LOS CAZADORES

En el centro de la polémica mundial a raíz de la muerte de la princesa Diana, los 'paparazzi' son el azote de la intimidad de los famosos.

6 de octubre de 1997


En pleno esplendor de su reinado Brigitte Bardot, la dorada símbolo sexual de los años 50, fue captada en el baño de su paradisíaca villa mediterránea en una pose bastante prosaica por una cámara escondida. La indignada vedette dijoentonces que francamente no le veía la gracia a la foto.Sin duda la Bardot no comprendía la clave de los mitos de los medios de comunicación. Ni aquella regla de oro que siguen al pie de la letra: ocuparse de las cosas importantes hechas por personas insignificantes o de las cosas insignificantes hechas por las personas importantes. Y por ser esta segunda opción la más rentable a ella se la juegan los paparazzi del mundo, esa salvaje tribu de fotógrafos dispuestos a venderle el alma suya y la de sus víctimas al diablo que pague más. La industria es tan boyante que las revistas sensacionalistas pagan entre 1.500 y 5.000 dólares por la foto del nuevo romance de alguna celebridad y hasta 10.000 por la imagen de una estrella borracha (como Julia Roberts en su cumpleaños) o enfurecida con el fotógrafo.
Sin duda los premios gordos en esta cacería humana de estrellas desnudas, infieles o simplemente disfrutando de su vida privada siempre han surgido alrededor de las familias reales europeas. Las imágenes contundentes de la infiel esposa del príncipe Andrés, Sarah Fergusson, con un magnate texano, fueron uno de los hitos de esta competencia descarnada. Y el año pasado los cuernos que Daniel Ducruet le puso a su esposa, la princesa Estefanía de Mónaco, con una cabaretera costaron un millón de dólares. El ya clásico beso entre la princesa Diana y su nuevo amor, el millonario Dodi Al Fayed también se cotizó . Por esta última fotografía el paparazzo italiano Mario Brenna recibió 400.000 dólares del diario The Sunday Mirror. Y es que la aparición de estas imágenes multiplica la circulación de cualquier medio. Los paparazzi alegan que si a la gente no le gustara lo que hacen ellos no existirían. Pero sin duda les gusta y siguen agotando estas ediciones con imágenes humanas y grotescas de sus ídolos.
Alrededor de esta demanda nunca saciada de imágenes que muestran el lado oscuro o débil de las luminarias, como la desnudez de la glamorosa Jackie Onassis en su isla Skorpion (que le causó una depresión de la que casi no se repone) o la del príncipe Carlos de Inglaterra (captada con un lente de 800 milímetros) o la del rey Juan Carlos de España (cuando tomaba el sol en alta mar) han surgido ejércitos de paparazzi dispuestos a arriesgar la vida de sus víctimas como la suya propia.
Este juego voyerista es tan antiguo como la invención de la fotografía y comenzó mucho antes del insolente señor Paparazzo de la Dolce Vita. Se remonta a las imágenes captadas por un personaje que introdujo subrepticiamente una cámara en una ejecución en la silla eléctrica de principio de siglo, en la cual una mujer fue electrocutada por haber matado a su marido. Sin embargo sí fue en las décadas de los 50 y los 60, cuando Hollywood producía luminarias como empanadas, que las imágenes de los paparazzi hicieron su agosto. Entonces Sofía Loren le puso una demanda al paparazzo Ron Galella, quien nunca más pudo volver a acercársele a menos de 20 metros, sentando así un precedente legal que no existía. Esta industria se mantuvo con un ritmo algo agitado durante las siguientes décadas pero volvió a llegar a un pico histérico en los 90. Celebridades como Alec Baldwin, Kim Bassinger, Nicole Kidman y Tom Cruise, entre otros, han llevado su caso a los estrados judiciales. La princesa Diana también lo hizo hace exactamente un año al ser perseguida frenéticamente por la moto del fotógrafo Martin Stenning. Sin embargo su muerte la semana pasada demuestra que, como dicen varias celebridades, a los paparazzi se les está empezando a ir la mano.