LA RESURRECCION DEL CORSE

Una vez más, la ropa interior femenina se complica, se multiplica, se ramifica; y, de pasada, se vuelve magnífico negocio

20 de octubre de 1986

El corsé está de moda. Para los optimistas es una buena noticia: el progreso no se detiene. Para los escépticos también es buena: nada hay nuevo bajo el sol, como asegura Salomón en el Eclesiastés. Para los etnólogos es un rudo golpe. Estaban convencidos de que el corsé era una prenda caída por completo en desuso, relegada a los daguerrotipos de las bisabuelas y los museos de antropología. Creían que inclusive su heredero vergonzante, el brassiere, había sido erradicado totalmente por la gran llamarada de la liberación femenina de los años sesenta. Los últimos ejemplares --pensaban-- habían sido incinerados en un burn-in de masas celebrado en San Francisco en 1969 con música de Bob Dylan, y desde entonces las mujeres andaban con los senos desnudos bajo la ropa, como en el paraíso terrenal. Pero se equivocaban. El corsé está de moda otra vez, y los expertos aseguran que la cosa va para largo. Para los fabricantes es una magnífica noticia. Un botón de muestra: en Colombia sólo quedaba hace cinco años una fábrica de corsés, al borde de la quiebra, que cubría de sobra una demanda residual limitada a las matronas del Partido Conservador. Hoy en sólo Bogotá siete empresas se dedican con éxito creciente a fabricar corsés.
No se trata ya, sin embargo, del antiguo corsé de los daguerrotipos, pesada armazón de varillas de ballena y cadenas de acero, hibrido monstruoso de cinturón de castidad y nasa de pescar langostas. El corsé, que emprendió su carrera arrolladora hace aproximadamente un año, le debe más a Raquel Welch que a las viejas glorias del conservatismo colombiano, y no depende de la caza de las ballenas, prácticamente exterminadas por los corseteros del siglo pasado, sino que es el fruto de los avances tecnológicos de la industria aeroespacial. Se fabrica en un nuevo y resistente tejido elástico llamado power-net, desarrollado por la NASA para junturas de cohetes, y tiene un costo que oscila entre los 1.500 y los 2.800 pesos en Bogotá. Es aquí donde se concentra la mayor demanda del país, por razones más que todo climáticas. En climas cálidos --donde de todas maneras el nuevo corsé también se vende mucho-- puede convertirse en un instrumento de tortura. Pero hay bastantes masoquistas.
Algo tiene que ver, de todos modos, el sadomasoquismo con la resurrección del corsé, como lo muestra el hecho de que ni aun en las más duras épocas de la militancia liberacionista la prenda desapareció de los sex-shops. Lo cual es normal porque, en materias de moda femenina, las consideraciones sexuales son siempre importantes. Por razones de atractivo sexual se han utilizado, en distintas épocas y culturas, prendas tan diversas como el ligerísimo liguero (que también está devuelta, aunque en Colombia se estrella contra la dificultad de conseguir medias apropiadas y el obi japonés, que es una especie de armadura rigida que se usa sobre el kimono, semejante a las armadura de caballo de guerrero samurai de la Edad Media. Pero el fenómeno no se reduce a eso, si no que forma parte de la resurrección de la sensualidad en el mundo desarrollado de Occidente por oposición a la cruda sexualidad que imperó durante la década pasada y a la comodidad aséptica que rige desde los años cincuenta. Porque el corsé no viene solo. Con él vienen la enaguas o combinaciones interiores --se usan en diferentes largos y con abertura trasera o lateral--, la combinación propiamente dicha, que integra enaguas y brassiere o panties y brassiere, los "levanta-colas", que son un modelo de calzón con las nalgas pre-hormadas y un elástico en la mitad que las mantiene alzadas (en el gremio de fabricantes de ropa interior los "levanta-colas", como los brassieres de copa dura, son llamados "despistadores"). Y, por supuesto los brassieres normales, en todas sus formas, tamaños y colores: palo de rosa, gris perla, azul petróleo, vino tinto (que han reemplazado al azul cielo y al rosado de otras épocas), todas las gamas del habano. Copas desde la A hasta la C, tallas desde el 30 hasta el 44 (en los Estados Unidos hay grandes copas D, y sólidas tallas hasta del 48). Y medias. Media pantalón con o sin vena, de blonda o encaje con dibujos, en lycra brillante, superelásticas. Y calzones. Con bordados, con encajes, con dibujos, de algodón o de nylon (en Colombia, a diferencia de otros países, impera el nylon, pese a ser menos higiénico), transparentes o negros. Pero no por sus connotaciones sensuales, como pudiera creerse, sino porque en la mayor parte de las regiones del país las mujeres tienen la convicción de que es un color que "adelgaza". Y, cuando llega diciembre, amarillos: es un aguero que en los últimos años ha tomado gran auge, el de pasar de un año al siguiente con calzones amarillos para la buena suerte (ojo: no valen los amarillentos).
Esta variedad tiene que ver no sólo con razones de clima, como las ya anotadas, sino sobre todo de idiosincrasia. Así, Bogotá sigue siendo fiel a su viejo cliché de ciudad pacata y puritana. De acuerdo con los comerciantes consultados por SEMANA, la mujer bogotana prefiere el calzón convencional --alto de talle-- a la tanga o el bikini, que se usan más en Cali o en la Costa. Las bogotanas usan el brassiere con costuras, y prefieren los que no son transparentes y de colores relativamente sobrios. Cali, Barranquilla y Pereira son, en cambio, ciudades de ropa interior roja, azul brillante o naranja, translúcida y volátil, por lo cual las fábricas utilizan allá hilo de menor calibre y agujas de galga más suelta, o bien hacen estirar las prendas en el acabado de tintorería para darles mayor transparencia. Medellín es lo que los fabricantes llaman un "mercado mixto", donde se venden por igual las ropas transparentes y las de malla tupida, emparentada con la de los chalecos antibalas. Y si la tendencia continúa como va, pronto veremos nuevamente las crinolinas de muchos pisos, o incluso el guardainfantes de las Meninas pintadas por Velázquez.
Todo eso, como es natural, se traduce en términos económicos y laborales. Hay actualmente en Colombia veintidós fábricas con distribución nacional especializadas en corseteria que generan unos tres mil empleos directos. Hay trece más, también de distribución nacional de pantaloneria (calzones y medias), con 2.500 empleos. Otras ocho se especializan en camisas de dormir --franela o pantalón largo para las bogotanas, baby doll para la provincia. Y doce más, que dan un total de 1.800 empleos, que fabrican exclusivamente medias de mujer, con tan buena calidad que el contrabando está prácticamente extinguido. Muchas de ellas además exportan parte de su producción, y la veterana Leonisa se da el lujo de exportar tecnología para la fabricación de brassieres. Otras empresas han alcanzado también tal grado de calidad que tienen autorización de firmas internacionales (Yves Saint Laurent o Triumph) para fabricar ropa interior a su nombre. Y son cada día más frecuentes los desfiles de modas exclusivamente de ropa interior para que los dueños de almacenes y boutiques puedan conocer de primer ojo el producto. A todo eso, en fin, hay que añadir una proliferación de pequeños talleres --talleres satélites, o talleres de garaje-- que confeccionan prendas para las grandes fábricas, y que generan muchísimos empleos directos, especialmente en Medellín.
Pero esa bonanza puede ser pasajera. Porque, como ya se dijo, el progreso no se detiene. Y el progreso consiste esta vez en que en Europa ha vuelto a ponerse de moda la minifalda, que excluye por lo menos la mitad de toda la ropa interior. Cuando llegue a Colombia, como inevitablemente llegará, las enaguas de encaje volverán a quedar, como creían los niños de antes del Concilio Vaticano II, para los arzobispos.--