La última frontera...

Aceptar las manías de sus vecinos será más difícil para los europeos que adoptar una moneda común.

24 de diciembre de 1990

A partir de 1992, un español o un griego podrán viajar por los países de la Comunidad Económica Europea sin tener que mostrar su pasaporte. Irlandeses, holandeses e italianos observarán los mismos programas de televisión. Un portugués o un belga podrán trabajar en Amsterdam con los mismos derechos laborales de un holandés. Un estudiante alemán o francés podrá terminar sus estudios en Inglaterra y su diploma sera válido en todos los países del CEE. Ingleses o daneses podrán saborear quesos y vinos sin pagar más que los franceses...
El sueño del Viejo Continente, de lograr un espacio sin fronteras internas, integrará a cerca de 330 millones de habitantes de los llamados "doce" - Alemania, Bélgica, Dinamarca, España, Francia, Grecia, Holanda, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Portugal y el Reino Unido- bajo una sola nacionalidad: europea.
Pero si el proceso de la unión política, económica y monetaria no ha sido fácil, menos sencillo será eliminar las innumerables barreras sociales formadas por la diversidad de costumbres, gustos, gestos, manías y maneras de los pobladores del territorio comunitario. Por ejemplo, una inclinación de cabeza no quiere decir "si" en todas partes, indicar la cifra cinco con la mano abierta puede ser un signo de enemistad al otro lado de la frontera, lo que es bien visto en el sur es de pésimo gusto en el norte. La revista francesa Marie Claire se puso en la tarea de averiguar esas pequeñas manías y costumbres que marcan la última barrera que quedará en la comunidad y que los europeos tendrán que superar antes de empezar a atravesar fronteras como Pedro por su casa, con sus "ecus" en el bolsillo.

El lenguaje de los gestos
A las barreras del idioma se agrega el lenguaje de los gestos. Si usted habla con un francés y éste coloca el índice en su sien, esto significa: "Ese está loco". Pero si es un belga o un holandés, lo que le quiere decir es: "Ese es un pícaro". (Para el "loco", el índice es colocado en la mitad de la frente~. Y si el índice es colocado en la mejilla, con seguridad se trata de un italiano que ha visto pasar a una mujer atractiva.
Italia es el país donde los gestos son más importantes. El índice y el dedo pequeño extendidos es para los franceses un símbolo de mala suerte mientras que si lo hace un italiano significa que existen serias dudas sobre la fidelidad de su cónyuge.
Pero también deberán prestar mucha atención con los movimientos de las manos. Si usted en Italia involuntariamente se toca el lóbulo de la oreja, su interlocutor puede creer que usted lo está tratando de homosexual: "Orecchioni". Mayor peligro puede correr en Inglaterra si pretende hacer la V de la victoria delante de los hooligans: la palma de la mano debe estar hacia el exterior. Porque si coloca la mano hacia el interior, ese gesto significa que usted tiene dudas acerca de la capacidad sexual de su interlocutor.
Los europeos no sólo tendrán que aprender a leer las manos, también es importante que sepan interpretar los movimientos de la cabeza. En Grecia, por ejemplo, las señales de afirmación y negación son al contrario del resto del mundo. El "sí" -que se dice "né" - se acompaña de un movimiento de cabeza de izquierda a derecha. En cambio, el "no" se acompaña de un movimiento de cabeza de arriba abajo.

La hora indicada
En cuestión de horarios las cosas "a la europea" no son más simples. Lo único cierto es que nadie hace la misma cosa a la misma hora. Ya se trate de citas de trabajo o de la vida privada, Europa no está propiamente sincronizada y las horas en las cuales toda la gente se encuentra en sus oficinas son más que limitadas.
Una pregunta que puede hacerle devanar los sesos a un ejecutivo es: ¿a qué hora telefonear para pedir una cita de negocios? A las ocho de la mañana, en Francia nadie ha llegado a su oficina. A las diez, es la hora del café en Inglaterra y de la tortilla en España. Y a las once, los daneses están en la pausa del sandwiche.
Pero si la mañana europea se dedica a los bocaditos, la tarde no es menos complicada. De la una a las tres de la tarde los franceses estarán en su almuerzo de negocios, mientras los griegos, los españoles y los italianos del sur se dedican al rito sagrado de la siesta. Seguramente regresarán a trabajar después, pero ¿a qué hora? Todo depende. A las cuatro de la tarde, en invierno, las oficinas estarán vacías.
Nada cambia cuando se trata de la actividad social. ¿A qué hora llamar sin que pase por impertinente? En España y en Portugal no antes de las once de la mañana. En Bélgica, no a la hora del almuerzo, entre las doce y las dos. En cambio, en Madrid o Lisboa puede llamar hasta la medianoche, pero en París jamás puede hacerlo después de las diez de la noche.
La hora de la comida también es diferente, según la nacionalidad del anfitrión. Si éste es francés, deberá llegar a las siete de la noche pero si es alemán, será a las ocho y más y más tarde descendiendo hacia el sur de Europa.
Pero la cosa es más complicada de lo que parece a simple vista: una invitación a las veinte horas en Holanda o Bélgica puede ser tomada por un alemán como una invitaci6n a comer, pero nada de eso. La expresión "Venga hacia las ocho" significa para los holandeses y belgas "venga a tomar un café después de comer".
El tiempo no tiene el mismo sentido al norte y al sur de Europa. Para una cita de trabajo o una invitación social en Alemania, Inglaterra o Dinamarca, la cortesía ordena que la hora es la hora. Así que si llega unos minutos antes, deberá dar vueltas alrededor de la casa hasta que el minutero marque la hora exacta.
La única excepción a esta regla se presenta para las comidas formales en Alemania: puede estar indicado en la invitación "CT" -"cum tempo" - dicho de otra forma, se admite el cuarto de hora de cortesía.
En cuanto a los retrasos, está mal visto llegar un cuarto de hora más tarde en París o Milán y media hora en Roma, Madrid, Atenas o Lisboa, cuyas costumbres son más amplias. Más de este tiempo ni siquiera está registrado en los manuales de buenas maneras.

Bien y mal visto
La cosa es tan complicada que los expertos encargados de estudiar el decálogo cultural de los europeos, han resuelto introducir, además de las diferencias de horarios rígidos y sueltos que distinguen el norte del sur, la idea de un tiempo "monocrono" al norte y "policrono" al sur. Los primeros tienen tendencia a no hacer más que una sola cosa a la vez, y se concentran sobre un solo tema. Los segundos, más acelerados, hacen veinte cosas al mismo tiempo y entremezclan los asuntos profesionales y los privados.
Un alemán o un inglés en viaje de negocios por Francia, Italia o España, soportarán de muy mala gana ver a su interlocutor garabatear notas, dar órdenes a su secretaria o responder una llamada telefónica de la esposa e incluso que el teléfono timbre durante el transcurso de la conversación.
La verdad es que ni el lenguaje universal de las flores prevalece hoy en Europa. De esta lengua muerta lo único que sobrevive es el significado de la rosa roja, expresión de un amor ardiente, que tanto un portugués como un irlandés descifran de la misma manera. De un país al otro, la regla es la misma: los hombres no deben ofrecerlas nunca a una mujer casada. Y no se pueden enviar sino en número impar, según ordena la etiqueta y la estética.
Para el resto de flores, cada país tiene sus normas. Los crisantemos, por ejemplo, están proscritos para las francesas, portuguesas y españolas porque son "flores de muerto". Pero puede, en revancha, ofrecérselas a una inglesa, holandesa o danesa, a quienes les apasionan. Dinamarca no obedece, sin embargo, a las mismas reglas. Eso sería muy simple. Son los lirios los que están reservados para el día de muertos, al igual que en Inglaterra y Alemania. En Francia, por el contrario, se utilizan en los ramos de primera comunión o de matrimonio. Otra flor, otra costumbre: los claveles. Mientras se reciben con alborozo en Grecia, España, Italia y Portugal, en Francia la tradición dice que portan infelicidad. En Luxemburgo la llaman "la flor que apesta" y no se ofrecen nunca. Esta mala reputación tiene su origen en una antigua costumbre en el mundo del teatro. Cuando se quería hacerle saber a los comediantes que la actuación era tan mala que sería su despedida de las tablas, se les lanzaban ramos de claveles.
Para concluir el capítulo de las flores prohibidas, hay que saber que una alemana espera recibirlas sin ningún empaque mientras una francesa adorará que vengan envueltas en papel.

¿De mano o de beso?
El saludo es otro rompecabezas en Europa. En Inglaterra, en Grecia y en Dinamarca, el saludo de mano entre dos personas no se practica más que una sola vez: el día de la presentación. En Portugal en lugar del apretón de manos se acostumbra un fuerte abrazo, con sonoros golpes en la espalda.
Una anécdota muy relatada en esto de la integración es la de unos estudiantes alemanes que fueron invitados a una visita de familiarización por los alumnos de un liceo inglés. A los alemanes se les advirtió que los ingleses no practican el apretón de manos y que, por tanto, al saludar debían mantenerlas detrás en la espalda. Pero a los jóvenes ingleses también se les había hecho la advertencia de que los alemanes acostumbraban estrechar las manos. Resultado: a la hora del saludo, los ingleses se quedaron con las manos extendidas.
En cuanto al beso, influencia cultural francesa, es una costumbre que tiende a generalizarse en Europa. Pero el número varía: dos en Grecia, tres en Bélgica y cuatro en Francia (con algunas variantes regionales). Pero continúa siendo mal visto en Alemania y en Dinamarca, donde está reservado para ocasiones especiales y sólo entre los miembros de la familia.
¿Y el beso en la mano? Eso no se hace jamás en Inglaterra, donde quien lo intente podrá pasar por un insolente. En Francia se practica poco y solamente para las mujeres casadas, jamás en la calle y sin llegar a rozar la mano con la boca. En Alemania y en España, en cambio, todas las mujeres lo pretenden, así sea en la calle. Mientras en Grecia está reservado exclusivamente para los sacerdotes.

El dilema de la etiqueta
En lo que se refiere a "las buenas maneras", en la mesa se podría escribir todo un manual de etiqueta europea solamente con las normas para los comensales. Por ejemplo, el único país del mundo donde se puede, sin colorearse, remojar el pan en el café o en el chocolate es España. Esto se hace incluso en el Ritz, de Madrid. En el resto de países, se corre el riesgo de quedar como un patán.
Hay que saber también que es impensable pelar las papas hervidas en Inglaterra. Que en Italia no se enrollan jamás los espaguetis en la cuchara, pero sí se puede -y debe- anudar una servilleta alrededor del cuello para prevenir los estragos de la salsa.
En la mayoría de los países europeos, el uso del cuchillo está restringido a las carnes. En Francia no se corta jamás la ensalada. En Alemania, es de muy mal gusto cortar las papas o las albóndigas y en Italia es un sacrilegio meterle cuchillo a los espaguetis. En España, este cubierto no debe tocar las comidas a base de huevos. En Inglaterra o Alemania es un escándalo partir los huevos pasados por agua con el cuchillo.

A la inglesa o a la francesa
Pero si las diferencias entre norte y sur son considerables, lo cierto es que las más grandes oposiciones de la etiqueta se dan entre los ingleses y los franceses.
Ellos no hacen absolutamente nada de la misma manera. La cuchara de sopa, por ejemplo, es utilizada de frente en Francia y de lado en Gran Bretaña. En cuanto al plato hondo, éste se inclina hacia el comensal en Francia y hacia el centro de la mesa en Gran Bretaña. Tampoco los lugares en la mesa son distribuidos de la misma forma. "A la inglesa", los dueños de casa se sientan cada uno en una punta de la mesa, y "a la francesa", se ubican uno al frente del otro, al centro de la mesa. El invitado de honor es sentado a la izquierda del dueño de casa en Gran Bretaña y a la derecha en Francia. Y mientras las normas de etiqueta francesa ordenan que las manos deben permanecer sobre la mesa, la inglesa exige que se dejen bajo la mesa.
Pero el dilema no para ahí. ¿Vaciar o no vaciar el plato? Ese es uno de los más angustiantes interrogantes que asalta a quienes atraviesan Europa. Insulto grave en Dinamarca, no comer todo lo que esta servido en el plato es por el contrario signo de buena educación en Alemania. Lo mismo en España y Portugal. En Italia incluso uno puede hacer la scarpetta, es decir, limpiar su plato con un trozo de pan.
Pero en los otros países ¿cómo indicar que ya ha terminado? Cubiertos cruzados sobre el plato en España y en Italia significa: "Gracias, he terminado", y el plato le es retirado. Pero en Alemania quiere decir: "voy a servirme de nuevo". En cambio, en Francia y en Inglaterra para anunciar que ha terminado debe dejar los cubiertos paralelos en el plato.
En caso de que le vuelvan a pasar la bandeja y no desee servirse más debe responder "merci", lo que quiere decir en realidad "non merci". En revancha, en Gran Bretaña, si dice solamente thank you significa "sí, gracias".
Pero el momento de la verdad de la etiqueta francesa llega con la bandeja de quesos. Las buenas maneras ordenan que la dueña de casa esta obligada a pasarla una segunda vez, pero también señala que los invitados no deben volver a servirse. Esto podría dar a entender que la comida no ha sido suficiente. Y si a la hora de las bebidas, después del café, el anfitrión pregunta: ¿quiere usted todavía tomar alguna cosa? es hora de emprender la retirada porque en realidad significa "yo tengo otras cosas que hacer ahora". Y hablando de partir, en Francia, aquel que se marcha de una recepción sin decir adiós se dice que parte "a la inglesa", pero si es en Inglaterra, lo hace "a la francesa".
Mil y un detalles separan a los europeos. Comunidad o no, los doce países estan separados por sus costumbres y sus habitantes deberán empezar a familiarizarse con ellas si desean lograr la ansiada unidad continental.-