Alejandro Eder | Foto: SEMANA

La vida me enseñó

Alejandro Eder: “En cualquier otro país Santos y Uribe serían amigos”

El ex director de la Agencia Colombiana para la Reintegración hizo parte de las negociaciones preliminares con las Farc. Aquí cuenta detalles no conocidos del proceso y de cómo este le cambió la vida al ponerlo cara a cara con la muerte.

21 de mayo de 2019

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Las personas que más me han enseñado en mi vida son tres: mi abuelo Álvaro Garcés, de quien aprendí la importancia de hacer las cosas bien y la obligación que tenía de devolverle al país por que había nacido en condiciones privilegiadas. Las otras dos personas son mi papá y mi mamá. MI papá porque, además de la ética de trabajo, el fue un ejemplo para mí de que había que poner siempre por delante los intereses mayores del país a los propios. En el caso de mi mamá ella nunca dejó que yo y mi hermano nos olvidáramos de Colombia cuando estuvimos exiliados por la violencia. Nos decía que éramos colombianos y teníamos obligación con el país. Eso fue en la época de los secuestros y recuerdo que ella se sentaba en las escaleras de nuestra casa a llorar. Un día me dijo “no te olvides que hoy estamos sufriendo con esta violencia porque personas como nosotros, con privilegios, no hemos hecho lo suficiente por Colombia. Yo le decía: “mami, tranquila que cuando yo sea grande le voy a ayudar a Colombia”.

Me considero víctima de la violencia,  como todos los colombianos de mi generación y principalmente de los grupos de guerrilla y de otros terroristas y criminales. El tema de los secuestros en mi familia comenzó antes de que yo naciera. Mi abuelo Harold Eder fue el primer secuestrado y asesinado en el intento por las Farc, en marzo de 1965, concretamente por Tirofijo quien fue el autor intelectual. En 1982 se retoman los secuestros. El M19 intenta secuestrar a mi mamá y no lo logra, pero si secuestran a mi tía en diciembre de ese año. Eso hizo que nos fuéramos del país porque nos decían que querían a mi mamá o a mis hermanos o a mi. En esa época todos los años hubo un secuestro de algún familiar o pariente cercano. Mi vida está marcada por la violencia y también porque crecimos en el exilio.

A pesar de eso, mi papá tiene una foto con Tirofijo y es porque hubo una visita de ‘cacaos’ a la zona de distensión en el Caguán para hablar con el secretariado de las Farc. Mi papá hacia parte del grupo de ‘cacaos’. El país estaba incendiado, y yo no entendía qué iban a hacer allá con estas personas que le habían hecho tanto daño al país. Cuando volvió nos mostró una foto en la que posaba con Tirofijo, el asesino de mi abuelo. ¿Cómo haces eso, papá? Le pregunté, y él me dijo: “Alejandro, el derecho de Colombia a lograr la paz es más grande que cualquier sentimiento o gana de venganza que pueda tener por la muerte de mi padre” y eso para mi fue una lección de vida muy importante y es de lo que más me ha enseñado. El interés de la nación y de todos debe estar por delante del individuo y eso para mí, como servidor público, es quizás lo más importante.

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Lo más difícil de mi trabajo fue tener un encuentro presencial por las Farc para darle arranque formal al proceso de paz. En  2010 cuando asume como presidente, Juan Manuel Santos toma la decisión de seguir avanzando con los contactos con las Farc que había hecho el gobierno anterior. Para eso las Farc querían garantías de que esto no era una trampa porque, recuerden que en el 2010 todavía la máquina militar estaba prendida y en septiembre de 2010 se da de baja al mono Jojoy. El presidente les dijo que como garantía enviaría a dos delegados a un campamento de las Farc. Las Farc aceptaron. Luego Santos me dijo que le gustaría que yo fuera una de esas dos personas. Me sentí honrado, pero algo me frenaba. El me dijo que lo pensara. “Tiene 24 horas pero recuerde que es secreto de Estado y no lo puede consultar con nadie sino con su almohada”, me dijo. Eso hice. Las dos cosas que me frenaban eran, primero,  que eso fuera una trampa y que nos mataran y segundo, que me dejaran encadenado a un árbol ocho años, como sucedió con tantas personas. La pregunta que me hice fue ¿Estoy dispuesto a morir por esto? yo tenía entonces 34 años y a pesar de las dificultades había tenido una buena infancia, una familia amorosa, educación y un trabajo en lo que me gustaba que era la paz, y lo más importante, sabía que podía cumplir la misión encomendada.

Yo ya había estado en bases militares en el sur del país donde vi helicópteros de combate que venían de enfrentamientos con heridos y muertos, la mayoría hijos de las familias más humildes de Colombia, que lo entregaban todo, hasta la vida.  Yo era de las familias más privilegiadas de Colombia, tenía la vocación de hacer lo que me encomendaban y el entrenamiento. También pensé en las lecciones de mis padres y abuelos que decían que si todos no estamos dispuestos a entregarlo todo, esta sociedad no cambiaría. En ese momento tuve mi respuesta: estaba dispuesto a morir por eso.  Al otro día, antes de contestarle al presidente, le dije que solo tenía una duda. “¿Qué riesgo hay de que me maten o me amarren?” y él me dijo que ninguna. Sabiendo que había todo el chance, acepté. Desde ese momento nos preparamos para el encuentro con Jaime Avendaño -que es un héroe silencioso de Colombia- para ir a principios de marzo al primer encuentro.

Al aceptar ese encuentro acepté mi muerte. En esos momentos es cuando uno ve que la vida es en serio. Si queremos que el país cambie hay que meterla toda y lo máximo que uno puede entregar es la vida. Es una convicción que uno lleva en el corazón y es entender que vale la pena. Por lo tanto estaba listo. Sentí que había un presidente que se la quería jugar para poner fin de una vez por todas a la violencia. Ese encuentro con la idea de mi muerte lo hice solito porque era secreto de Estado y no le podía mostrar mi temor a nadie, pero lo cargaba por dentro. El que diga que no es miedoso no está siendo honesto porque uno no se quiere morir. Yo era alto consejero presidencial para la reintegración y tenía un esquema de 10 escoltar y antes de salir a la misión tomé el tiempo de llamar a cada uno de mis hermanos, a mi papá,  a mi mamá y con cada uno hablé durante una hora de nada, de la vida… Me estaba despidiendo, pero también lo hacía para recargarme de energía para ir y aguantar ocho años encadenado, por si las moscas.

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Yo tenía miedo porque mi apellido es Eder y no es común, y mi temor era que cuando llegáramos al monte cayeran en cuenta que había llegado un Eder y que aprovecharan para dejarlo ahí. En el último tramo del viaje hicimos un pacto con Jaime, a la selva entramos y salimos juntos. Era un poco ingenuo pues estábamos en un sitio donde había muchos hombres armados, pero psicológicamente era importante saber que íbamos como una unidad. El alivio al salir fue grande. Nunca había llegado tan feliz a Bogotá. Luego ya fuimos a otros encuentros con acompañamiento de la comunidad internacional por eso ya estábamos más tranquilos. Pero para el segundo encuentro si notaron quien era yo.

Las Farc negociaban de la misma forma en que hacían la guerra: combinaban todas las formas de lucha y una de las tácticas era intimidar al equipo negociador. A mí me tocó negociar el desarme, punto al cual ellos se resistían mucho. El mensaje que les transmitimos fue que si no había desarme no había acuerdo. Los negociadores de las Farc me decían “Oiga Harold, no sea tan duro”, “Harold no sea tan insistente”. Pues me estaban recordando que ellos sabían quién era mi abuelo, una manera muy discreta de amenazarme. En otra ocasión cuando las Farc renunciaron al secuestro públicamente  me dijeron durante el descanso: “hombre Alejo es una lástima que nosotros ya no secuestramos porque vos serías un excelente candidato para secuestro”. Era su manera de aflojarme a mí, pero así hacían con todos, y ese era el reto más grande del equipo negociador. Los colombianos no entienden que el proceso de negociación no fue sentarse con un amigo en un Juan Valdez a ponerse de acuerdo en un tema. Esto era negociar con gente complicada, terroristas que habían recurrido a cualquier cosa para lograr lo que querían y eran capaces de matar. Eso no era un proceso de paz sino un proceso de desarme para desmantelar y desarmar a las Farc.

No me arrepiento de haber participado en el proceso de paz porque todo lo hice con convicción para que Colombia fuera país mejor. Se ha podido hacer mejor y faltan cosas por hacer. Por eso en lugar de pelear, lo que debemos hacer es hacer un alto en el camino y cambiar la forma de ver las cosas y empujar este país para adelante. Hoy el país es muy superior a la Colombia de 1982 que abandoné por el exilio. Para bien o para mal aquí estamos y Colombia es distinta. Nadie vivirá bien si todos no viven bien y para eso hay que cambiar la narrativa de cómo entendemos el país y nuestra historia.

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Hay tres cosas que no sabe las gente del proceso de paz. Lo primero es que  este comenzó en marzo del 2009, es decir todavía en el segundo periodo de Uribe. Lo inició Frank Pearl cuando recibió  el cargo de alto comisionado. Lo segundo es que negociamos el dos de marzo de 2011 en el Cesar, en un campamento al lado del río de oro con dos delegados del gobierno y dos delegados de las Farc sin acompañamiento alguno porque para Santos  el primer encuentro debía ser en territorio colombiano pues era un problema que debíamos resolver los colombianos. Lo tercero es que en ese momento las Farc estaban derrotadas. En el 2010 no eran ni sombra de lo que fueron. Fueron derrotadas militarmente pero también su discurso político era del siglo XX y no para principios del siglo XXI. Lo noté al hablar con los desmovilizados, en su mayoría jóvenes de 18 que querían estar con sus amigos tomando cerveza que en el monte. Económicamente no estaban derrotadas porque estaban involucradas en el narcotráfico y en la minería ilegal. Si continuaban los enfrentamiento su fin se habría garantizado, pero la guerra habría durado por lo menos una década más. Lo que permitió la mesa de negociación fue acortar ese tiempo.

Algunos dicen que soy de izquierda porque trabaje en la paz. Creo que era necesario y pienso que a pesar de sus falencias estamos en un mejor lugar hoy. Y otros dicen que soy de derecha porque creo que ese proceso no lo habríamos logrado si no hubiera sido con una política de seguridad tan exitosa como la de los  ocho años del presidente Uribe. Pero como el país está tan polarizado eso no le cabe en la cabeza a todo el mundo. Ahí es donde digo que debemos cambiar la narrativa del país. Si miramos, el proceso de paz son los 16 años de los dos período de Uribe y de Santos, es toda la política de seguridad y que al final siembra contactos con la Farc y que se entrega a Santos y él construye sobre lo ya construido y lo lleva adelante. Pero estamos tan politizados que la gente dice este uno el de la guerra y  el otro el de la paz. Ambos fueron presidentes que trataron de resolver un problema de violencia.

En cualquier país Santos y Uribe serían amigos. En cualquier otro país Uribe y Santos serían vistos como héroes y los dos son vistos de otra manera y se reconocerían las cosas que lograron. Dirían “la sacamos del estadio, logramos navegar lo más grave, la peor tormenta que nos haya tocado”. Por lo menos no están en el monte poniendo bombas y matando gente. Hay que llevar a Colombia al siguiente nivel.

Muchos me preguntan por qué ya no trabajo sino en aspirar a la alcaldía de Cali y la razón es que sigo trabajando por la paz de Colombia, pero la verdadera, la que no se logra firmando un papel sino con acciones que logren una sociedad de oportunidades y servicios para todos. Es un trabajo de todos, desde donde estemos parados. Mi opción es desde lo público porque me gusta pero otros, periodistas, meseros, médicos deben hacer lo mismo desde sus campos de acción.

Yo no me he reconciliado con las farc. Yo me considero víctima de las Farc no solo por lo que le hicieron a mi abuelo sino por el terrorismo psicológico que le hicieron a mis hermanos y a mí cuando éramos niños por el temor al secuestro y el secuestro de familiares míos. Yo simplemente tomé la decisión de tolerar a las Farc y decir si ellas están dispuestas a vivir bajo las reglas de sociedad democrática yo estoy dispuesto a aceptarlos para que cambie y para que mi hija que va a cumplir tres meses nunca tenga que vivir lo que nosotros vivimos y sufrimos en carne propia