LA FAMILIA DE FIN DE SIGLO

Según dos estudios, la dinámica y la composición de los hogares colombianos han sufrido cambios drásticos en los últimos años.

5 de octubre de 1998

La familia compuesta por padre, madre e hijos sigue siendo el modelo más representativo de los colombianos, al igual que lo era a principios de siglo. Actualmente casi el 60 por ciento de los hogares son nucleares y se establecen entre un hombre y una mujer para la reproducción generacional. Pero la familia de hoy difícilmente se puede comparar con la de hace 100 años. Aunque la fachada continúa siendo la misma, de puertas para adentro su composición y su dinámica han sufrido grandes cambios. A esta conclusión llegaron dos extensos estudios demográficos publicados recientemente, los cuales demuestran que, así como en otros países occidentales, la estructura y los patrones de composición de la familia colombiana están en un proceso de transformación. Han aumentado la unión libre, las separaciones y las familias recompuestas. Los roles se han modificado y la tipología de hogares es hoy tan variada y flexible que existen desde hogares unipersonales hasta familias de homosexuales. Pero tal vez uno de los cambios que más ha llamado la atención de los investigadores es el incremento de la familia incompleta, es decir, aquella en la cual uno de los progenitores asume el cuidado de los hijos. De acuerdo con un estudio basado en la Encuesta Nacional de Demografía y Salud de Profamilia, realizada en 1995, estos hogares representan hoy un 17 por ciento de las familias en Colombia. Según la socióloga y demógrafa Myriam Ordóñez, autora del trabajo, este crecimiento se debe en parte al aumento de las separaciones y al alto índice de viudez a causa de la violencia. Los datos anteriores se corroboran en el estudio La familia colombiana en el fin de siglo, publicado por el Dane hace un par de semanas. Según este documento, el aumentos de los grupos en los cuales un solo progenitor cumple las funciones de crianza y cuidado de los hijos representa la quinta parte de los hogares en el país. El mismo trabajo muestra que el 73 por ciento de estas familias tienen jefatura femenina. "Esto se debe a que el hombre casi siempre logra reconstruir un hogar más fácilmente después de la ruptura que la mujer. Al hacerse cargo de los hijos, a ella le es mucho más difícil encontrar un hombre dispuesto a casarse y asumir responsabilidad de esos pequeños", dice la socióloga Ana Rico de Alonso, una de las autoras del estudio. El fenómeno de la jefatura femenina también se ha incrementado. En 1973 las mujeres cabeza de hogar conformaban un 20 por ciento de todos los tipos de familias, incluyendo las nucleares y las unipersonales. Hoy se estima que son un 25 por ciento. "Incluso ha aumentado la proporción de mujeres que se declaran jefes de hogar aunque vivan con el marido", dice Rico de Alonso. La proporción aumentaría mucho más si se tuvieran en cuenta a las mujeres que son jefes de núcleos secundarios que viven con su familia de origen.Hola, soledadA principios de siglo los hogares unipersonales eran muy escasos. Si los hijos no tenían suerte en la búsqueda de esposa o marido podían quedarse en casa de sus padres toda la vida. Y cuando una mujer enviudaba, ella y su prole eran acogidos de vuelta en su hogar primario. Hoy las cosas son a otro precio. La población solitaria tiende a vivir ese estado en forma positiva, estableciendo una residencia propia, aparte de su familia de origen. De acuerdo con los datos de Profamilia las familias unipersonales conforman el 6,5 por ciento de las hogares en el país. En este grupo están los jóvenes, solteros, separados, viudos y ancianos de ambos sexos, aunque Rico de Alonso aclara que la monorresidencialidad es por lo general una opción femenina. Para los expertos, esto representa una ganancia en autonomía por parte de esos grupos. "Antes era impensable que una mujer soltera o viuda viviera sola", dice la autora. "Las mujeres no lo hacían solo por razones económicas sino, sobre todo, por cuestiones culturales. Hoy, por el contrario, una mujer soltera asume la responsabilidad de ella en un espacio propio". Pero mientras algunos colombianos han recuperado espacio otros lo han perdido por falta de recursos económicos. Eso queda demostrado con el aumento de la familia extensa, integrada por padre, madre, hijos y otros parientes como los abuelos, tíos, primos, etc. Este tipo de organización _que antes se creía netamente rural_ conforma hoy el 30 por ciento de los hogares urbanos en el país. Su aumento se debe a las difíciles condiciones económicas y a la violencia en los campos que ocasiona los desplazamientos a la ciudad. "La familia extensa es el tejido que recoge la crisis y de la cual, hasta cierto punto, se abusa por la falta de políticas del Estado", dice Anita Rico. La demógrafa explica que los desempleados y subempleados, los desplazados, las víctimas de violencia y los niños abandonados generalmente se integran a otra familia con la cual existe vínculo de parentesco. La retribución se puede dar en dinero, al compartir el arriendo, el pago de servicios y la alimentación, o también en especie, al contribuir con labores domésticas y el cuidado de pequeños. Menos hijos, más poderOtro de los grandes cambios en los últimos años se ha visto en el número de integrantes de una familia. Si bien en los hogares del pasado lo común era encontrar ocho, 10 y hasta 15 muchachitos, hoy la tendencia es tener tres como máximo. En 1964 el promedio de hijos por mujer era de 7,4 , en 1973 esa cifra bajó a 4,5 y en 1993 llegó a 3. La baja en la fecundidad ha significado una disminución en la población joven, en especial la de 0 a 15 años, que en 1973 era de 44,2 por ciento y que en 1993 descendió a 34,4 por ciento. Así mismo la diminución de personas por hogar ha significado un alivio a las cargas de dependencia económica. Además de que hay menos hijos, existe una tendencia marcada a aplazar la maternidad y, aunque no está demostrado con cifras, las investigadoras aseguran que hay un incremento de parejas que definitivamente no desean tenerlos. En la dinámica de las familias uno de los cambios más drásticos ha sido la democratización de las relaciones familiares. A comienzos de siglo predominaba la familia patriarcal en la que el hombre proveía el sustento de su esposa e hijos y era la única autoridad en casa. Según Virginia Gutiérrez de Pineda, antropóloga pionera del estudio de la familia colombiana, actualmente ambos cónyuges se ven forzados a trabajar y es casi obligatorio que los dos asuman las cargas económicas y sociales del grupo familiar. "Incluso a veces se ve que los hijos también ayudan al sustento de la misma", dice la antropóloga. El control sobre la reproducción, el acceso a la educación y su integración a la fuerza laboral le han dado a la mujer autonomía y poder dentro de la familia. Pero así como ganó autonomía dentro del hogar, la mujer de hoy ha perdido espacio en el terreno sicoafectivo en relación con sus hijos. Antes la crianza de los niños era una responsabilidad exclusiva de ella pero, teniendo en cuenta que ahora también debe salir a buscar el sustento de la familia, le ha tocado dejar el cuidado de sus hijos en manos de otros. "Las guarderías, el servicio doméstico e incluso la televisión son los que acaban de criar a los niños", dice Gutiérrez de Pineda. Pero la cara de la moneda muestra que un número creciente de hombres ha tenido que asumir las responsabilidades afectivas de sus hijos ante la ausencia de las mujeres en el hogar.
No al matrimonio
Hasta bien entrada la mitad de siglo los colombianos se casaban jóvenes, por el rito católico y para toda la vida. Hoy el matrimonio no es la única opción para llegar a la conyugalidad. En sólo 15 años la unión libre se ha triplicado y convertido en una de las formas de convivencia más aceptadas entre los jóvenes menores de 30 años. Pero lo interesante no es simplemente ver que ha aumentado sino que esta modalidad, que antes estaba limitada a las clases más bajas, se ha permeado a todos los estratos. Esto demuestra que Colombia no ha sido una excepción al fenómeno de incremento de la unión libre en los países desarrollados. Del mismo modo, los demógrafos han podido constatar un incremento en otras formas de convivencia en las que la pareja no comparte el espacio o en las que hay sólo una convivencia esporádica o incluso simplemente uniones de visita. Este es el caso de muchos separados que, aunque mantienen una relación afectiva y erótica, prefieren seguir viviendo en su propio domicilio con sus hijos. Como consecuencia de lo anterior hay un descenso en el número de casados. Esta situación se debe al aumento de las separaciones y a que la soltería cada vez tiene más adeptos entre los colombianos. Muchos jóvenes prefieren aplazar la convivencia o el matrimonio para antes desarrollarse intelectual y laboralmente. Si bien muchos prefieren postergar el matrimonio, hay otros que se casan, se separan y repiten. Aunque los datos estadísticos no logran determinar cuántas de las familias nucleares son recompuestas, para Virginia Gutiérrez de Pineda no hay duda de que estos hogares han aumentado. Dentro de esta categoría la familia padrastral ha tomado gran importancia. El estudio de Profamilia muestra que más del 7 por ciento de los hijos preescolares, escolares y adolescentes vive con padrastros en hogares recompuestos por sus madres, mientras que los hijos que viven con madrastras solo llegan al 2,2 por ciento. Esto genera todo tipo de conflictos en las nuevas uniones. "En las familias recompuestas en las cuales hay dificultades económicas se presentan luchas por los recursos debido a que los padres no saben a cuál de los hijos atender primero.", explica Myriam Ordóñez. Lo que no dicen las estadísticas es que en el interior de todas estas familias, que están en constante cambio y tratando de amoldarse a las nuevas condiciones del país, hay tensiones, conflictos y ambigüedades. Estos dos estudios aportan una mirada fresca a esas transformaciones y, de paso, constituyen una importante herramienta para medir con certeza la dimensión y las consecuencias de los cambios sociales en un país tan convulsionado como Colombia.