Instinto guerrero

La película ‘Gladiador’ muestra la crueldad del circo romano. Dos mil años después el hombre, en mayor o menor grado, convive con esos mismos instintos agresivos.

26 de junio de 2000

Gladiador, la nueva realizacion del director de cine inglés Ridley Scott, muestra la gloriosa historia de Maximus, un héroe que por traiciones pasa de ser general del ejército a esclavo, de esclavo a gladiador y luego, haciendo justicia a su nombre, de gladiador a retador del propio emperador romano para encauzar al imperio hacia la república. La cinta muestra crudas escenas de violencia: centenares de muertos, sangre que salpica para todos lados y cabezas que ruedan en los campos de batalla y en la arena del coliseo. Pero al final los espectadores, cuando se encienden las luces, saben que nadie salió herido y que todo ha sido recreado para que millones de personas se diviertan durante dos horas.

Pero, aunque se trata de una historia de ficción, nadie puede despojarse fácilmente de la preocupación que da saber que estas luchas a muerte entre gladiadores eran una forma de diversión del pueblo, tal como hoy lo es ir a cine, y que se hicieron muy populares a principios de la era cristiana en varias ciudades del imperio romano.

Para quienes piensen que es exagerada la crueldad de los juegos entre gladiadores no es ningún consuelo saber que estos espectáculos fueron mucho más sangrientos de lo que se puede ver en la película Gladiador. De hecho, Scott sólo muestra una pequeña parte del programa regular que ofrecían estas funciones con los anfiteatros a reventar.

Según los historiadores el primer espectáculo —que se ofrecía en las mañanas— era la caza y el sacrificio de animales, entre los que podían estar leones, osos, toros, hipopótamos, panteras y cocodrilos. En una ocasión se exhibieron y mataron hasta 11.000 animales. Se cree que los romanos con estas prácticas contribuyeron en gran medida a acabar con algunas especies nativas de la región, y especialmente de Asia, donde había una gran población de tigres y leones.

La atracción que se presentaba a la hora del almuerzo eran las ejecuciones de criminales. En estos espectáculos la crueldad humana debía practicarse al máximo, pues para el exigente público que había comprado su asiento en el coliseo pagar con la vida no era condena suficiente. Era necesario una buena dosis de dolor y humillación. Nerón se aseguró de complacer a los asistentes, al idear un método de ejecución que consistía en cubrir al criminal con pieles de animal y luego botarlo en el ruedo ante salvajes perros que en cuestión de segundos lo descuartizaban.

Los criminales también eran castrados frente a la audiencia. Según Séneca, crucificar a un hombre de pies y manos no era muy atractivo para los espectadores de la época pero las multitudes clamaban cuando lo clavaban de sus genitales.

La creatividad para diseñar nuevas maneras de sufrimiento no tenía límites. Otro de los métodos más aplaudidos era observar a los criminales arder hasta morir. De hecho, para algunas funciones de vespertina y noche, se utilizaron antorchas humanas para iluminar el escenario. En el norte de Africa, área hasta donde llegó la influencia del imperio, los hombres eran atados a postes a merced de osos y leones hambrientos.

Cuando se trataba de mujeres las ejecuciones no eran menos brutales. En ocasiones las impregnaban de secreciones de animales en celo para que luego los toros las violaran hasta morir. Otra modalidad que revela Clemente de Roma era amarrarlas a los cuernos del toro para que corrieran igual suerte.

Los combates de gladiadores eran la parte final de la función, y al parecer la menos atractiva del cartel. Los había de muchas clases y cada uno tenía diferentes armas para la lucha. Se estima que cuando comenzó el circo romano estos juegos se hacían entre no más de tres pares de gladiadores. Pero en la época del emperador Trajano en una sola ocasión la disputa se dio entre 5.000. En otra oportunidad, para celebrar una victoria en el campo de batalla, el emperador Claudio utilizó 19.000 soldados para que combatieran en dos grupos e insistió en que por ningún motivo debía haber sobrevivientes.

Estas prácticas, que desaparecieron en el siglo V, escandalizarían a cualquiera en el siglo XX, tanto por los actos de violencia como por el gusto en observarlos. Pero para los siquiatras, entre el cerebro de un romano del siglo I y un ciudadano de hoy no hay mucha diferencia. “Al menos estructuralmente la violencia está ahí y, aunque hoy en los juegos de video los muertos son virtuales, la excitación por la agresión es la misma”, dice el siquiatra Guillermo Carvajal. Explica que con el tiempo las culturas dirigen este instinto en forma diferente. En algunos casos hipertrofian este instinto natural, como lo hicieron los romanos, y en otros tratan de calmarlos, como sucede con los pueblos pacíficos.

Para el siquiatra Alfonso Caicedo el boxeo, los deportes agresivos, los juegos virtuales violentos e incluso las imágenes crudas de los noticieros y periódicos buscan satisfacer ese instinto primitivo porque saben que atrae mucho a los seres humanos, y eso genera ventas. Para él, sin embargo, la diferencia está en qué tan civilizada se encuentra una sociedad. Por eso cree que los pueblos en vías de desarrollo tienden a mostrar formas mucho más primitivas de violencia que otros más evolucionados.

Falta que pasen muchos años, según los expertos, para que los impulsos violentos naturales grabados en el cerebro reptil de los humanos se vayan modificando genéticamente hasta el punto que desaparezcan. Mientras tanto la humanidad tendrá que vivir sabiendo que lleva un salvaje dentro, aunque eso sí mucho más domesticado que los romanos de marras.