Los adultos se niegan a aceptar que los niños se deprimen porque la niñez se asocia a la alegría

Sicología

Los niños también lloran

Cuando no se trata, la depresión infantil puede provocar un intento de suicidio en la juventud. La sicóloga María Elena López explica cómo detectarlo a tiempo.

18 de noviembre de 2006

Los casos de suicidios de jóvenes exitosos, aparentemente sin problemas, tienen consternado al país. El más alarmante es el de un estudiante de administración de empresas de la Universidad de los Andes, de 25 años, quien recibiría su diploma en septiembre y ya tenía asegurada una beca de posgrado por sus buenas calificaciones. Diez días antes del grado se quitó la vida.

Cada vez hay más evidencia de que los suicidios en la juventud tienen sus causas en depresiones no resueltas en la infancia. Un alto porcentaje de los adolescentes que intentan suicidarse ha tenido un episodio de depresión en su niñez. En este sentido, la detección temprana de este trastorno es una manera de prevenir su aparición en la juventud.

El problema radica en que los adultos muchas veces se niegan a aceptar que los niños pueden sufrir de esta condición. Después de todo, es difícil ver un niño deprimido, pues esta etapa de la vida siempre se ha asociado a alegría, deseos de vivir y muchas veces a exceso de energía.

Por esto, conocer el problema, sus causas y sus principales síntomas permite plantear soluciones eficaces, evitar o suavizar las condiciones de riesgo y acortar el período de sufrimiento del niño.

La depresión de los niños es muy parecida a la de los adultos, aunque con algunas diferencias. Los síntomas no siempre resultan evidentes, ya que los pequeños tienen dificultad para identificar y comunicar con palabras sus emociones y, más que hablar, las manifiestan en su comportamiento. Con frecuencia ocurre que se portan mal en la casa y en el colegio se ponen agresivos o irritables; pareciera que no se sienten satisfechos. Pero no se ven tristes. Esto confunde a los adultos, quienes interpretan estas actitudes como mala conducta o simples caprichos.

Por esta razón, es muy importante que los padres y adultos cercanos al niño conozcan esta sintomatología para poder actuar a tiempo. Según Victoria del Barrio en su libro La Depresión Infantil, hay que estar atentos a ciertos cambios: un niño que solía ser alegre y se vuelve apagado; o que era seguro y se vuelve dubitativo, o sociable y se vuelve retraído, huraño e incluso agresivo.

Los cambios también se perciben en variaciones de sus hábitos alimenticios, en el sueño y en la aparición de dolores de cabeza y cansancio. Los niños deprimidos se vuelven olvidadizos, tienen problemas de concentración y disminuyen su rendimiento escolar. Tampoco se sienten motivados y se quejan de aburrimiento. En casos más graves, hablan de suicidio o de escaparse de casa.

Cuando se sospecha que algo no anda bien, los adultos deben interpretar que necesita ayuda, ya que el niño no la solicitará por su propia iniciativa. Los padres pueden hacer un acercamiento al pequeño preguntándole acerca de sus pensamientos y sentimientos, y dándole más atención de lo normal. Si ha perdido algo valioso, darle consuelo, pero no con expresiones exageradas que puedan aumentar el sentimiento de gravedad de la pérdida. Distraer al niño con juegos y paseos, ayudarle a desarrollar recursos para mejorar sus relaciones con los demás y motivarlo a hacer actividades que le generen reconocimiento, aceptación y acogida de sus pares, son otras ayudas.

La consulta al sicólogo o al siquiatra se hace indispensable cuando los síntomas persisten. Los padres no deben resistirse a que su hijo sea medicado por creencias acerca de los efectos colaterales o las consecuencias a largo plazo que estos puedan tener. En muchos casos, los niños con depresión evolucionan mejor cuando reciben tanto asesoría sicológica como medicación. Pero lo más importante es modificar la idea de que los niños no se deprimen. Ese simple hecho los ayudará a estar más atentos y a atender a tiempo sus necesidades.