ESPIAS EN EL ASFALTO

El fin de la guerra fría deja sin empleo a miles de espías comunistas.

31 de diciembre de 1990

Con la caída de los reglmenes socialistas, un fenómeno sin precedentes se vive en el Viejo Continente: decenas de miles de espías comunistas han quedado sin empleo. Cesantes pero no inactivos, los ex agentes secretos conforman una red fantasma que en el asfalto empieza a buscarse los medios para sobrevivir bajo los nuevos vientos de la distensión.
Ahora que las nuevas autoridades empiezan a esculcar en los herméticos archivos de los organismos secretos del poder que durante cuarenta años imperó en los países de Europa del este, han descubierto sólo la punta del iceberg de una vasta nómina de agentes, informadores y colaboradores que trabajaban por mantener el statu que del paraíso comunista y que ahora buscan a quien ofrecer sus especializados servicios.
Pero también han quedado al descubierto los truculentos episodios del espionaje socialista, cuyos detalles superan con creces la imaginación de Ian Flemming.
Con el advenimiento de la unidad alemana ha salido a la luz que, bajo la dirección del general Erich Mielker, la Policía Secreta de la República Democrática Alemana -Stasi- tenía fichado de anticomunista a uno de cada tres alemanes orientales. Esto se logró gracias a una red de 85 mil agentes, 100 mil colaboradores y más de medio millón de informadores, pero también mediante oscuras artimañas como la colocación de micrófonos en los confesionarios de las iglesias.
Mielker, de 82 años, esta hoy detenido y acusado de haber ayudado a los grupos terroristas a cometer atentados en Alemania Federal y de dirigir las fuerzas especiales que dispararon contra un millar de compatriotas que buscaban escapar a occidente. Pero la mayoría de esos hombres, de los cuales se despidió entre sollozos, cuando se iniciaba la demolición del Muro de Berlín, andan buscando la forma de ganarse la vida.
Si en Alemania llueve, en Polonia no escampa. Al parecer, los servicios de inteligencia polacos tenían organizada una extensa red en Europa Occidental, pero no propiamente dedicada al espionaje. Amparados por su condición de agentes secretos, los espías polacos cometían sustanciosos robos y enviaban el botín a sus jefes en Varsovia. Ahora que la naciente democracia polaca ha disuelto la policía política ha dejado en la calle, fuera de control gubernamental, a unos 24 mil de esos agentes especializados en el atraco domiciliario como fruto de las tareas de espionaje.
En Checoslovaquia, donde los agentes tenían demasiado trabajo persiguiendo a sus propios conciudadanos como para dedicarse al verdadero espionaje en otros países, ha sido desmantelada la policía secreta con el mismo resultado: dejar sueltos a miles de especialistas en las oscuras artes del contraespionaje.
Pero que esta horda de espías no tenga hoy un oficio remunerado no significa que esten inactivos en la sombra. Si bien ahora no andan en el cumplimiento de misiones secretas al servicio de las dictaduras socialistas sí estan muy ocupados en la turbia labor de proteger su identidad de sus ex compañeros de trabajo que han decidido salir a la luz a cantar bajo los nuevos vientos de la democracia.
Jozsef Vegvariv, un ex oficial del servicio de inteligencia de Hungría se atrevió a denunciar la implacable persecución del último gobierno comunista a los grupos opositores, aun después de que fueran oficialmente prohibidas todas las actividades represivas. Hace dos semanas, Vegvariv tuvo que ocultarse ante las amenazas de muerte de sus ex colegas.
Otro tanto sucede en Rumania.
Mientras prosigue el juicio contra los responsables de la sangrienta matanza de Timisoara, quienes presiden el consejo de guerra han tenido que ocultar sus rostros y su identidad por temor a la venganza de los miembros de esa temible policía política que aun opera en la clandestinidad. Hasta el momento, solamente han sido detenidos 200 de los 10 mil oficiales y 170 mil agentes con que contaba la terrible "Seguritae" de Ceaucescu.
Durante los años del poder socialista en Europa del este, los omnipotentes servicios secretos del bloque estaban asesorados por el poderoso Comite de Seguridad del Estado de la Unión Sovietica. Y aunque el KGB aun permanece impermeable a cualquier investigación sobre sus actividades, el manto de silencio que ha protegido sus secretos se esta empezando a quebrar.
La culpa de este grieta es del general Oleg Kaluguin, un ex miembro del Comite de Seguridad, quien fue elegido diputado después de que se atreviera a denunciar que los servicios secretos soviéticos estan infiltrados en todas las capas sociales con el fin de destruir a los libelales. Tal revelación, originó la primera insurrección en el Estado Mayor del KGB.
Kaluguin, quien fue destituido y privado de sus condecoraciones militares y ahora libra una batalla legal contra el propio director del KGB, Vladimir Kriuchkov, quien ha negado rotundamente todas las acusaciones.
Pero lo cierto es que los desheredados del comunismo están recurriendo al último bastión que les queda: el KGB. Según las denuncias del general Kaluguin: "Muchos antiguos agentes de los regimenes comunistas se estan ofreciendo como espías exteriores para el KGB".
La prueba indiscutible la dio uno de los jefes de los servicios de contraes pionaje de Bonn, Klaus Kuron, quien acaba de confesarse agente infiltrado de la Stasi. Al entregarse a las nuevas autoridades de la Alemania unida, Kuron revelóque su contacto, ahora desempleado, le presentóa uno de los hombres del KGB, quien se ofreció a reclutarle "ahora que su empresa quebro".
Pero al parecer esta red secreta de agentes cesantes no sólo esta ofreciendo a buen precio todas sus informaciones al Kremlim. También han encontrado otra rentable fuente de financiación: el chantaje a los cientos de miles de individuos que fueron informadores y colaboradores de los regímenes depuestos y que hoy, acogidos por los nuevos gobiernos, saben que corren el peligro de perderlo todo si se descubre su oscuro pasado.