Mentes que brillan

Dos por ciento de los colombianos tienen inteligencias privilegiadas pero sólo unos cuantos reciben la atención que merecen.

17 de septiembre de 2001

Cuando Alba Forero tuvo a su hijo William Andrés en enero de 1985 parecía que había tenido un bebé completamente normal. Pero en poco tiempo empezó a notar cosas extrañas. Le preocupaba que fuera sordo porque vivía entretenido con unos juguetes y parecía no inquietarse por nada a su alrededor. Una vez salió de la duda y confirmó que todo estaba en orden se preocupó porque no balbuceaba palabras como lo hacían otros niños de su edad. Finalmente, a los 2 años y medio el niño soltó la lengua y en cuestión de seis meses ya tenía un desarrollo normal en ese campo. Pero Alba seguía inquieta porque sentía que su hijo era diferente a los demás. A la edad de 3 años podía leer los nombres en las escarapelas de sus colegas en la clínica de Colsubsidio, donde ella trabaja como enfermera. Además tenía una memoria impresionante. En el jardín sabía quién era el papá de cada niño y cuando llegaban a recogerlos él era quien les avisaba.

Un día, cuando tenía 5 años, le preguntó a su mamá por el significado de una palabra y ella le contestó que no lo conocía pero que juntos podían investigarlo en un diccionario. El niño le dijo que no era necesario porque ya sabía la respuesta. “Lo que en realidad quería saber es si tú eres honesta”, le dijo. “Yo me quedé aterrada. Sentía mucho miedo porque me parecía muy raro”, recuerda Alba. A pesar de todo siempre quiso tratarlo como un niño normal y por eso matriculó a William en el colegio Juan Ramón Jiménez, donde no hubo problemas sino hasta el segundo año. Por esa época sus compañeros lo amarraron a un poste porque el niño no compartía con ellos. Era verdad. En los recreos el prefería irse para la sección de bachillerato y desde la ventana escuchaba la cátedra del profesor de geografía o el de literatura. Cada vez las cosas eran peores. William le tenía más apatía a ir a clase, tenía pesadillas y estaba aislado. Debido a todos estos episodios en el colegio comenzaron a sospechar que tenía problemas siquiátricos y por ello fue remitido a una sicóloga. El dictamen de la experta fue aterrador: “El niño es sicótico y neurótico con rasgos esquizoides”, le dijo a su mamá. Después de llorar y de rezar por un tiempo decidió buscar una segunda opinión. En esta oportunidad le dijeron que el niño debía tomar una prueba de inteligencia. Su coeficiente resultó ser de 147.

Las sospechas de Alba no eran infundadas. Su hijo era en cierta forma anormal. De acuerdo con la curva de Gauss para medir la capacidad intelectual el promedio de la gente está entre 90 y 110. Las personas con retardo mental están en menos de 70. William se encontraba en el extremo opuesto, arriba de 130, en donde se clasifican las personas con inteligencias superiores.

Aunque muchos padres se sienten orgullosos de que su hijo sea precoz y tenga una mente privilegiada la verdad es que estar en este extremo no es propiamente una bendición. Aunque esta anormalidad es positiva también los niños muy inteligentes requieren atención especial y pueden llegar a ser casos tan complejos como los retardados mentales. Los expertos indican que cuando no se detecta la inteligencia superior el niño a la postre puede resultar siendo un individuo desadaptado. Se estima que de cada 10 de ellos con inteligencia analítica alta, que no cuentan con apoyo familiar ni escolar adecuado, nueve pierden esas capacidades al cabo de dos o tres años. Esto tiene su explicación. Los niños tienen mucha energía para aprender y, aunque físicamente pueden tener 5 años, su mente va tres años adelante. Si no se les atiende debidamente se aburren profundamente con niños de su edad, les parecen simples sus profesores y empiezan a aislarse. Algunos se retiran del colegio antes de acabar el bachillerato por físico aburrimiento y falta de motivación. Otros son expulsados del plantel por intensos e indisciplinados. En el peor escenario se convierten en adultos desadaptados que no entienden por qué se sienten extraños con el resto del mundo.

En el caso de William todos estos problemas se manejaron cuando ingresó al Instituto Alberto Merani, tal vez el único plantel educativo en el país que tiene un currículo especializado para este tipo de niños. Ahora en su casa estaba más calmado y se sentía feliz de ir a estudiar. “En este colegio encontré gente con la cual podía hablar de cualquier cosa. Eso me ayudó a ser amigo de la gente normal”, afirma.

No hay duda de que es vital detectar a estas personas. No obstante existe una acalorada discusión frente a si deben o no ser aisladas del resto de niños para tener una educación especial. Para Camilo Trujillo, director de Mensa, una institución internacional especializada en hacer exámenes para medir el coeficiente intelectual, un niño puede sobrevivir en un colegio normal con otros de su edad si los profesores y los padres están conscientes del caso y lo estimulan. El Ministerio de Educación también opina que estos pequeños deben integrarse con los normales. Pero para Julián de Zubiría, director del Merani, es necesario un colegio especial que sepa orientar su energía de modo que logren ser un aporte para la sociedad.

Otro debate igual de intenso gira en torno de la necesidad de apresurar la educación en estos niños. Peter Congdon, sicólogo consultor de educación en Gran Bretaña, opina que acelerar su proceso no tiene que resultar en un adulto frágil emocionalmente. “Estos niños por lo general son más maduros, ¿por qué no darles la oportunidad?”. Pero muchas veces esta decisión depende de ellos mismos. La gran mayoría de los alumnos del Merani tienen tal interés en aprender que nadie los puede detener y es necesario adelantarlos de clase y por eso terminan el bachillerato a los 14 años.

Las primeras experiencias de los niños superdotados de 15 años compartiendo clase con jóvenes de 18 y 20 años fue nefasta. “Los profesores y los alumnos los maltrataban. Se generaba una resistencia”, admite De Zubiría. Pero hoy ayuda que exista mayor conocimiento acerca de los niños con mentes privilegiadas. Además el colegio los acompaña en este proceso. Quienes quieran tomar clases en las universidades pueden hacerlo y estos créditos son válidos para la graduación como bachilleres. Camilo Domínguez, de 19 años, ex alumno del Merani lo hizo. Tres años antes de graduarse surgió la posibilidad de que él y sus compañeros empezaran una carrera en la Universidad Antonio Nariño. Domínguez escogió ingeniería de sistemas. “La relación con mis compañeros de clase fue cordial en parte porque no sabían que yo era un niño excepcional y cuando se enteraron se sorprendieron de que yo tuviera apenas 15 años”. Hoy este joven estudia economía en la Universidad de los Andes y ya tiene un título de ingeniero.

Aunque todos estos son obstáculos difíciles de manejar el mayor conflicto en Colombia es que no existe apoyo económico ni asesoría pedagógica para estas familias. Se calcula que un 2 por ciento de la población es superdotada. Esto es, que 800.000 niños tienen capacidades excepcionales como William y Camilo.

Las razones que explican este fenómeno no son aún bien entendidas. Se cree que existen factores hereditarios y que sus cerebros no sólo tienen más neuronas sino también más neurotransmisores para hacer las conexiones mucho más rápido. Pero lo que sí se sabe es que una mente brillante puede nacer en cualquier estrato. Pese a que en otros países se detectan estos casos en forma temprana y son tratados para que puedan destacarse en diferentes áreas y ayudar a la nación, en el país sólo existe un colegio dedicado a ellos y no hay un examen formal para detectarlos.

En 1999 William y otros 11 estudiantes del Merani instauraron una tutela por el derecho consignado en el artículo 68 de la Carta en el que el Estado asume como obligación la educación de los niños tanto discapacitados como excepcionales. La tutela fue ganada en 2000 y gracias a ese apoyo William pudo terminar bachillerato. “Yo soy privilegiado porque sé de otros niños excepcionales que hace más de tres años no pueden ir al colegio”, asegura.

Aunque se han hecho esfuerzos por parte del Estado para formar a los educadores se requiere mayor interés para que estos niños puedan en el futuro servir al desarrollo y no sean personas desadaptadas o cerebros fugados que prefieren trabajar para otro país.