Los pilotos de ‘drones’ pasan horas viendo videos aburridos en los que no pasa nada. De repente deben eliminar al enemigo y los invade el terror. Esos cambios bruscos generan errores fatales como muertes de civiles. | Foto: AP

PSICOLOGÍA

No es un videojuego

El trabajo de los pilotos de ‘drones’ a control remoto puede ser tan difícil como el de un soldado en la trinchera. Nuevos estudios revelan que su nivel de estrés, depresión y trauma es muy alto.

7 de marzo de 2013

Los drones son populares, entre otras cosas, porque quienes los operan no corren peligro. Estos aparatos vuelan sobre la zona de guerra a control remoto, lo que elimina el riesgo de que al ser abatidos sus pilotos mueran o sean capturados, lo que suele ocasionar crisis diplomáticas. También son bien vistos porque supuestamente alivian el estrés de quienes los manejan pues en lugar de estar las 24 horas amenazados, trabajan cerca de sus familias con horarios de ejecutivo.


Pero esa misma lejanía con la realidad ha llegado a preocupar a algunos académicos que creen que estar protegidos y no en una lucha de igual a igual puede deshumanizar la guerra. Si los pilotos atacan a su enemigo desde una pantalla similar a la de los videojuegos “van a desarrollar una mentalidad ‘playstation’”, señaló Philip Alston, un funcionario de la ONU.

Y lo que nadie imaginó es que les causara problemas de salud. Pero un reciente estudio, el primero que compara el estrés de los pilotos de drones con el de los que manejan aviones de combate tradicionales, muestra todo lo contrario. El estudio fue hecho por el departamento de Defensa de Estados Unidos, el país que más ha usado drones en sus guerras en Irak y Afganistán. Según Jean Lin Otto, coautor de la investigación, al confrontar las historias médicas de 709 operadores de drones con las de 5.256 pilotos de aeronaves de guerra, el primer grupo registró tasas más altas en 12 condiciones mentales como la ansiedad, la depresión, el estrés postraumático, el abuso de sustancias psicoactivas y los pensamientos suicidas. “Esto demuestra que la guerra, ya sea frente a frente o a control remoto, deja secuelas”, dijo a SEMANA Peter Singer, experto en el tema.

Aunque el estudio no señala las causas, los expertos indican que el aburrimiento les produce estrés ya que pasan horas y horas ante las imágenes de video de la cámara del aparato sin que nada pase. De esos largos periodos de tedio pasan repentinamente a un ataque, lo que ocasiona errores fatales. 

El caso de Brandon Bryant, de 27 años, ilustra lo anterior. En una misión, dio la orden al drone que pilotaba de lanzar un misil hacia una casa en un pueblo entre Baghlan y Mazar-e Sharif, en Afganistán. Cuando ya no era posible abortar la misión vio a un niño salir de esa vivienda. Luego de la explosión no vio señales de vida. “¿Matamos a un niño?” preguntó. Sus compañeros contestaron: “Sí, creemos que lo era”. Bryant no soportó la culpa y el año pasado se retiró de la Fuerza Aérea. El Long War Journal calcula que los drones han abatido a 138 civiles en ocho años debido a confusiones y falta de paciencia. Para evitar esto último, algunos creen que es necesario entrenar a los pilotos a lidiar con ese “nuevo universo surrealista”.

Estos militares, además, deben ver más ampliada la crudeza de la guerra. Los pilotos tradicionales bombardean y salen de la zona cuanto antes, pero “estos deben seguir observando en pantallas de alta definición toda la carnicería”, dice Lin Otto. En ocasiones hasta pueden observar el funeral de sus víctimas. Un oficial del Ejército reveló que siguen a los objetivos humanos durante meses antes de abatirlos y en situaciones diferentes a la guerra: con sus hijos, sus amigos y sus esposas. Así se establece una relación de familiaridad similar a la del oficial de Alemania Oriental en la película La vida de los otros con sus espiados. Y con esa cercanía es más difícil apretar el gatillo. 

Sin embargo, para otros el tema más complicado es el denominado latigazo de transición, resultante de pasar de un ambiente de guerra en el que matan a los enemigos, a salir a las seis de la tarde, al terminar su turno, y llegar a la casa a cortar el pasto y hacer tareas con los niños. “No hay con quién hablar de lo que pasó y así es más difícil mantener la perspectiva”, dice Missy Cummings, una expiloto y desarrolladora de drones.

El Ejército tendrá que tratar a estos pilotos y prepararlos para las vicisitudes de la guerra moderna, pues nadie previó que los combates y las balas a control remoto fueran a resultar mas lesivos para la salud mental que para el túnel carpiano.