Miedo a vivir y a ver morir: el dolor de la pandemia | Foto: alexandra ruiz poveda-semana

PREOCUPACIÓN

Miedo a vivir y a ver morir: el dolor de la pandemia

Sueños frustrados, trabajos perdidos, miedos profundos y más ha dejado el coronavirus en miles de personas. Estas son sus historias

24 de julio de 2021

“Uno joven, con deseos de un beso…”

A la más mínima molestia en la garganta, Simón Enciso, o Simón Chelo, finalista del Factor X 2021 a sus 23 años, creía que había sido pillado por el bicho del coronavirus. Un mes antes de que fuera declarada la pandemia, cumplió su sueño de cantar en televisión. Pero en marzo de 2020 las grabaciones se suspendieron, y la única condición que los participantes tenían para poder retomarlas era que ninguno podía dar covid positivo. Si Simón se contagiaba, adiós al sueño.

| Foto: MANUELA ZAPATA

“Me levantaba con temor de salir a la calle. No volví a hacerlo, ni siquiera para trabajar”, recuerda. Perdió el apetito, dormía todo el día y hasta recurrió al licor. “Las peores decisiones las tomé durante la pandemia, perdí 10 kilos, llegué a pesar 50”. Su relación amorosa también se acabó. “Uno joven, con deseos de un beso, y el sentimiento de pánico que por haber besado ya había quedado contagiado. Empieza Cristo a padecer”.

Tanta era su angustia que, tras un accidente en la mano que necesitaba de cirugía, decidió no entrar al quirófano porque pensaba que de allí no saldría. Recapacitó, se aferró a su talento y reprogramó la intervención. Ese fue el primer paso para volver a salir a la calle.

“Así no se puede vivir”

Pocos días después de declarada la pandemia, a Olga Libia Yanten la despidieron de su trabajo como guarnecedora en una prestigiosa empresa de calzado. Sin plata para pagar el techo y la comida de sus dos hijos, de 17 y 10 años, no le quedó otra que pedir préstamos. “Destapaba un hueco para tapar otro”, recuerda, y de 20.000 pesos sus deudas pasaron a más de 3 millones.

La echaron de tres alcobas por no pagar el arriendo, y cuando su hijo menor bostezaba del hambre, “me sudaban mucho las manos, sentía nervios, me dolía la cabeza constantemente”. Decidió vender empanadas, café, aromáticas. No obstante, nadie le compraba. Fue a Corabastos; agarraba verduras o frutas entre los desperdicios para llevar a la casa.

Así no se puede vivir. Dios, perdóneme, pero no soy capaz. Sí. Soy la peor mamá del mundo, pero es que no me sale nada”. Una noche se fue al mirador de la iglesia La Resurrección, en la localidad Uribe Uribe. Tras fumarse un paquete de cigarrillos, que le fiaron, intentó tirarse al vacío. Tal vez su llanto incesante llamó la atención de un hombre que en el momento exacto la agarró y no dejó que se lanzara. “Hablé con él un rato y por lo menos sentí un momento de paz”.

Ya consiguió trabajo y comenzó a saldar sus deudas. “Espero no volver a sentir que soy incapaz de sacar adelante a mis hijos”.

“No más taxi”

Durante 13 años, William Eduardo Pinto Villamizar estuvo conduciendo taxi. Y aunque ama estar detrás del volante, le pudo más el miedo de volverse a contagiar con la covid y renunció a su trabajo. No soportaba que se subiera algún pasajero porque lo invadía el temor de verse de nuevo en el hospital, batallando por respirar, como le sucedió entre fines de enero e inicios de abril.

Después del contagio, que cree se dio luego de que una mujer se subiera al taxi y estornudara sin tapabocas, estuvo hospitalizado por tres meses, 66 días, en la unidad de cuidados intensivos (uci), 35 de estos con terapia ECMO. Una vez recuperado, intentó volver a la vida laboral, pero no pudo “porque se me subía un pasajero, dos pasajeros, y sentía la zozobra de que de pronto esa persona viniera infectada y me contagiara otra vez”.

| Foto: archivo particular

William, de 35 años, tiene dos hermanos. Vive en Pamplona, Norte de Santander, con su mamá y la familia de su hermana, que es menor. Está buscando un empleo que le permita generar ingresos para su casa, y que también le sirva como terapia psicológica para tratar de retomar su vida.

“No damos más”

María Cristina Florián, coordinadora de las unidades de cuidados intensivos del Hospital Departamental Santa Sofía de Caldas, siente cansancio y pierde la esperanza. Ha atendido a todo tipo de pacientes, jóvenes y viejos. Con la pandemia, los turnos se alargaron y las horas se volvieron lentas.

“¿Para qué?”, se pregunta. El pasado octubre, la familia de uno de sus pacientes que no sobrevivió la amenazó. Según ellos, había ideado el diagnóstico para cobrar un dinero. “Fue el momento de mayor crisis en mi carrera, en mi vida”.

| Foto: ARMIN DE LOS SANTOS

“Ha sido muy duro, y más en medio de tanto cansancio, porque después de más de un año, sentimos que no damos más”, cuenta Carolina Ruiz, especialista en cuidados intensivos del Hospital General de Medellín. Para ella, lo peor es ver a tantos enfermos cuyas vidas se apagan a diario.

Para eludir la angustia, Carolina y Massimo Pareja, su esposo, que trabaja en cuidados intensivos en la Sagrado Corazón y en el Manuel Uribe de Envigado (Antioquia), no volvieron a ver noticieros, y se desconectan del celular tan pronto llegan a la casa. Dedicarse a su hijo de 8 años es la única válvula de escape. “En esto todo es repetitivo, pero uno no está preparado porque nadie te entrena para este nivel de frustración”, dice Pareja.

Clara Inés Patiño, intensivista del Hospital San Jerónimo de Montería, afirma que desde la pandemia su trabajo es de 24 horas, y su teléfono recibe decenas de llamadas de los parientes de sus pacientes, que se comunican desesperados. “Tengo que ser tranquila, he tenido que dar muchas veces las peores noticias”.

“Mejor amar que buscar culpables”

“Por su culpa me voy a morir”. Fueron las últimas palabras de un maestro a sus dos hijos adolescentes, antes de fallecer en una uci en Bogotá. Se cuidó escrupulosamente, pero se contagió después de que sus hijos volvieron de fiesta. Falleció sin perdonarlos. Se estima que en 80 por ciento de las muertes por covid se sabe quién contagió al enfermo.

El periodista antioqueño Carlos Alberto Ospina vio morir por covid a su madre, Eufemia, de 85 años; a su hermana, Luz María, de 61; y a su hermano, Juan Ramón, de 60. El pasado diciembre, una persona cercana los visitó para celebrar el fin de año. Todos resultaron contagiados después del encuentro. Carlos Alberto, de 59 años, batallaba tendido en una camilla cuando se enteró de la muerte de su madre. Nunca ha tocado el tema con esa persona que los visitó.

Cuando estaba en urgencias, otro enfermo de coronavirus le confesó que si llegaba a morir, su hijo, que lo había contagiado, había prometido suicidarse. Cuando salió del hospital se enteró de que aquel hombre había muerto. “Es mejor amar que buscar culpables”, dice el periodista.

| Foto: esteban vega la-rotta-semana

Juliana Cortés, una joven de 25 años, aún se pregunta si fue ella la que contagió a su abuelita, con quien vivía y que falleció por el virus. Y esa duda la perseguirá siempre. La abuela comenzó a sentirse mal primero que ella, pero siempre aseguró estar bien: “Tranquila, mamita”, le dijo, hasta que tuvo que ir al hospital.