calles en galerías y llevado la realidad a los museos. Y claro, ahora también a los parques de diversiones. Cuando le preguntan si lo que hace es arte o puro vandalismo, él, siempre irónico, responde: "Esa palabra tiene muchas connotaciones negativas y aliena a la gente, así que no, no me gusta para nada usar la palabra 'arte".