Notas de vida moderna de esta semana

La bebé probeta cumple 40

El 27 de julio de 1978 el mundo despertó con la noticia del nacimiento de la primera bebé probeta. La bautizaron Louise Brown y próximamente cumplirá 40 años. Lo mismo sucederá con la técnica de fertilización in vitro (IVF) que ha facilitado la concepción a muchas parejas que por diferentes motivos no pueden tener hijos. Se calcula que entre 3 y 6 por ciento de los niños se conciben hoy gracias a este procedimiento. Quien logró la hazaña fue el fisiólogo británico Robert Edwards, y aunque el procedimiento fue considerado por muchos como una herejía, hoy no está revestido de estigmas. La técnica abrió nuevas puertas para entender la reproducción humana y pavimentó la vía para la investigación con células madre. También hizo pensar al mundo sobre la importancia del tamizaje genético y puso el debate moral sobre el estatus del embrión.

Las revolucionarias tijeras del ADN

Investigadores de la Universidad de California en San Francisco encontraron un método de edición genética más rápido, económico y versátil para reprogramar las células T del sistema inmune. Gracias a esto se podría insertar ADN saludable en un tiempo mucho más corto para tratar enfermedades como el VIH, la artritis y el cáncer. En el caso del VIH, por ejemplo, funcionaría así: teniendo en cuenta que el virus afecta las células T, si se logra con la técnica mejorar el sistema inmune de modo que el virus no pueda entrar en dichas células, la persona infectada con VIH nunca desarrollaría sida. Las células T que ya están infectadas morirían y serían reemplazadas por las sanas.

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Hasta ahora ningún paciente ha sido tratado con esta técnica, pero la importancia del descubrimiento radica en las grandes aplicaciones futuras en la investigación, la medicina y la industria. En el estudio, publicado en la revista Nature, los investigadores utilizaron el método para alterar las células anormales del sistema inmune en niños con una enfermedad genética rara. Solo falta aplicarlas en esos pacientes con el fin de curar la enfermedad.

Idéntico a mamá

Una app de reconocimiento facial ayudaría a las mujeres infértiles a encontrar la donante de óvulos que más se parezca a ellas. Fue desarrollada en España por la firma Ovobank y funciona con preguntas sobre la etnicidad y el tipo de sangre de la paciente. Luego mide más de 100 puntos de su cara, información que se contrasta con los cientos de donantes que tiene la compañía en su base de datos. La aplicación les indica cuál de esas podría ser la opción más adecuada, con el fin de que sus hijos tengan rasgos similares. Tal como están las cosas hoy, quienes deciden qué óvulos se usan son los operarios de los centros de concepción, basados en las características físicas visibles tanto del donante como del paciente, pero este algoritmo sería mucho más eficiente y certero en la búsqueda. Otros ya han desarrollado este tipo de tecnología para hacer lo mismo con los donantes de semen.

Por qué los viejos viven felices

Un estudio hecho por expertos de Canadá y Estados Unidos parece haber encontrado la razón por la cual la vejez llega con felicidad. Según la investigación, el cerebro sencillamente protege al individuo de experimentar sentimientos y recuerdos negativos. Esto se pudo observar al estudiar las reacciones de viejos y jóvenes ante eventos como una votación o un examen médico. Mientras que un joven veinteañero sentía ansiedad en dichas circunstancias, uno sesentón veía la situación con más ecuanimidad. “Los adultos más viejos priorizan su salud emocional a tal punto que se autorregulan ante situaciones negativas”, dijo la directora del trabajo, Britanny Corbett, neurocientífica de Georgia Institute of Technology.

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En otras palabras, mientras el cerebro joven tiende a estar en un estado de hipervigilancia para poder asumir las amenazas, en los adultos viejos sucede lo contrario y el cerebro se enfoca en apaciguar las malas emociones e incluso evitar la formación de recuerdos no placenteros.

Cifra

6.071 calorías quema, en promedio, un ciclista durante cada día del Tour de Francia, lo que equivale a 9,3 hamburguesas o a 20,9 pedazos de ‘pizza’, según datos aportados por expertos en medicina del deporte.