Eres grande

Los ‘lagartos’ ya tienen su propia biblia. Es un libro escrito por un periodista norteamericano que analiza el arte de adular y ofrece consejos para lograr los objetivos sin que nadie lo note.

7 de agosto de 2000

Richard Stengel, editor de la revista Time, estaba sorprendido por la manera como la adulación en Nueva York, la ciudad donde vive y trabaja, era una herramienta efectiva para el éxito social y el de los negocios. Además le llamaba la atención que esa adulación se hiciera sin tapujos ni vergüenzas. Su fascinación por el tema aumentó aún más cuando comprobó personalmente que aquellos que parecían inmunes a los elogios muchas veces caían en sus redes como niños de 2 años. Stengel cuenta que cuando le confió a sus amigos que iba a escribir un libro sobre adulación ellos respondieron: ¡Qué idea tan brillante! Será un libro fantástico. Eres la persona perfecta para hacerlo. “Mi reacción inicial fue decirme a mí mismo: hmm, de veras les gusta la idea. Estaba atrapado en la ironía”.

En marzo pasado Stengel publicó el libro You are too kind: a brief story of flattery —Eres muy amable: una corta historia de la adulación—, en el cual hace un estudio juicioso y jocoso de cómo esta herramienta ha sido una constante a lo largo de la historia del hombre.

Aunque todo el mundo cree que los elogios son adulaciones el autor hace una diferencia entre las dos palabras. Establece que hay adulaciones buenas y otras maliciosas, así como existen mentiras piadosas y grandes traiciones. La diferencia, finalmente, radica en la intención. Los elogios pueden darse porque sí, sin esperar nada a cambio, mientras que adular es alabar estratégicamente, con premeditación, con el único objeto de obtener algún beneficio a cambio. Cabe aclarar que los objetivos de un halago pueden ser tan nobles e inofensivos como el simple deseo de agradar y ser querido por los demás o tan calculadores como el de conseguir un ascenso vertiginoso en el trabajo.

Todas las personas son susceptibles a los elogios porque encuentran eco en la vanidad y el orgullo, dos rasgos muy acentuados en el ser humano. Como pensaba George Bernard Shaw, el sólo hecho de que alguien sepa que vale la pena ser adulado es la mejor de las adulaciones. Todos las personas son susceptibles a la adulación, incluso los más inteligentes, quienes tienen alta autoestima o los que han llegado lejos en sus carreras profesionales. “Alabar a la gente por lo general tiene una reacción positiva sin importar lo que esa persona piense de sí mismo. La diferencia es que quienes tienen alta autoestima muy raramente cuestionan el elogio porque es congruente con lo que piensan de sí mismos, mientras que la gente con baja autoestima tiende a ser más escéptica”, dice Stengel.

Pero las verdaderas adictas a los cumplidos son las mujeres, especialmente a los que tienen como objetivo resaltar su belleza. Stengel cita a lord Chesterfield, quien en 1747 afirmó que una persona no debería echar en saco roto la posibilidad de alabar el físico de una mujer, inclusive de las menos agraciadas. “La naturaleza no ha creado una mujer lo suficientemente fea como para que sea insensible a la adulación de su físico”, dice.



Las caras de la adulación

La adulación tiene muchas facetas y se usa para diferentes fines. Según Stengel, los demagogos son los aduladores del pueblo. Casi todos los líderes democráticos alaban a su electorado para conquistar sus votos. Ronald Reagan, quien hizo su carrera política adulando a su público, utilizaba en sus discursos frases como “nunca he fallado cuando he confiado en la sabiduría del pueblo estadounidense”.

Los arribistas o lagartos trepadores, como se les conoce cariñosamente en el país (ver recuadro), son quienes adulan en forma estratégica para conseguir un mejor posicionamiento en la escala social. Como sucedía con los cortesanos del Renacimiento, la idea de estos personajes es agradar al rey o al más poderoso con favores y halagos para luego exigir un mejor lugar en la sociedad.

Están también los aduladores románticos, quienes usan esta herramienta como una forma de seducción. Así como los machos chimpancés, que obsequian algo a la hembra para que ella esté dispuesta a copular, los hombres recurren a los trucos románticos con un simple propósito: persuadir a la dama para que haga algo que de otra manera no haría. “La estrategia del seductor es básica: voy a hacer que yo le guste diciéndole cosas bonitas sobre ella misma y ella me recompensará durmiendo conmigo”.

No podía faltar el adulador moderno, un personaje que ha aprendido a alabar en forma estratégica y promiscua. Regalan los mismos elogios a todos sólo para elevar su autoestima y algunas veces el salario y su nivel social. Stengel afirma que Bill Clinton es un claro ejemplo del adulador moderno. “Es el perfecto encantador que dice lo que la gente quiere escuchar y luego hace lo que se le da la gana”. Otro tipo de adulación de los tiempos modernos tiene que ver con el fenómeno de la ‘celebrofilia’. Esto ha llevado a pensar que decir ser amigos del primo de la tía de cualquier personaje exitoso traerá los 15 minutos de fama a los que todo mortal aspira.



¿Un mal necesario?

Adular no ha gozado nunca de muy buena fama porque supone cierto tipo de hipocresía al hacerlo y de deshonestidad al recibirla. El cuestionamiento que se les hace a los aduladores no es tanto si lo que dicen es cierto o no, pues las apreciaciones de alguien sobre otra persona pueden ser subjetivas. Lo que se cuestiona es si la adulación es sincera. “El problema es que pensamos de la adulación como algo que no sentimos, algo que no es genuino”, dice Stengel. Sin embargo él cree que la adulación no ofrece ningún peligro a la sociedad. Los estudios indican que echarle cepillo al jefe en la oficina incrementa el gusto de éste por el adulador pero no su percepción de competencia. Además elogiar a los niños, según han confirmado los científicos, hace que tengan un mejor desarrollo en los exámenes.

La adulación florece en momentos de incertidumbre y Stengel cree que estamos pasando por muchos cambios sociales y por muchas contradicciones que generan inseguridad en las personas. Y la adulación que hoy se ve busca la reafirmación mutua para sobrevivir estos cambios. Es un intercambio de favores: yo te digo algo bonito sobre ti y tú me cuentas algo bonito sobre mí.

Y mientras la naturaleza humana siga siendo la naturaleza humana el mundo estará plagado de aduladores, gallinazos, lagartos y lambones y de millones dispuestos a dejarse inflar el ego por las artes de estos personajes.