En busca del Dios interior

La forma de las conexiones cerebrales podría explicar el origen y el poder de las creencias religiosas.

2 de abril de 2001

El comienza del mismo modo que inicia cada una de sus sesiones de meditación: encendiendo velas e incienso de jazmín antes de colocarse en la posición del loto. Se concentra en su interioridad con el propósito de que la esencia que él considera su verdadero yo se libere de sus deseos, preocupaciones y sensaciones. Sin embargo, en esta oportunidad existe una diferencia: el joven budista tibetano tiene un cordel a su lado y un sistema de inyección intravenosa en su brazo izquierdo. Al acercarse a su momento de meditación más profunda, jala el cordel. En la habitación contigua el doctor Andrew Newberg siente el jalón e inyecta rápidamente un medio de contraste radiactivo a través del sistema intravenoso. Luego Newberg enciende una máquina de obtención de imágenes cerebrales llamada Spect y el sentido de unidad del hombre con el cosmos queda reflejado en una lectura de códigos de computador.

Una región en el extremo posterior del cerebro que combina las informaciones recibidas del aparato sensorial para generar la sensación de dónde termina el yo y dónde empieza el resto del mundo se ve en las imágenes como si hubiera sido víctima de un apagón. Privada de la información sensorial por la concentración del hombre que medita, esa ‘área de orientación’ no puede cumplir con su tarea de encontrar la frontera entre yo y mundo. “El cerebro no tiene más remedio dice Newberg, que percibir el yo como algo infinito y unificado con toda la creación. Y es algo que se siente como completamente real”.

La tensión entre ciencia y religión está a punto de adquirir nueva fuerza, ya que algunos científicos han decidido que la experiencia religiosa es algo demasiado intrigante como para no ser estudiado. Los neurólogos abrieron el camino al encontrar una relación entre la epilepsia originada en el lóbulo temporal y un súbito interés por la religión. V.S. Ramachandran, de la Universidad de California en San Francisco, dijo durante un congreso en 1997 que los pacientes con la forma de epilepsia mencionada “afirman que durante sus ataques ven a Dios, o que sienten una súbita sensación de iluminación espiritual”. Actualmente los investigadores están buscando experiencias religiosas más comunes. El doctor Newberg y el fallecido profesor Eugene d’Aquili, ambos de la Universidad de Pennsylvania, bautizaron este nuevo campo de estudios como neuroteología. En un libro que será publicado en abril concluyen que las experiencias espirituales son el producto inevitable de la red de nuestras conexiones cerebrales: “El diseño genético del cerebro humano plantea un sistema de interconexiones que estimula las creencias religiosas”.

Inclusive la simple actividad de oración tradicional afecta el cerebro de maneras muy precisas. En las imágenes Spect de varias monjas carmelitas en oración, el equipo de investigadores de Pennsylvania encontró un aquietamiento del área de orientación que les brindaba a las hermanas una sensación de tangible proximidad con Dios. “La unificación del yo con algo mucho mayor no es el producto de fabricaciones emocionales ni de ilusiones caprichosas”, escriben Newberg y d’Aquili en su libro titulado Por qué Dios no se acabará. En realidad surge de eventos neurológicos, como el caso del área de orientación que reduce su actividad.

La neuroteología también explora las formas en que el comportamiento ritual genera estados cerebrales que causan sentimientos que van desde un suave sentido de comunidad hasta una profunda unidad espiritual. Un estudio de 1997 realizado por investigadores japoneses mostró que los ritmos repetitivos estimulan el hipotálamo, el cual a su vez puede producir serenidad o excitación. Ello puede explicar por qué los himnos incantatorios pueden generar un sentimiento de quietud que los creyentes interpretan como tranquilidad espiritual y realización. En contraste con eso, la danza rápida y frenética de los místicos sufíes causa una hiperexcitación que, según los científicos, hace que los participantes sientan como si estuvieran canalizando toda la energía del universo. Aunque seguramente los inventores de los rituales nunca lo supieron, estas ceremonias logran activar los mecanismos cerebrales precisos que tienden a hacer que los creyentes interpreten sus percepciones y sentimientos como evidencia de la presencia divina o, cuando menos, como prueba de lo trascendental. Los rituales también tienden a enfocar la mente bloqueando las percepciones sensoriales, incluso aquellas que utilizan el área de la orientación para determinar los límites del yo. Es por eso que aun los no creyentes con frecuencia resultan conmovidos por el ritual religioso. “Mientras las conexiones de nuestro cerebro sigan teniendo su configuración actual, dice Newberg, Dios no desaparecerá”.

Si las conexiones cerebrales explican los sentimientos que los creyentes obtienen con la oración y el ritual, ¿puede entonces decirse que las experiencias espirituales son meras creaciones de nuestras neuronas? La neuroteología cuando menos sugiere que las experiencias espirituales no son más significativas que el miedo nocturno que generan las conexiones neurales más básicas cuando escuchamos un ruido. Por supuesto que los creyentes tienen una respuesta a todo esto: claro que las conexiones cerebrales explican los sentimientos religiosos; pero eso no le resta fuerza a la pregunta ¿quién es el maestro electricista que las formó?