PARAISOS EN VENTA

El mercado de islas está en furor y los precios van desde 10 mil hasta 30 millones de dólares. Un aleman es el rey de este negocio.

15 de mayo de 1989

El sueño de vivir como Robinson Crusoe ha convertido en millonario a un alemán de ascendencia iraní, Fahad Vladi. ¿Su profesión? Negociante de islas. Por insólito que parezca, este hombre ha vendido, en diez años, 450 islas y actualmente tiene en su catálogo de ofertas otras 400.
Vladi vive entre un avión, sobrevolando mares y océanos, en busca de islas paradisiacas para incluirlas en su pintoresco catálogo de ventas. Las hay para todos los gustos y en todas las latitudes. Con o sin palmeras equipadas o desiertas, con playas o campos de golf, en pleno trópico o cerca al polo Norte. En este momento, la más cara que tiene en venta está en las Islas Vírgenes británicas. Cuenta con campos de golf, dos mansiones y varias playas. Su propietario es un cardiólogo norteamericano y "Vladi Islas Privadas" la ofrece por 25 millones de dólares. La más barata, es una pequeña extensión cubierta de bosque salvaje en la costa de Nueva Escocia, que da por la irrisoria suma de 10 mil dólares. Poco dinero tratándose de un sueño. Lo que Vladi pretende es convencer a la gente que no se necesita ser Onassis para poseer una isla propia y, según sus ofertas, por el precio de un apartamento en Bogotá él puede convertirlo en un Robinson Crusoe. Claro que las islas no son para vivir. La mayoría de los compradores sueñan con un lugar, lejos del mundanal ruido, para sus vacaciones. Muy pocos quieren escapar completamente del estrés y el esmog, como un agricultor alemán que se radicó hace unos años en una inhóspita isla cerca al Canadá. Y todavía más raros son aquellos que adquieren una isla como inversión. Sin embargo, recientemente un norteamericano le compró, de una vez, siete islas.
El negocio ha resultado rentable Vladi coloca de 20 a 30 islas por año sin tener que preocuparse de que un eventual crack de la bolsa afecte sus negocios. Los altibajos de la economía mundial poco tienen que ver con su exótico mercado. No obstante, éste no es un trabajo sencillo. La misma dosis de astucia se requiere de paciencia. Primero, hay que recorrer el mundo para localizarlas. Una vez ubicadas, es necesario visitarlas para conocer el lugar y sus alrededores. Luego hay que encontrar al propietario y averiguar además si desea venderla, y a qué precio. En cuanto a los clientes, Vladi parece no tener mayor problema. Para empezar, nunca ha hecho publicidad a su original oficina de finca raíz. En primer lugar, porque no puede perder tiempo con curiosos o atendiendo demandas extravagantes. En segundo término, nunca ha necesitado de agentes vendedores porque todos los nuevos clientes le llegan por intermedio de los antiguos. Así que sólo requiere de una pequeña oficina en Hamburgo, con doce empleados.
Vladi inició su profesión cuando era un estudiante de ciencias económicas en Hamburgo. Hijo de un iraní y una alemana, era un enamorado de las islas y en un viaje de vacaciones a las Seychelles, en 1967, encontró una isla en venta, por la cual su propietario pedía, en aquella época, 350 mil dólares. En el avión de regreso, Vladi comenzó a maquinar un plan: para recuperar sus gastos, buscaría un comprador. Y no tuvo que ir lejos. Su padre, un importante exportador, le presentó a sus amigos y así, a los 23 años, Vladi recibió su primera comisión por una isla. Al terminar sus estudios, Vladi entró a trabajar en el Deutsche Bank pero en sus vacaciones recorría las costas de Gran Bretaña, Suecia y Dinamarca en busca de pequeños y atractivos cayos para negociar. Hoy sus viajes son cada vez más largos. Después de Europa, Norteamérica, el Caribe y algo de la Polinesia, está pensando extender su búsqueda a Nueva Zelanda y Australia. Aunque su competencia se cuenta en los dedos de una mano, la verdad es que la oferta de islas es cada vez más limitada. En primer lugar, porque los Japoneses parecen querer cargar con todo en el Pacífico y sus yenes elevan los precios en Hawai. Por otra parte, parece haber tantos millonarios como islas en el mar y la mayoría pertenecen a poderosas familias que no quieren soltarlas por nada del mundo. Los Rockefeller, por ejemplo, poseen dos docenas de islas sobre las costas de los Estados Unidos. Y para rematar, en otras latitudes no es tan fácil adquirir islas. En Dinamarca, es necesario ser agricultor para comprar una. En Grecia, fabuloso mercado, es practicamente imposible concluir algún negocio porque los registros de propiedad son un verdadero desastre y el laberinto para obtener los derechos desalienta al más entusiasta. Pero el verdadero dolor de cabeza de este próspero mercader de sueños es que las más exóticas islas han terminado arrendadas a extranjeros por contratos prácticamente vitalicios. Eso acontece en Indonesia, Filipinas, Tailandia, India y las Maldivias.
Esto hace que cualquier magnate que quiera hacerse a una isla debe recurrir al catálogo de Vladi, el más variado y confiable del mundo. Por lo demás, cualquier persona que tenga disponibles dos millones y medio de dólares puede obtener un islote en Jamaica. Por menos, un millón y medio de dólares (54 millones de pesos), encontrará un magnífico y solitario paraje en las Fidji o una preciosa isla cerca a Venecia con todo y villa del siglo XVIII. Es sólo cuestión de escoger entre Ibiza o las Bahamas, o si se prefiere entre Gran Bretaña y Córcega. Incluso hay todo un archipiélago desierto a 900 kilómetros al sur de Hawai, que perteneció en una época al ejército norteamericano y hoy es propiedad de un magnate. El único problema que tiene este paradisiaco lugar es que al ser relevado de la jurisdicción federal, su régimen fiscal quedó en el aire. Esto, sin embargo, no ha disminuido en un ápice las pretensiones de su propietario: ¡30 millones de dólares! Y eso, sin contar que para adquirirlo el futuro dueño debe tener previstos los medios de acceso. Por ello, para evitarse tantas complicaciones, muchos personajes prefieren alquilarlas. Recientemente, la princesa Diana estuvo con sus hijos su madre, sus dos hermanos, siete sobrinos y seis sirvientes en una isla privada en Islas Vírgenes durante diez días a razón de 7.500 dólares diarios. Y para las celebridades, no es mucho por un paraíso lejos de los paparazzis.