INVESTIGACIÓN

Para ser felices

Un estudio que lleva 70 años en la Universidad de Harvard, para buscar las claves de la salud, el éxito y la felicidad, empieza a arrojar resultados.

30 de mayo de 2009

Los estudios longitudinales, aquellos que incluyen mediciones de sus participantes en diferentes momentos de la vida, son escasos debido no sólo a su costo, sino a que sus resultados sólo son apreciables a largo plazo. A pesar de estas limitaciones, en 1937, Arlie Bock, un médico de Harvard, se embarcó en uno de los más completos y largos trabajos de investigación hasta el momento: el Estudio Grant, llamado así porque su primer patrocinador fue el millonario W. T. Grant. La idea era escoger estudiantes de diferentes áreas del conocimiento y seguirlos durante toda la vida para poder analizar los factores emocionales y las características fisiológicas que llevaban a una existencia exitosa. Y qué mejor muestra que 268 jóvenes inteligentes, cultos, ambiciosos y ricos de esta prestigiosa Alma Máter, entre quienes estaban el presidente John F. Kennedy y el periodista Ben Bradlee, del Washington Post.

Cada miembro del grupo fue visitado anualmente por los investigadores para practicarle cuanto examen físico y sicológico iba permitiendo la ciencia. Aunque a los 10 años Grant dejó de auspiciarlo, por fortuna la Fundación Rockefeller se interesó en el proyecto y siguió asumiendo los costos. En la década de los 50, sin embargo, el estudio volvió a quedar sin doliente hasta cuando la Phillip Morris se hizo cargo por un tiempo. En 1967, George Vaillant, un siquiatra de Harvard, volvió a sacarlo del olvido y dedicó gran parte de su vida laboral a desarrollarlo. Ahora, cuando el estudio cumple 72 años, ha retomado interés, pues el paso del tiempo permite comenzar a sacar conclusiones.

En 1992, cuando los hombres de Harvard se acercaban a la edad de jubilación, Vaillant encontró las primeras respuestas, siete factores que marcan la diferencia entre ser felices y saludables, o tristes y enfermos. El primero es utilizar mecanismos de adaptación sanos en las circunstancias difíciles. Adaptarse implica tener respuestas inconscientes al dolor, al conflicto y a la incertidumbre que se reflejan en el comportamiento. Las reacciones inmaduras como la agresión, la hipocondría o la fantasía son las menos saludables, mientras las más positivas son el altruismo, el humor o la sublimación. Ejemplos de adaptación buena y mala abundan en el estudio. Está la historia de un sujeto cuya verdadera identidad se ocultó bajo el nombre de David Goodhart, que provenía de una familia de clase media, y la de Carlton Tarrytown, quien creció en un suburbio elegante y en el seno de una familia acomodada. Ambos tenían padres alcohólicos. La madre de Goodhart fue descrita como irritable y ansiosa; la de Tarrytown, como enferma de depresión. A los 53 años, después de tres divorcios y una historia de alcoholismo, Tarrytown se suicidó. Goodhart, por el contrario, fue un activista de derechos humanos reconocido que llegó a vivir 70 años. Al observar estos relatos, Vaillant encontró que adaptarse a las circunstancias era una alquimia un poco azarosa, "un mecanismo análogo a la gracia involuntaria por la cual una ostra, que lidia con un irritante grano de arena, luego produce una hermosa perla".

Al comienzo, el grupo del estudio Grant tenía dos veces más tendencia a usar mecanismos inmaduros, pero a la edad de 40 empleaban cuatro veces más mecanismos adultos. "Entre 50 y 70 años, el altruismo y el humor se volvieron más frecuentes y las respuestas inmaduras más escasas", dice Joshua Wolf Shenk, un periodista que por primera vez tuvo acceso a los expedientes del grupo de estudio y escribió una historia para la revista The Atlantic.

Los otros factores son más familiares: no fumar, hacer ejercicio, tener un peso saludable y no abusar del alcohol. También está la educación y llevar un matrimonio estable. La relación que un hombre tuviera a los 47 años fue determinante de una mejor adaptación a la vejez.

De 106 hombres que tuvieron estos factores a su favor a los 50 años, la mitad llegó a vivir 80 y fue clasificada por Vaillant en la categoría de felices y sanos, mientras los hombres que tuvieron apenas tres o menos de estos factores no vivieron tanto, aun cuando tuviesen buen estado físico.

Un tercio de los alumnos de Harvard sufrió al menos de un problema mental. El 70 por ciento de los que fueron diagnosticados con depresión a los 50 años ya ha muerto o estaban muy enfermos al cumplir 63 años. Los pesimistas sufrieron físicamente más que los optimistas y aquellos con buenas relaciones con sus hermanos gozaron de mejor salud que quienes no las tuvieron. De hecho, el siquiatra encontró que las habilidades sociales determinan una vida más placentera que una buena cuna o la inteligencia. En general, las relaciones afectivas son tan necesarias que, incluso si no hay una relación estrecha con los padres, se pueden establecer fuertes vínculos con los hermanos, amigos o mentores.

En el alcoholismo, un tema de especial interés para él, Vaillant logró dilucidar que no son las desgracias las que llevan a un hombre a ahogar las penas en el trago, sino que esa condición es la que detona situaciones dramáticas como la pérdida del trabajo o la disolución del matrimonio.

El estudio produjo revelaciones sorprendentes. Para empezar, que el nivel de colesterol en la sangre a los 50 años no dice nada acerca de cómo será la salud durante la vejez. Que la posición social influye al principio, pero va perdiendo importancia con el tiempo. Lo mismo el temperamento de las personas; los tímidos y ansiosos, a quienes les va mal en la adolescencia, a los 70 años tienen las mismas probabilidades de estar en la categoría de felices y sanos que los extrovertidos. El dinero y el prestigio social no son tan buenos indicadores de la felicidad como la educación. Incluso, Vaillant hizo una correlación entre ciertos rasgos de la personalidad y la filiación política. Los demócratas fueron aquellos descritos como sensibles, culturales e introspectivos, y los republicanos, como pragmáticos y organizados.

Vaillant, quien tiene casi la misma edad del estudio, ha enriquecido y ampliado el objetivo de la investigación al incorporar a la muestra de Grant la de otro estudio con un grupo de jóvenes pobres de Boston, que comenzó en 1939 pero fue abandonado hace mucho tiempo. Una vez logró contactar a los participantes de ese trabajo obtuvo otras conclusiones interesantes. En general, el número de factores positivos de los estudiantes de Harvard les ayudó a vivir al menos 10 años más que los de la muestra de Boston, que presentaba menos índices de educación, más obesidad, y más consumo de cigarrillo y alcohol. Curiosamente, mientras en el grupo de Boston había el 50 por ciento más de probabilidades de adicción al alcohol que en los de Harvard, los que lo hicieron en dicha muestra tuvieron mayor probabilidad de recuperarse que los de la prestigiosa universidad porque "es más fácil para alguien que duerme en la calle reconocer su alcoholismo que para quien bebe todas las noches en un club privado", explicó el experto a la revista de la universidad.

Muchos pueden pensar que estas conclusiones son obvias. Es posible pensar también que el autor inicial del estudio era un poco ingenuo al creer que con este podría encontrar respuestas específicas sobre cómo tener una buena vida. De hecho, cuando Block supo que a los 50 años un tercio de los participantes había tenido algún tipo de enfermedad mental, le dijo a Vaillant: "No entiendo, pero si eran normales cuando los escogí". Lo anterior muestra que observar a alguien en un momento de la vida puede ser erróneo. Vaillant, quien sigue investigando a los que aún quedan vivos, se encontró con personas muy complejas como para sacar de allí simples recetarios. "Sus vidas son demasiado humanas para la ciencia", escribió el experto en su libro Adaptation to Life. Lo más significativo, según él, fue verlos madurar, convertirse en padres y luego en abuelos y, más recientemente, demostrar que la vejez no es tan terrible como ellos imaginaron cuando jóvenes.