MUJERES CONTRA MUJERES, capítulo del libro "Malas"

20 de abril de 2003

La primera relación de la mujer, ambivalente y contradictoria, relación a la vez de enemistad y de amor, es con su madre; después la ambivalencia se extiende a todas las mujeres, próximas y lejanas, amigas, hermanas, hijas, compañeras de trabajo o de grupo social. E1 conflicto es vivido también dentro de cada una, dice Marcela Lagarde.

Cualquier mujer es una enemiga en potencia: cada una disputa a todas las demás un lugar en el mundo a partir del reconocimiento del hombre y de su relación con él, de su pertenencia a sus instituciones sociales y al amparo del poder.

La rivalidad, el enfrentamiento entre mujeres ofrece algunos ejemplos clásicos. Comenzaremos por las diosas. Con motivo de las bodas de Tetis y Peleo, se reunieron en un banquete los dioses del Olimpo. La Discordia, que no fue invitada, dejó una manzana entre la fruta con la siguiente inscripción: «Para la más hermosa». Afrodita, Hera y Atenea lucharon por ser la más hermosa. Prudentemente, Zeus no quiso juzgar el asunto, y pidió que fuera el príncipe Paris quien decidiera la cuestión. Las diosas bajaron al monte Ida y mostraron sus encantos al príncipe... Además, Hera le prometió que, si la nombraba a ella, lo convertiría en dueño del mundo; Atenea le ofreció ser invencible en la guerra. Afrodita le prometió a la mujer más hermosa. E1 famoso Juicio de Paris se resolvió a favor de Afrodita: ésta le concedió a Helena y así comenzó la Guerra de Troya. Afrodita estuvo siempre de parte de Paris, pero Atenea y Hera se convirtieron en enemigas implacables de los troyanos. No será necesario explicar a qué conduce el mito.

E1 mito de la mujer vencedora en virtud de su maternidad se muestra en el ejemplo bíblico de Lía y Raquel. Ambas, hermanas, fueron esposas de Jacob, pero éste desdeñó a Lía-la de los ojos apagados-y no la amaba; prefería en cambio a Raquel-hermosa y de bello aspecto-. Desde el punto de vista humano, así debería ser; pero la mentalidad judeocristiana propone como esencial la maternidad. Así las cosas, Yavé hizo a Lía fecunda, y convirtió en estéril a Raquel. E1 premio de la mujer es la maternidad. La historia de las dos hermanas continúa: entregan a sus propias criadas para que le den más hijos, considerándolos suyos, y no niegan que «luchas sobrehumanas he reñido con mi hermana».

La belleza siempre ha estado relacionada con la mujer; la mujer es, por definición, bella. En la actualidad, el bombardeo de modelos de mujer físicamente perfecta es brutal. Muchas mujeres tienen ese modelo sumamente interiorizado y el físico obsesiona sus vidas. Es este aspecto de la feminidad el más palpable, el más claro, cuando hablamos de rivalidad y competitividad: más que ser la buena, la inteligente o la divertida, debes ser la bella, la diosa. E1 mito de la belleza, como nueva tiranía, ha sido profundamente estudiado por Naomi Wolf.

Añadiremos algunos ejemplos más que nos ayudarán a establecer en qué términos y por qué razones rivalizan las mujeres. María e Isabel Tudor eran hermanastras, nacidas del primer y segundo matrimonio de Enrique VIII con Catalina de Aragón y Ana Bolena, respectivamente. Tras los sucesivos matrimonios y ajusticiamientos, ambas hermanas fueron rebajadas-de princesa a lady-, pero entre ellas existía una competencia por el poder, ya que ambas aparecían en la línea sucesoria tras Eduardo I. Este murió pronto y María fue proclamada reina. Comenzó entonces una terrible persecución contra Isabel, plagada de conspiraciones y encierros. A pesar de las súplicas y las peticiones, la reina María confinó a su hermana en la Torre de Londres, y después la alejó de sí. Sólo al final de sus días cesaron los temores y las amenazas, y la reina María Tudor declaró heredera a Isabel, nueva reina de Inglaterra.

Isabel de Farnesio y María Ana de la Tremouille de Noirmoutier, princesa de los Ursinos, se enfrentaron a la llegada de Isabel al trono de España. Inmediatamente dio comienzo la enemistad entre ambas. María Ana sabía que su competidora era una mujer ambiciosa, fuerte y cultivada. La princesa de los Ursinos confiaba en su influencia política y no dejó de demostrarlo, pero la nueva reina atajó pronto sus maniobras. Se dice que María Ana se negaba a hacer la preceptiva reverencia a su reina y que, incluso, llegó a hacerle notar lo grueso de su cintura, delatando la af1ción a la buena comida de Isabel de Farnesio. A1 parecer, Isabel hizo llamar al jefe de su guardia y le dijo:

-Llevaos de aquí a esta loca que ha osado insultarme.

Sin mediar palabra y sin poder despedirse del rey5 la princesa fue conducida a la frontera francesa con prohibición rigurosa de volver a pisar jamás territorio español.

María Callas y Renata Tebaldi forjaron una historia casi mítica de competitividad profesional. Todo comenzó a finales de la década de 1940, cuando ambas mujeres luchaban por asentar sus carreras en Italia, la cuna del arte operístico. La voz de Tebaldi era clásica, bella, cautivadora y encantaba a los más severos críticos. Callas no era técnicamente perfecta, pero resultaba expresiva, dramática y asumía los papeles a la perfección. En principio, hubiera sido lógico que entre ambas hubiese nacido una mutua admiración. Sin embargo, el hecho de que estuvieran intentando ocupar un lugar preeminente en la misma época, que ambas fueran sopranos y que, por tanto, dirigieran sus miradas a los mismos personajes, las convert1a en competidoras enemigas declaradas. A partir de 1950, con la gira americana, comenzaron los comentarios. En prensa aparecieron críticas de Callas hacia Tebaldi; aparecieron los celos y las intrigas. María Callas acusó a Tebaldi de haber conspirado contra ella y de haberle arrebatado algunos contratos. Los acercamientos fueron sustituidos por malentendidos y la prensa no dudaba en atizar el fuego, recogiendo cuantas frases ofensivas pudieran proferirse:

-Si llega el día en que mi querida amiga Renata Tebaldi cante Norma o Lucía una noche, y después Violetta, La Cioconda o Medea al día siguiente... entonces, y sólo entonces, seremos rivales-decía María Callas-. De lo contrario, sería lo mismo que comparar el champán con el coñac... no, con la coca-cola.

-La sigvara dice que no tengo espinazo-argumentaba Renata Tebaldi-. Respondo que tengo una cosa que ella no tiene: corazón.

El enfrentamiento prosiguió durante algunos meses, hasta que Mana Callas fue paulatinamente desapareciendo de la escena-su vida personal lo imponía-. El paso definitivo se dio unos años después, en 1968, cuando Renata Tebaldi actuaba en el Metropolitan de Nueva York. María Callas asistió al estreno y, tras la función, en el camerino, las dos sopranos se abrazaban y daban por finalizada, ante la prensa, una enemistad inútil. Ambas eran ahora mujeres maduras que, profesionalmente, habían llegado a la cima de sus carreras: ya no tenían que demostrar nada a nadie y, por lo tanto, debieron de sentir que no había razón para seguir representando una enemistad que, además, sólo convenía a terceros.

Es famosísima la enemistad entre Joan Crawford y Bette Davis. El apogeo de esta rivalidad llegó con el rodaje de ¿ Qué fue de Baby Jane? (Robert Aldrich, 1962). Ambas mujeres eran estrellas, aunque habían pertenecido a distintos estudios (la Warner y la Metro). Davis dijo de su oponente:

-Puede que exista el paraíso, pero si Joan Crawford está allí, yo no iré.

-Esos peinados-contestaba Crawford-no son adecuados para personas mayores. Creo que quedarían mejor en un perro...

-Siempre he opinado que su mejor actuación es la de Crawford por Crawford.

-Quítale los ojos saltones, el cigarro y esa extraña voz entrecortada y ¿con qué te quedas?

La competencia profesional, la apariencia física, los sentimientos... todo servia para atacar a la otra. Una rivalidad digna de Hera, Atenea y Afrodita. Sabemos que ésos no son los términos en los que debemos atacarnos, porque sabemos que estamos utilizando patrones que no nos pertenecen.

La explicación convencional de los malestares entre mujeres, señala Shere Hite, reside en que estamos abocadas a competir entre nosotras. ~ Cuál es la razón de esa competencia: La respuesta, también convencional, es que la estructura social hace que las mujeres se disputen a los hombres; aunque hay algo de verdad en ello, continúa la citada autora, nuestros enfrentamientos tienen causas más profundas que han pasado inadvertidas hasta ahora. Los celos motivados por el lugar que una mujer ocupa en el universo masculino no son tanto la razón de las peleas entre mujeres sino un síntoma de deslealtad a la propia condición femenina, una sutil manifestación de que se considera irrelevante la función de la mujer en la sociedad. Los enfrentamientos indican que la otra mujer no nos reconoce o acepta como miembros de primera clase (de la sociedad). Las dudas que la mujer tiene sobre su propia valía le hacen desconfiar también de la valía de las demás. Esto es lo que en gran medida mina las relaciones femeninas y da pie a los enfrentamientos. Conviene no olvidar la importancia de esta devaluación.

Lo que provoca el desencuentro entre las mujeres favorece el encuentro entre los hombres. De ahí que desde el orden masculino se impidan las alianzas femeninas para mantener el poder. E1 primer pacto entre hombres, señala Celia Amorós, fue la exclusión de las mujeres: para mantenerlas al margen es importante que no se encuentren. Ellos decidieron quiénes éramos y qué teníamos que hacer. Aunque nos hayan limitado el espacio, adjudicándonos papeles, destinos, ello no significa que el mundo entero no sea también nuestro, o no pueda serlo, sobre todo si somos capaces de utilizar nuestros recursos.

Parece bastante complicado que una mujer admire a otra mujer, que prescinda de esa mirada hipercrítica y comparativa que arroja sobre las otras. Son muchas, por contradictorio que parezca, las que sienten prejuicios contra el sexo femenino. Como consecuencia de haber internalizado nuestras supuestas carencias, tenemos una especial habilidad para detectar nuestros fallos, nuestras debilidades, y nos atenaza el miedo al ridículo, lo que se traduce en esa inseguridad que sentimos a la hora de actuar en el ámbito de lo público.

La humanidad ha estado sujeta a una visión limitada y distorsionada de sí misma precisamente en virtud de la subordinación de la mujer. «La humanidad ha sometido bajo el yugo a la mitad de sí misma: a la mujer», decía Eugénie Niboyet en su periódico La Voix des femmes (1848). Distorsión y confusión. Esta última surge, dice Lerner, cuando los subordinados absorben y hacen suyas una gran parte de las mentiras creadas por los dominadores. Y es más probable que se dé esa interiorización de las creencias dominantes si hay pocos conceptos alternativos a mano.