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Mami, ¿tengo estrés?

Las presiones de la vida diaria, que antes parecían cosa de adultos, están generando cada vez más casos de estrés en la población infantil.

23 de junio de 2003

El rechazo por el colegio, las dificultades para dormir, los trastornos en la alimentación y los cambios en el carácter suelen ser comportamientos que deben enfrentar los padres en la crianza de sus hijos y suelen catalogarse como los consabidos "berrinches" o "pataletas". Sin embargo cuando estas conductas se vuelven crónicas y comienzan a afectar la estabilidad de los pequeños, e incluso la de la familia, conviene prestar atención ya que puede tratarse de estrés infantil.

Las razones para que esta condición sea cada vez más frecuente entre los niños son diversas. Por una parte, a diferencia de generaciones anteriores, los infantes de hoy viven en un mundo más complejo, reciben demasiada información que no logran asimilar, experimentan situaciones como el divorcio de los padres, temor al fracaso, sensación de soledad y, como si fuera poco, deben responder a una serie de exigencias y expectativas que les imponen los adultos.

Muchos de los 'estresores', como se les denomina a los factores que motivan la aparición de los síntomas, provienen del ambiente escolar. Las burlas, ser ridiculizados en clase, el cambio de un colegio a otro, ser abusado por niños mayores o retrasarse en el proceso de aprendizaje son algunas experiencias difíciles que la mayoría de ellos enfrentan a lo largo de la infancia y que en determinados casos pueden ser más traumáticas.

El estrés es una parte importante en el desarrollo del ser humano. Para el doctor Alvaro Franco, siquiatra infantil, "es bueno que los niños estén expuestos a situaciones de estrés de manera moderada. A esto se le llama estrés adaptativo y es una forma de enseñarles a moldear su carácter, a luchar y salir adelante por sí mismos. Cuando lo consiguen disfrutan mucho de ese bienestar. La parte negativa surge cuando el estrés afecta su desarrollo y su calidad de vida".

Una de las grandes diferencias entre el estrés infantil y el de los adultos consiste en que los niños poseen una menor capacidad para expresar verbalmente la sensación de presión y malestar que les produce el estrés. Su lenguaje es más limitado y, aunque en su interior saben que algo anda mal, no pueden manifestarlo con palabras. Por eso aparecen una serie de síntomas sicológicos, como el aislamiento, la agresividad, el bajo rendimiento escolar o el rechazo por cosas que usualmente le generaban alegría y otros de tipo físico, como los dolores de cabeza, la falta de apetito, gastritis, insomnio y es ahí cuando los padres acuden al médico. Cuando éste no encuentra razones lógicas para las dolencias sugiere la visita a un sicólogo o terapeuta para evaluar el origen de los síntomas, que en la mayoría de los casos se relacionan con el estrés.

El tratamiento para el estrés infantil se basa en una terapia que le permita al joven paciente entender por qué se siente mal. Para esto es necesario establecer qué tipo de factores lo están afectando. Pueden ser de tipo biológico, por cuestiones genéticas que impliquen problemas en los neurotransmisores, como la dopamina o la serotonina; de tipo sicológico, que influyen en niños demasiado sensibles y sugestionables que convierten en estresantes situaciones que no deberían serlo, y los ambientales (los más comunes), que tienen que ver con el entorno del paciente: violencia intrafamiliar o dificultades escolares. La terapia debe involucrar a la familia de manera colectiva ya que es el principal punto de apoyo para un niño y porque además del colegio es otro espacio donde se generan los estresores.

Es el caso de los niños que tienen un ritmo de actividades similar al de sus padres para que éstos puedan trabajar mientras los pequeños están ocupados. Cuando papá está en viajes, reuniones y visita clientes el niño asiste a inglés, fútbol, piano, informática y refuerzo de matemáticas.

Por suerte los padres cada vez son más conscientes de la importancia que tiene observar de vez en cuando el comportamiento de sus hijos. Preguntarles cómo se sienten, crear espacios de comunicación, aunque sean breves, dejarles tiempo libre para que hagan lo que quieran, así sea no hacer nada. Enseñarles a relajarse con baile y ejercicio o llevarlos a caminar por el parque no demanda mucho tiempo pero puede ser de gran ayuda para que los pequeños sean menos vulnerables a esa invención tan adulta y desgastante que es el estrés.