En la cuerda floja

Los jardines infantiles enfrentan una crisis pues los colegios han asumido la educación preescolar. Pros y contras de estas dos opciones.

28 de mayo de 2001

El preescolar, aquel espacio entre la casa y el colegio dedicado a los pequeños menores de 5 años para prepararlos emocionalmente al reto de la escuela, está a punto de desaparecer. En los últimos años varios de ellos han visto cómo disminuye el número de niños en sus salones. Otros han tenido que cerrar ante una inminente quiebra y en varios casos han tenido que suprimir algunas de sus jornadas o cambiar el objetivo de su jardín para atraer a pequeños de otras edades. María Eugenia Posada, directora de Cometas, observa que hace algunos años tenían en su jardín cerca de 170 niños que llegaban allí a los 2 años y salían a los 5 ya preparados para afrontar los retos del colegio ‘grande’. Hoy sólo cuenta con una población de 65 pequeños y muchos de ellos ya no pasan allí tres años sino a lo sumo uno. Algo similar le sucedió a la Ronda del Nogal, un kínder en el norte de Bogotá que cuenta con toda la infraestructura para admitir niños entre 2 y 5 años para ayudarlos en su proceso de desarrollo a través del juego. “Manejábamos unos 160 niños y ahora sólo hay 85”, dice María Cristina de Palacio, directora de este jardín. En una de las sedes de Caracolito, otro jardín infantil de Bogotá que ha sido víctima de este fenómeno, en sólo un año se retiraron 40 niños y en Mi pequeño Mundo fue necesario cerrar una clase de 15 por falta de demanda. Las cifras dan cuenta del problema. Según estadísticas de la Secretaría de Educación Distrital en 1998 el promedio de alumnos por jornada en los preescolares era de 59,2 y para 2000 el promedio bajó a 51,5

Muchos han atribuido este descenso a la crisis económica. Y en parte es cierto pues muchos padres que hoy están desempleados no tienen cómo atender este tipo de obligaciones y han optado por dejar a sus niños al cuidado de la abuela o de algún otro familiar. Otros han decidido probar suerte con la educación oficial. De hecho, la Secretaría afirma que la proporción de niños en colegios privados pasó a ser mucho menor desde la crisis al tiempo que los establecimientos públicos empezaron a tener más demanda de estudiantes.

Pero la gran mayoría de los directivos de preescolares aseguran que el descenso en la demanda de cupos se debe principalmente a que los colegios están tomando el papel de los jardines. Tradicionalmente planteles como el Liceo Francés y el Italiano Leonardo Da Vinci abrían sus puertas a niños de 3 años para adaptarlos a sus sistemas y familiarizarlos con la lengua extranjera. Pero, por ejemplo, hace dos años el colegio San Bartolomé de la Merced abrió un prejardín para niños de 3 y medio años y hace ocho meses la Fundación Colegio de Inglaterra (The English School) construyó un preescolar dentro de su misma sede para recibir a niños de 2 y medio. El mismo ejemplo ha seguido el colegio San Jorge de Inglaterra, que acepta niños desde los 3 años.

Aunque no todos han hecho este tipo de ajustes los expertos creen que en dos años está tendencia se va a extender a todos los colegios. “Cuando uno lo hace los otros lo imitan”, dice Luisa Fernanda Roa, terapista ocupacional.

En la Fundación Colegio de Inglaterra el jardín infantil abrió en septiembre pasado con 48 niños pero la acogida fue tal que decidieron ampliar el cupo a 60. Sus actividades y juegos se encuentran totalmente separados de los de los grandes, tienen horarios diferentes y un recorrido de bus exclusivo para ellos. La mayoría de estos colegios aseguran que decidieron abrir este espacio por petición de los propios padres y para evitar más traumatismos en los niños. Según Julia de Luna, directora del preescolar de este colegio, “nos motivó no tener que someterlos al estrés de la entrada del colegio grande”, dice, y agrega que cuando son pequeños no se les puede exigir ningún tipo de exámenes ni requisitos de conocimientos.

Pero algunos expertos consultados por SEMANA opinan que el motivo verdadero es netamente económico. Según el sicoanalista Guillermo Carvajal, si no hubiera crisis y no hubieran sufrido deserciones en sus aulas a nadie se le habría ocurrido establecer preescolares en los colegios. “Todo esto es un negocio que se debe a la necesidad de atrapar mercado y de que los padres paguen el bono más temprano”, dice.

Aunque esta situación afecta el bolsillo de los jardines, las directoras de dichos espacios aseguran que su mayor preocupación son los niños, quienes ahora iniciarán su escolaridad más temprano. Para ellas, introducir a un niño en la formalidad del colegio desde los 2 y 3 años es agresivo, acelera sus etapas y puede convertirlos en niños sicorrígidos y violentos. “En cuarto elemental ya están aburridos del colegio”, dice María Victoria Ruiz, de Mi Pequeño Mundo. “Aunque los separen de los grandes y les pongan otro horario hay cosas sutiles, como la organización, el espacio y la formalidad, que el niño percibe, dice María Eugenia Posada. A los niños se les debe respetar su ritmo. Es como si los jóvenes de cuarto de bachillerato tuvieran que terminar el colegio en la Universidad Javeriana”.

En todo este panorama la voz de los padres es la que menos se escucha. Según Graciela Rodríguez, presidenta de la Asociación de Preescolares, los padres han contribuido a esta situación porque aceptan todo con tal de asegurar un cupo. Otros se han ajustado por comodidad pues resulta más barato pagar un bono cuando el niño tiene 2 años que cuando tiene 5. Por otro lado, es más fácil hacer un proceso de admisión de una vez por todas a tener que tensionarse buscando el maternal, luego un jardín preescolar y por último un colegio.

Para la mayoría de los preescolares esta es una pelea perdida pues el decreto 1860 de la ley de educación apoya estas iniciativas al permitir que los colegios abran sus propios jardines infantiles y que los preescolares se conviertan en colegios. No obstante hay quienes, como María Victoria de Mejía, directora del colegio Liceo San Diego, opinan que los jardines no van a desaparecer porque muchos padres todavía prefieren esa etapa intermedia entre la casa y el colegio. Se trata más bien, según ella, de que los jardines se adapten a estos cambios y vean estas crisis como una fuente de nuevas oportunidades.

Pero lo cierto es que la última palabra en el tema la tienen los propios padres, quienes deberán responsabilizarse e investigar cuál opción es mejor y de acuerdo con esto decidir cuándo, dónde y a quién le entregan el cuidado y la formación de sus hijos.