NOSTALGIA DE OTRAS EPOCAS

Un baile a la antigua ofrecido por Carlos Ardila y Florencia Borrero ha puesto a muchos a recordar el pasado.

12 de abril de 1993

VISTE AL PRESIDENTE BAlLANDo EL trencito?, ¡Había hasta menú impreso de desayuno!, ¡Las más lindas eran María Emma y Josefina Dávila.~ ¡Como que la piscina era más grande que la del Country!". Comentarios como éstos eran los que se oían en los círculos sociales a principios de la semana pasada por cuenta de la fiesta que dieron Carlos Ardila Lulle y Florencia Borrero el viernes anterior en su residencia de las Colinas de Suba.
En una ciudad donde hasta hacía poco tiempo no se hablaba de otra cosa que de Pablo y de los Pepes, durante algunos días sólo se habló de Carlos y Florencia. Y ¿cuál era el orígen de todo ese alboroto? Muy sencillo, los dos decidieron, sin motivo aparente, ofrecer una fiesta espectacular. No había cumpleaños, no había matrimonio, no había inauguración de empresa. Sólamente el deseo de compartir unos momentos alegres con algunos amigos.
La fiesta tuvo de todo. Florencia Borrero, que todavía es caleña de corazón decidió revivir el espíritu de las fiestas que conoció cuando era soltera. En estas todo el mundo estaba alegre y baila ba al son de una buena orquesta hasta el amanecer. Evocando esas épocas, Florencia quiso romper con la monotonía de los eventos sociales contemporáneos que por lo gencral no son más que ter tulias de pie con whisky en mano.
El evento fue planeado cuidadosamente hasta cl último detalle. En los mil metros cuadrados que tiene la piscina cubierta de Carlos Ardila se distribuyeron mesas redondas para grupos de 10 personas. La idea era que los 300 y pico de invitados estuvieran sentados. Para darle un toque íntimo se descartó toda iluminación artificial y se recurrió a los candelabros. En cuanto a la comida se decidió que no hubiera samobares, lo cual le creó bastantes problemas al hanquetero Roherto Vélez. La música corrió por cuenta de Los Diablos del Carihe -la orquesta que acompañó a Celia Cruz-, la cual alternó con Alfredo Gutiérrez y sus Valle natos, y los boleros de Aura Cristina Geithner. Y, como si fuera poco, en la pantalla panorámica de cine, situada en el área de la piscina, se exhibió toda la noche en silencio la película 'Drácula" de Francis Coppola. El evento duró hasta las 10 de la mañana, y para pesar de las revistas de farándula, no se permitió la entrada a los fotógrafos.
A pesar de lo frívolo que pudiera parecer todo esto, llamó la atención que algo tan intrascendental como una fiesta llegara a convertirse en noticia.
Para muchos evocaba nostálgicamente una época ya desaparecida. Hasta hace un cuarto de siglo la sociedad bogotana vivía de baile en baile. El vestido largo era parte del ajuar de toda mujer distinguida. El smoking no se podía alquilar. La champaña no era exclusiva de los matrimonios y la música la proporcionaba siempre una orquesta. Eso era considerado relativamente normal. Especial mente elegante era una fiesta de frac, prenda que sí tocaba alquilar -o por lo menos prestar-, pues casi nadie la tenía.
Hoy las cosas han cambiado. La rumba de los hijos de quienes vivieron aquella belle epoque gira alrededor de la calle 82 de Bogotá, donde el traje de rigor son los bluyines desteñidos, las botas vaqueras y las chompas. Y esta no es la ropa de diario sino el atuendo especial para salir de noche. Las veladas en las ca sas de los Holguín, los Pombo y los Santamaría han sido re emplazadas por los viernes en Bahía, Soho, Roxy y Harry's Cantina. "Es que hasta 1965 la gente vivía en casas grandes y elegantes. Después todo el mundo se fue a vivir en apartamentos" afirma Roberto Vélez, el principal banquetero de la sociedad bogo tana de hoy. Según él, eso desplazó los bailes de las mansiones a los clubes, y con eso se acabaron, pues un baile es algo personal y un club es sinónimo de lo impersonal. Por otro lado, el costo de una buena fiesta es altísimo. Se calcula que puede acercarse a los 2 millones de pesos, sin ninguno de los lujos de Carlos Ardila, lo que no está al alcance de muchos aristócratas venidos a menos. Otra costumbre que desapareció fue la de la pre sentación de las niñas en sociedad. Hoy, si acaso, se hace una fiesta a los 15, esa sí en el apartamento y con miniteca.
Son tan pocos los grandes eventos sociales de los últimos cinco años, que todo el mundo se acuerda de ellos.
Hasta la fiesta de los Ardila, el Oscar se lo había llevado el baile con motivo de los 75 años del Country Club, que también fue todo un éxito. Pero fuera de eso nada. Lo más parecido a una presentación en sociedad por estas épocas fue la fiesta ofrecida en honor de las niñas Lara, el año pasado en el Jockey Club. Esa misma familia protagonizó otro evento social importante, un año antes, con las hodas de plata de Jaime Lara y Martha Isabel Espinosa.
Eso en cuanto a las fiestas de smoking, pues el frac se ha vuelto una prenda como para baile de disfraces. La última celebración privada de frac que hubo en Bogotá fue el matrimonio de Ricardo Vargas y Bárbara Escobar en 1967. Fue tal la complicación de vestir a 500 personas con ese escaso atuendo que tuvo que ser descontinuado.
El smoking sí sobrevivió los cambios de los tiempos, y su utilización se mantiene sólida y pareja. No se puede decir lo mismo del vestido largo.
Como sucedió con el frac, ya son pocas las que lo tienen. Y casi nadie, si está por debajo de los 25 años. En la fiesta de los Ardila, que era de largo, uno que otro corto se vio.
Será que toda esta nostalgia significa que volverá la moda de los bailes de gala? A pesar del éxito del baile de los Ardila, la respuesta parece ser negativa. No tanto porque la gente no esté dispuesta a echar la casa por la ventana sino porque ya no hay muchas casas de esa dimensión que puedan ser echadas por la ventana. Los requisitos de una gran fiesta son, además de la elegancia, que sea personal. Y personal significa que el anfitrión recibe en su residencia. Fuera de Carlos Ardila y Florencia Borrero son muy pocos los colombianos que tienen la infraestructura para hacer en su propia casa eventos de esta magnitud.