Comportamiento

La comunidad del celular

En 2005 el teléfono móvil se convirtió en el medio de comunicación de casi la mitad de los colombianos. Con ello, este aparato ha cambiado la forma como las personas se relacionan entre sí.

Silvia Camargo<br>Periodista de Semana
12 de febrero de 2006

Recientemente, en una parroquia bogotana, a un sacerdote le sonó el celular en medio del sermón. El padre se sonrojó, detuvo la misa y apuntó: "debe ser la llamada del Señor". Sus fieles no tuvieron otra opción que olvidar sus plegarias y soltar una sola carcajada. Escenas como esa demuestran el grado de penetración que ha tenido esta tecnología en Colombia. En el país hay un celular por cada dos personas y la meta es que en poco tiempo todos lo tengan. Ya se hacen apuestas para ver cuánto durará la mitad sin celular en sucumbir a la presión para que se integren a la cultura de la telefonía móvil. Hasta los porteros y las empleadas domésticas se ufanan de su teléfono, e incluso los recogedores de basura hacen su trabajo con una mano, mientras con la otra sostienen el consabido equipo que parece ser la solución a todos los problemas de la humanidad. El celular se ha convertido en la oficina ambulante de algunos o el secreto de sus pasos ocultos; es el cuerpo del delito en grandes crímenes y también en pecados menores, como la infidelidad. En fin, este aparato en poco más de una década ha logrado influir en toda la sociedad colombiana: su comportamiento, sus costumbres y las reglas de etiqueta al hablar. Lo mismo ha sucedido con el lenguaje. Expresiones como "tengo una llamada perdida tuya", habrían sonado absurdas hace una década. Decir "ya te llamo por el fijo", no era necesario y "¿tiene minutos para la venta?" hace no pocos años habría sido una pregunta existencialista. Hoy el verbo más usual es timbrar: Yo te timbro, tú me timbras... Llegar a la casa y preguntar "¿me llamaron?", ya no es tan común. Antes cada persona memorizaba muchos números telefónicos. Ahora no se saben ni el propio porque el celular se encarga de archivarlos. "Por eso botar el celular es como perder la memoria", advierte Sandra, una joven de 26 años. Llamar y colgar, una costumbre de las mujeres para espiar a sus hombres, está entrando en desuso porque en el celular queda la evidencia. Sin embargo, algunas personas hacen caso omiso de esta consideración y se dedican a marcar sin importar lo que el otro piense. Corren el riesgo, eso sí, de que les hagan un perfil sicológico. "Cuando veo 15 llamadas perdidas de un mismo número, me doy una idea de lo 'intensa' que es quien las hizo", afirma Ernesto, quien detesta que lo asedien por celular. Como él, muchos se molestan porque sus amigos se dedican a llamar para hacer visita. "Tienen mil minutos y quieren gastárselos con uno", dice Jorge. Maria Elena ha notado que hoy es más fácil ver gente que va caminando sola, gesticulando y manoteando. "Antes ese era el estereotipo de la locura", dice. Ahora son usuarios de celular. Y con la introducción del mensaje de texto, los jóvenes también se ven raros tecleando frenéticamente hasta 400 mensajes diarios. Nada detiene una conversación por un móvil. Gina, una periodista que vive en Londres, una tarde salió de su clase, se paró a esperar el bus, corrió a alcanzarlo, se montó en el vehículo, pagó y se sentó. Todo esto sin dejar de hablar con una prima suya en Cali. Hay que ver cómo se sobresaltan las personas cuando suena un celular en el restaurante, en el Transmilenio o en la cola del cine. Todos creen que es el propio. Cuando esto pasa, sufren cimbronazos y entran en trance, como si el cuerpo se preparara para atacar. La reacción es más rápida en las mujeres. Se lanzan hacia las profundidades de su bolso y empiezan a revolcar entre todo sin preocuparse por el espectáculo que dan. Aunque de tanto buscar a tientas en su cartera, tienen un sentido del tacto muy desarrollado, casi nunca logran contestarlo. Y no contestar pone muy bravos a muchos. Por eso ahora las peleas son con el buzón de mensajes. "Para qué carga esa vaina si no va a contestar", son regaños usuales. Esto sucede porque a todos nos vendieron la idea de que el celular era para responderlo, pero lo cierto es que el aparato da hoy más opciones que nunca para que el usuario controle si atiende o no. El problema es que cuando no lo hace, las personas que lo buscan tienden a pensar lo peor. Las madres entran en pánico y los enamorados se ponen histéricos."Yo pienso que pasa algo malo", dice Carolina. Gustavo también está asombrado de la facilidad con que la gente se ofende con este aparato. Explica que ya no puede contestar su teléfono con el tradicional aló porque la persona al otro lado le recrimina "¿por qué no tienes mi número identificado?" Ahora se fija en ese detalle, pues "si uno no los llama por su nombre, se ' delican', como dicen en Boyacá". Otra fuente de enojo es la manía de algunos de timbrar y colgar para que sea el otro quien devuelva la llamada. Dos amigos viven en constante pelea por esta razón. "¿Para qué me contestó? Le dije que sólo le timbraba porque no tengo casi minutos", dicen. Tampoco se puede pasar por alto a los recostados que viven solicitando una llamadita. "¿Me regalas un minuto?" preguntan a cada rato. La mayor ofensa, sin embargo, es cuando se presenta la situación de llamada rechazada. Esta opción, para cuando el usuario no puede contestar, se ha convertido en insulto para el que llama porque tiende a tomarlo en su contra. "Uno nunca piensa que el destinatario está ocupado, sino que me rechazó a mí", opina Margarita. Entonces viene el alegato usual y es "qué les cuesta contestar y decir, estoy en reunión, ya te llamo". Algunos se sienten adictos al aparato y pelean con él. El celular es como una extensión de su cuerpo ¿Ha experimentado la sensación de invalidez cuando no lo lleva? "Es horrible, me siento perdida en el mundo", dice Angélica, una ejecutiva que depende de esta tecnología para su trabajo. Una vez debía tomar un vuelo a Medellín y se dio cuenta de que no traía el celular. Aunque tenía poco tiempo para abordar el avión, prefirió decirle al taxista que se devolviera para recogerlo. "Sin el celular habría perdido un día de trabajo". Lo curioso es que esa misma sensación de dependencia les da a muchos que no lo necesitan tanto. "Siento que justo me va a llamar todo el mundo cuando lo dejo y me estresa que alguien esté buscándome y no me encuentre", dice Sofía. Ernesto Sabato sostiene que en la época de mayor tecnología en las comunicaciones, todos nos sentimos más solos. ¿Acaso no es soledad absoluta la que se experimenta cuando uno lleva a todas partes el celular, lo pone en la mesa del restaurante, lo deja encima del escritorio, lo lleva a su viaje a la playa y? no suena? Es como si el aparato dijera "nadie se acordó de ti hoy". José, un diseñador de 27 años, desesperado porque su celular no suena, llama a sus contactos para recordarles que existe y que le marquen de vez en cuando. Si una persona espera la llamada de alguien que le interesa afectivamente y ésta no llama, la sensación de soledad es mayor. Esto es comprensible porque la gente ahora sabe que es alcanzable con el celular. "Antes uno podía darse moral", dice Margarita. Pensar, por ejemplo, que él lo intentó, pero el teléfono estuvo ocupado, o que llamó justo mientras salió. "Con el celular está la certeza de que no llamó". Claro está que la tecnología de los celulares ha abierto un nuevo abanico de posibles excusas para salir airoso ante preguntas como "¿por qué no me llamaste?" Es más, alguien puede terminar hoy una conversación aburrida mientras dice "no te escucho, te oigo entrecortado o voy a entrar en un ascensor". Incluso puede colgar en cualquier momento sin que se le tache de inculto o grosero. Podrá señalar que se le acabó la pila, que en el sitio donde estaba no entraba bien la señal, que el servicio de su operador es malísimo o que el celular es una tecnología que todavía no está inventada.