MAMBRU SE FUE A LA GUERRA

Como afectan la guerra y la violencia a los niños que tienen que vivirlas.

13 de abril de 1987

Tras el fragor de una batalla o en la confusa escena de un crimen, no es extraño escuchar el llanto de un niño, testigo sin querer de un episodio más de la violencia que campea en todas las latitudes de este convulsionado mundo. Los efectos de ese tipo de experiencia en la siquis de los infantes comenzaron a ser estudiados desde la Segunda Guerra Mundial cuando algunos investigadores norteamericanos encabezados por Anna Freud y John Bowly se dedicaron a observar niños sacados de los campos de concentración nazis.
Se trata de un tema que, sin embargo, estuvo largo tiempo desatendido desde aquellos primeros esfuerzos de los años cuarenta. Hoy en día, las recientes investigaciones han sacado al sol importantes hallazgos para el tratamiento de las cicatrices emocionales dejadas por la violencia en los niños. El tema ha venido recibiendo más y más atención en vista de la escalada de violencia en todas las latitudes del globo.
Recientemente, un artículo del periódico norteamericano New York Times, afirmaba que los más recientes descubrimientos demuestran que con tiempo y a través de un tratamiento adecuado, la mayoría de los niños manifiesta una gran capacidad de recuperación emocional aun después de las experiencias más terrorificas. Pero las cicatrices dejadas pueden afectar su desarrollo emocional e intelectual y los síntomas, a veces escondidos por años, pueden aparecer mucho más tarde.
Las investigaciones han mostrado que no importa mucho la clase de violencia a que un niño se haya visto expuesto. Sometidos a experiencias tan disimiles como los horrores de la guerra o la violencia familiar, los niños muestran sintomas curiosamente similares en la mayoría de los casos; si bien en algunos resultan más evidentes que en otros.
En palabras del doctor Bessel van der Kolk, director de la Clínica de Trauma del Centro de Salud Mental de Massachusetts, "el cuerpo y la mente manejan el terror en la misma forma, si quien le pega al niño es un soldado de Pol Pot o su propio padre".

LA CULPA DEL SOBREVIVIENTE
El mayor trabajo de investigación ha sido llevado a cabo sobre cuarenta niños camboyanos que fueron mantenidos presos en campos de concentración del Khmer Rouge, entre 1975 y 1979, cuando tenían todos menos de doce años. Resulta escalofriante pensar en lo que pudieron ver esos niños en circunstancias tan caóticas: las torturas y los asesinatos estaban a la orden del día, junto con los golpes que recibian constantemente y, por si fuera poco, la desnutrición. Cuando se hizo el estudio, con edades que ya estaban entre los 14 y 20 años, los niños aún mostraban un amplio cuadro de problemas sicológicos, que incluía pesadillas recurrentes, dificultad para dormir y para concentrarse, síntomas de depresión, falta de energía, o interés en la vida y sentimientos de autocompasión.
Cerca de las dos terceras partes de los examinados mostraban lo que se ha llamado "culpa del sobreviviente", un sentimiento de profundo remordimiento por haber sobrevivido mientras otros miembros de su familia perecieron. Muchos expresaron sentirse avergonzados de estar con vida. Existe,según las investigaciones, un estrecho vinculo entre los problemas sicológicos de los niños que han sido sometidos a situaciones de violencia y el entorno en que vivan luego de haber pasado por su experiencia. Los que tienen la suerte de ser refugiados en un medio familiar o afectivo en el que pueden confiar, logran salir adelante mejor que los que resultan como huéspedes indefinidos de los orfanatos o de instituciones semejantes.
Otro hallazgo de las investigaciones confirma lo que en Colombia se ha venido ventilando como una de las consecuencias del periodo de la violencia de los años cincuenta: la frase de "La violencia genera más violencia" no es en ninguna forma (ver recuadro) retórica en lo que concierne a los niños. Se ha determinado que muchos de los actuales combatientes en las guerras civiles que asolan al mundo, fueron niños aterrorizados en su infancia. El temor y la ansiedad crónicas, a medida que se aproxima la adolescencia, se van tornando en agresividad. No es posible imaginar a alguien mas fácilmente reclutable para las filas de la violencia.
Sin embargo, lo único peor que un niño que haya sufrido la violencia, es uno que la haya ejercido por su propia mano. Los efectos a largo plazo son, si cabe, mucho más desoladores. Se sabe que tanto en el Medio Oriente como en Africa y Centro América, se están reclutando niños de ocho y nueve años, que muy bien pueden ser, y de hecho son, protagonistas de una violencia que están lejos de entender. Mientras permanecen unidos a su bando combatiente, se mantienen sicológicamente intactos. Pero cuando llega el momento de integrarse con el resto de la sociedad, se desmorona. En los campos de refugiados de Camboya, se encontraron adolescentes que habían asesinado a los catorce años un número enorme de personas. La paranoia haría de ellos su presa. Uno de ellos entró en la convicción de que la gente en el campo de refugiados podía leer su pensamiento. Otro, tenía alucinaciones terroríficas en que los intestinos de sus víctimas se convertían en serpientes para atacarle.
Otro estudio, que se adelanta con niños centroamericanos llegados a los Estados Unidos como "refugiados", muestra que los problemas sicológicos varían con la edad, esto es, con el momento de sus vidas en que han sido expuestos a la violencia. Los niños de menos de cinco años, que resultan ser siempre los más indefensos, frecuentemente reaccionan al trauma con regresiones, vale decir, mostrando síntomas como el retorno a frases ya abandonadas, como mojarse en la cama, extrema timidez y ansiedad en la presencia de extraños, un terror exagerado a separarse de sus padres y aun pérdida de sus habilidades verbales.

EL "ANGEL DE PIEDRA"
En algunas ocasiones, los niños de edad preescolar reaccionan ante el episodio con el mutismo, o la estupefacción. Uno de los investigadores, el doctor Spencer Eth, narra la historia de una niña de tres años que fue testigo del asesinato de su madre y estuvo junto al cadáver durante más de ocho horas sin reaccionar, hasta que fue encontrada por otros parientes. La pequeña no habló del crimen sino hasta una semana después, en que señaló a su padre como el asesino.
Los niños traumatizados en edades muy cortas también reaccionan con disturbios del sueño, particularmente de los estadios más profundos del mismo. Pueden resultar sonámbulos o con pesadillas tan intensas que despiertan a medianoche en medio de la histeria.
Una forma paradójica de reaccionar que algunos niños tienen, es mediante la obsesión de repetir el evento traumático, en una especie de juego macabro que se hace una y otra vez en busca de recrear la situación, por dolorosa que sea: un ejemplo es el caso de una niña que vio a su padre estrangular a su madre y les insistía a sus amigos en jugar a la mamá, repitiendo la escena. Como para un argumento del "Angel de piedra".
Sin embargo, y aunque parezca extraño, una de las técnicas para enfrentar los problemas sicológicos del niño es precisamente la de reproducir en detalle la tragedia causante del trauma, pero con la ayuda de un especialista debidamente entrenado que haga que el niño enfrente lo sucedido y aprenda a manejar sus efectos.
No obstante, como lo afirman muchos sicólogos, no hay un tratamiento que se pueda considerar la respuesta infalible para los problemas derivados de la violencia en los niños. De ahí la importancia de las investigaciones que se adelantan para encontrar nuevas vías de tratamiento para un problema que parece proyectarse en el futuro con más fuerza aún.

VIOLENTOS HIJOS DE LA GUERRA
Todas las investigaciones sobre el periodo llamado de "La Violencia" en Colombia, señalan su gran incidencia en los niños y jóvenes. En la presentación del libro "Bandoleros, gamonales y campesinos" del historiador Gonzalo Sánchez G. y de la antropóloga social Donny Meertens, se lee: "Este texto va dirigido, en primer lugar, a toda una generación, la "generación de la Violencia", que vivió durante los veinte años que van desde 1945 hasta 1965 por lo menos, este complejo proceso en el que el terror gubernamental, la anarquía y la insurgencia campesina se mezclan con un profundo reordenamiento en las relaciones sociales y políticas". Y de esta "generación de la Violencia" surgieron los formadores de los movimientos armados. Los hermanos Vásquez Castaño, Iván Marino Ospina, Alvaro Fayad, Oscar William Calvo y otros guerrilleros son un ejemplo.
En la "Violencia en Colombia" de Germán Guzmán, uno de los primeros libros sobre el tema, se encuentra un capítulo dedicado a los "hijos de la Violencia", y en él uno de los mejores relatos de infancia y adolescencia es el realizado por el bandolero Teófilo Rojas, conocido como "Chispas", uno de los más famosos del Quindío. Su relato es el siguiente:
"Mi nombre de pila es: Teófilo Rojas, y voy a contarles entonces la manera como tuve que vivir; siendo todavía muy muchacho y por allá desde el año 1949 y 50, cuando vivía al lado de mis padres, en una finca que llamábamos "La Esperanza", donde trabajábamos y vivíamos muy tranquilos, hasta cuando, me recuerdo como si fuera ahora, empezaron a llegar gentes uniformadas que en compañía de unos particulares, trataban muy mal a los que teníamos la desgracia de encontrarnos con ellos, pues a los que menos nos decían nos trataban de collarejo h.p. y otras palabrotas por demás ofensivas, cuando no era que nos pegaban o nos amenazaban, lo que nos mantenía llenos de miedo, que aumentó espontáneamente cuando dieron muerte a muchos y atropellaban a los niños y violaban a las mujeres, haciéndoles todo lo que se les antojaba..., y yo que entonces no tenía sino escasos trece años, a mí me daba mucho miedo y me dolía todo lo que hacían, me resolví a largarme de cerca de esas gentes tan malas, a ver si evitaba morir por fin en sus manos...". Este relato, dice el historiador Gonzalo Sánchez, muestra la trayectoria personal y política de la mayoría de los llamados "hijos de la Violencia": una infancia vivida en un ambiente de terror, en el cual no solo se perdían los bienes sino también muchos miembros de las familias, amigos y conocidos.
Otro relato que tipífica la influencia de la "Violencia" es el que se narra en el libro de Meertens y Sánchez, sobre la razón por la cual "Desquite" se metió de bandolero: "A fines de 1950, su padre y su hermano fueron asesinados en la población de Rovira por el alcalde, en asocio de la fuerza pública. En 1962, él recordaba los hechos así: "Empuñé las armas a causa del asesinato de mis padres, el despojo de los bienes y la persecución que contra toda la familia Aranguren se desató en todo el municipio de Rovira"".
Pero además de estos relatos claros y comprometedores, los historiadores e investigadores de este período recuerdan que en los seminarios, en las escuelas y colegios, se dio una sustitución de los símbolos patrios y de los héroes nacionales por los mitos sangriento del bandolerismo. Así, los niños y jóvenes nombraban constantemente a "Sangrenegra", "Desquite", "Chispas", y otros. Más recientemente -con ocasión de la toma de la Embajada de la República Dominicana por el M-19-, se pudo detectar que muchos niños, involucraban en sus juegos a la "Chiqui" y a Rosemberg Pabón, a cambio de la Mujer Araña y Superman.
Los orfanatos y los "amparos de niños" creados después de la "Violencia", para albergar a los cientos de muchachos que habian perdido a sus padres o que necesitaban de un lugar mientras sus familiares se reacomodaban, cumplieron el papel de cubrir las necesidades primarias sin penetrar por los terrenos sicológicos. Por esto, muchos de los hospitales siquiátricos del país se nutrieron con jóvenes trastornados. Y es que los espectáculos macabros de esa época, como ver arrancar a las mujeres embarazadas sus fetos para acabar las semillas de una determinada filiación política, tenían que desquiciar a cualquiera. Sin embargo, la barbarie en este país parece no tener fin. Muchos se preguntan cómo afectará a los niños y jóvenes de hoy en Colombia, hechos como la masacre de Tacueyó (el grupo Ricardo Franco asesinó a sangre fría más de 200 de sus militantes acusándolos de infiltrados), la masacre de Pozzetto, o los asesinatos que diariamente registran los medios de comunicación.