NUNCA LLEGAN CARTAS...

Un curioso libro pretende revivir el perdido arte de escribir cartas de amor.

14 de enero de 1991

Cuando fue la última vez que le llegó algo interesante en el correo? Aparte de los extractos bancarios y de las tarjetas de crédito, de los recibos de servicios y de las promociones que se ofrecen por correo directo, es probable que lo último que le haya causado una fuerte impresión al sacarlo del buzón, haya sido un aviso de corte del teléfono. Y esto es debido a que el arte de escribir cartas está en franca decadencia.

Pero en tiempos pretéritos, la gente entendía el valor de las cartas. Había algo encantador, misterioso y clandestino en las cartas. Inclusive el sabor de lo prohibido. A las mujeres del siglo pasado ni siquiera se les permitía tener correspondencia con hombres, a no ser que fueran sus esposos o sus prometidos. El poder de lo escrito era inmenso y las madres lo sabían. Había para algunos, cierto erotismo implicado en el acto mismo de escribir: el rasguño de la pluma sobre el papel, el destello que la luz de la vela arrancaba del tintero de plata, el brillo del rojo del lacre con que se sellaban las cartas, las insinuantes iniciales estampadas del remitente.

Mucha historia y sobre todo pequeña historia se ha podido reconstruir a través de las cartas. ¡Cuantas se han hecho famosas. Pero cuántas anónimas y hermosas se han escrito también a lo largo de los siglos! El porqué de muchos suicidios, la razón de separaciones y olvidos, y las más derretidas cartas de amor han dejado constancia de lo que sintieron muchos personajes. Un libro, "Las más bellas cartas de amor", recién editado en Colombia por la Oveja Negra, reune famosos ejemplos de ello, como la misiva que dejara la escritora Virginia Woolf el día de su suicidio, la dolorida carta que enviara James Joyce a su esposa al enterarse de su infidelidad, la despedida definitiva de Manuela Saenz a su esposo inglés y único registro del amor "conceptual" de Sartre por la Beauvoir.

Pero quizás la parte más curiosa del libro es el capítulo final, donde se dan una serie de modelos para quienes estén interesados en revivir este viejo arte: Cómo declararse, Declaración de un hombre de cierta edad a una joven, Respuesta a una contestación negativa y Cómo pedir perdón, son algunos de los temas elegidos para entrenarse en el arte de comunicarse por escrito.

Escribir no es fácil, pero bien vale la pena el esfuerzo ante el infinito placer de recibir una respuesta. En una sociedad donde la tecnología lo ha ido invadiendo todo, esa agitación anticipatoria que se siente cuando se toma en las manos un sobre y se reconoce una letra, ha ido perdiendo terreno frente a los mensajes escritos en computador, los comunicados y promociones publicitarias que llegan por correo, los telefax, los telegramas y las llamadas telefónicas. Y aunque la moderna agilidad de la información tiene innumerables ventajas, nada compensa la emoción que produce una carta esperando en la mesa de la entrada, cuando se llega a la casa al final de la jornada.

Paradójicamente, la explosión tecnológica le imprimió velocidades increíbles a la comunicación, pero también empobreció su contenido. Hoy en día, quien se toma el trabajo de escribir una carta es para dejar constancia de una operación comercial o un acuerdo legal. La vieja costumbre de poner sobre papel lo que se piensa o se siente ya no sólo está en desuso sino que es, inclusive, considerado "cursi". Sin embargo, la historia del mundo antes del telégrafo quedó registrada en innumerables documentos que dejaron evidencia sobre lo humano y lo divino. Hoy en día la mayoría de las "transacciones" humanas quedan perdidas en los hilos del teléfono.

El teléfono, en particular, ha acabado definitivamente con la comunicación "de puño y letra". A pesar de la inmediatez, el aparato no compensa el encanto de saborear largamente una carta cuando se esta sólo. El teléfono acabó con el rito de la tinta y el papel y rompió esa especial intimidad que tiene y conserva una carta. Además de que es imposible comparar el estridente ring de un teléfono con el placer de abrir cuidadosamente un sobre blanco con la expectativa de saber que dice esa letra tan conocida, la llamada telefónica puede ocurrir en un sinnúmero de ocasiones inoportunas: a la hora de la comida, cuando se está a punto de quedar dormido, en medio de una película interesante o, simplemente, cuando no se tiene ganas de hablar.

Pero quizás la más dramática diferencia entre una conversación por teléfono y una carta, es que después de la primera sólo queda el silencio. No hay líneas para leer y releer, ninguna dulce evidencia para sostener en la mano, nada para guardar en el fondo de un cajón y para volver a ver cuando llegue el momento de los recuerdos.

Mucho se ha perdido con la extinción de las cartas. En ellas, se hacía un esfuerzo por encontrar las palabras precisas para decir con propiedad cosas profundas . En cambio, el cara a cara a veces dificulta mucho la comunicación de sentimientos. Por eso, hay quienes afirman que mientras más inclinadas se sienten las personas a no escribir, más se empobrecen sus vidas. Inclusive algunos expertos en relaciones humanas han llegado a afirmar que los problemas de comunicación que derivan en relaciones rotas y en conflictos, se deben en parte a la cada vez menor capacidad de expresarse que tienen las personas.

Son muchos los casos de vínculos que se deterioran o desaparecen por una lengua trabada, incapaz de decir lo que siente y piensa en frente de otros. Además, ciertas cosas que pueden sonar muy bien por escrito, resultan asombrosamente cursis cuando se dicen en voz alta. Y para no pocos, eso significa sentirse incómodos frente al amigo, al esposo o esposa, al amante o aún a los hijos.

Las cartas buenas, no importa su extensión, dicen los que saben, son aquellas que se escriben en tono familiar y no en el ortodoxo estilo que sugieren los profesores de colegio. Son auténticos pedazos autobiográficos o chismes a través de los cuales las personas expresan sus verdaderos pensamientos y sentimientos. Y en estos días, aunque suene extraño, pueden ser la manera de limar asperezas y de resolver conflictos. No son pocas las parejas y los padres e hijos que se escriben aún viviendo en la misma casa. Parece ridículo pero funciona.
Son muchos los conflictos de padres e hijos, cuyas conversaciones inevitablemente terminan en garroteras, que pueden resolverse a través de las cartas. Por ejemplo, una madre confiesa que su hija adolescente era completamente inaccesible. Era imposible acercársele, cualquier intento terminaba en pelea y en gritería. La madre resolvió un día escribirle y pasarle la carta por debajo de la puerta de su cuarto. "Me recuerdas mucho a mí misma cuando tenía tu edad empezaba la carta. Me reconozco en ti. Detestaba entonces a mi mamá, la consideraba pasada de moda, terca, preocupada por cosas que a mí no me importaban, como la plata y la forma de vestirme. ¿Es lo que yo te parezco a ti? Al día siguiente, debajo de la almohada, la madre encontró una nota: ¡Diste en el clavo! No era ni muy cariñosa ni propiamente sutil, pero era algo. Las notas entre una y otra continuaron y fueron cambiando de tono. Las asperezas se limaron, las relaciones mejoraron y escribir cartas se convirtió en un pasatiempo entretenido y útil.
En cuanto a la forma de escribirlas, a mano o a máquina, hay dos "escuelas". La que considera que hacerlo a máquina es, en cierta forma, una profanación, y la más pracmática, que considera que una persona puede expresarse igualmente bien a través de una máquina y evitarle a su corresponsal el problema de descifrar los jeroglíficos que constituyen su muy personal letra. El problema es para la mayoría, nunca nadie que se respete ha escrito una gran carta de amor a máquina. Es un despropósito. Lo mismo que una nota de suicidio. Por dramático que suene, resultaría bien extraño escribirla a máquina. Indudablemente, las cartas son un placer que se ha perdido, tal vez para siempre.
Del escritor James Joyce a su esposa Nora Bernacle, tras descubrir la infidelidad de esta última.
... He sido franco en lo que te he contado de mí. Tú no lo has sido conmigo.
En la época en que solía encontrarme contigo en la esquina de Merrion Square y pasear contigo y sentir tu mano tocarme en la oscuridad y oír tu voz (¡Oh, Nora! Nunca más oiré esa música porque nunca mas podré confiar!), en la época en que solía reunirme contigo, una noche sí y otra no tenías una cita con un amigo mío a la puerta del Museo, ibas con él por las mismas calles, por la orilla del Dodder. Te quedabas parada con él: te rodeaba con el brazo y tú alzabas la cara y lo besabas ¿Qué más hacíais juntos? ¡Y la noche siguiente te reunías conmigo!
Acabo de oírlo hace una hora de sus labios. Tengo los ojos llenos de lágrimas de pena y mortificación. Tengo el corazón lleno de amargura y desesperación. Sólo veo tu cara alzada para juntarse con la de otro. Oh, Nora, compadéceme por lo que sufro ahora. Voy a pasar días llorando. Mi fe en esa cara que amaba ha desaparecido. Oh, Nora, Nora, ten piedad de mí pobre y desgraciado amor. No puedo llamarte querida mía porque esta noche me he enterado del único ser en quien confiaba no me fue leal.

Oh, Nora, tiene que acabar todo entre nosotros?
Escríbeme, Nora, por mi amor muerto. Me veo torturado por los recuerdos.

Escríbeme, Nora, sólo te amaba a ti: y me has hecho perder la confianza en ti.

Oh, Nora, soy desdichado. Estoy llorando por mi pobre amor desgraciado.

Escríbeme, Nora.

Jean Paul Sartre, el padre del existencialismo, a su eterna novia Simone de Beauvoir.

Querido amor mío:

Tengo mucho sueño y sin embargo es urgente que te escriba unas líneas para decirte que esta semana me faltó tiempo para amarte de otro modo que con un amor puramente conceptual, pero que ahora ha vuelto a mí intacto. Te amo como te amé la noche de Nils Holgerson, con la misma ternura contenida y el temor de hacerte daño que me impulsaba a rozarte tan sólo con los dedos, algo cien veces más violentos transportes, mi querida chiquilla de porcelana. Tendrás sin duda el aspecto de una chiquilla de porcelana, con la carita fruncida y contrariada y la nariz arrugada. Lamento muchísimo tu dolor de cabeza y te autorizo a que suspendas por un tiempo todo amor intenso hacia mí.

El hombre de la célebre "capacidad de trabajo" echa los bofes inútilmente para trabajar más de un cuarto de hora al día. No hay nada que hacer. Pero muy pronto ella, mi capacidad de trabajo, se despertará, como se ha despertado él, mi amor por ti. Y si ella adquiere su fuerza y su lozanía (las de mi amor) no habrá bastantes horas....

Te amo apasionadamente
Jean.

Ante la insistencia de su primer marido, James Thorne, para que regresara, Manuela Saenz decidió ser definitivamente enfática en la última carta que le escribió.

" No, no y no; por el amor de Dios, basta. ¿ Por qué te empeñas en que cambie de resolución? ¡Mil veces no! Señor Mío, eres excelente, eres inimitable. Pero, mi amigo, no es grano de anís que te haya dejado por el general Bolivar; dejar a un marido sin tus méritos no sería nada. ¿ Crees por un momento que después de haber sido amada por este general durante años, de tener la seguridad de que poseo su corazón, voy a preferir ser la esposa del Padre, del Hijo o del Espíritu Santo o de los tres juntos? Se muy bien que no puedo unirme a él por las leyes del honor, como tu las llamas, pero, ¿ crees que me siento menos honrada porque sea mi amante y no mi marido ?

..Déjame en paz, mi querido inglés. Amas sin placer. Conversas sin gracia, caminas sin prisa, te sientas con cautela y no te ríes ni de tus propias bromas. Son atributos divinos, pero yo, miserable mortal que puedo reírme de mí misma, me río de ti también, con toda esa seriedad inglesa. ¡Cóno padeceré en el cielo! Tanto como si me fuera a vivir a Inglaterra o a Constantinopla. Eres más celoso que un portugués. Por eso no te quiero. ¿Tengo mal gusto?

Pero basta de bromas. En serio, sin ligereza, con toda la escrupulosidad, la verdad y la pureza de una inglesa, nunca más volveré a tu lado....

Siempre tuya,

Manuela.

La escritora Virginia Woolf se suicidó lanzándose a un río. Ese día, dejó en su cuarto esta carta a su esposo.

Querido:

"Estoy segura de que, de nuevo, me vuelvo loca. Creo que no puedo superar otra de aquellas terribles temporadas. No voy a curarme en esta ocasión. He empezado a oír voces y no me puedo concentrar. Por lo tanto, estoy haciendo lo que me parece mejor. Tu me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todo momento todo lo que uno puede ser. No creo que dos personas hayan sido más felices hasta el momento en que sobrevino esta terrible enfermedad.

No puedo luchar por más tiempo. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y lo harás, lo sé. Te das cuenta, ni siquiera puedo escribir esto correctamente. No puedo leer. Cuanto quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente pasiente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirte... todo el mundo lo sabe. Si alguien podía salvarme, hubieras sido tú.. No queda nada en mí salvo la certidumbre de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo. No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que nosotros hemos sido".