Contracultura

A paso de tortuga

Vivir lento está de moda. El movimiento 'Slow', que cada vez atrae a más seguidores en el mundo, busca reducir la velocidad del caótico estilo de vida actual.

15 de septiembre de 2007

E n Estados Unidos, la obesidad se convirtió en un problema de salud pública. En Japón, la palabra karoshi es usada para referirse a las personas que mueren por causa del exceso de trabajo. En México, el número de suicidios de niños, motivados por la depresión, se ha duplicado en los últimos años, y en toda América Latina los pequeños agricultores cada vez más dejan sus tierras para engrosar los cinturones de miseria de las ciudades. Parecen fenómenos aislados, pero todos se pueden explicar, por lo menos en parte, por un denominador común: el frenético ritmo que lleva el mundo. Slow, aparte de ser la palabra en inglés para 'lento', es el nombre de un movimiento internacional que se opone a esta velocidad y cuya propuesta es aflojarles el paso a las actividades humanas.

Todo empezó con Slow food (Comida lenta) en 1989, que nació cuando un grupo de amigos italianos, liderados por Carlo Petrini, decidió protestar por la apertura de un McDonald's en plena Plaza España de Roma. Su protesta fue tan exitosa, que al poco tiempo apareció el movimiento, que se oponía a la comida rápida y a la estandarización culinaria. Hoy cuenta con unos 90.000 miembros en todo el mundo.

En Colombia ya hay algunos que trabajan para dar a conocer los beneficios de la comida lenta. Santiago Ribón, director del grupo (dentro del movimiento se les llama "convivium") de Bogotá, dice que Slow food va desde masticar bien y saborear, hasta que la gente se acerque más a lo que come. "Que se tome el tiempo de saber que se está alimentando. También buscamos proteger a los pequeños agricultores contra la comida industrial, y para esto les damos prioridad a los productos artesanales y ambientalmente sostenibles". En Bogotá ya se han realizado los primeros talleres del gusto, en los que la chicha, la panela, el maíz y la coca son los protagonistas.

Comer lento, según los expertos, sirve para relajarse y estar mentalmente tranquilo. Según la nutricionista Carolina Camacho, "la gente hoy come y no tiene tiempo de tomar conciencia de la comida. Los alimentos se preparan muy rápidamente y por lo general son muy grasosos. La gente se embute muchas calorías en muy poco tiempo y eso crea pesadez y somnolencia".

Lo que empezó con la comida se trasladó a otros campos. El mismo principio de ser conscientes de las cosas y volver a lo tradicional es aplicado por el movimiento Slow a muchos aspectos de la vida. Por eso, se habla de conceptos como el trabajo lento (Slow work), ciudades lentas (Slow cities), educación lenta (Slow school) y hasta sexo lento (Slow sex).

En el mundo globalizado y de la productividad, la lentitud es vista como un defecto de inútiles, y querer instaurarla como estilo de vida puede parecer una locura. Pero el agotamiento, el estrés y la pérdida de las relaciones afectivas han llevado a que cada vez más gente quiera salirse del esquema. Lo mejor es que se ha demostrado que, por ejemplo, en el aspecto laboral, que parecería ser el más crítico, bajar el ritmo puede ser incluso más rentable. La gente con exceso de trabajo vive cansada y estresada; se enferma más fácilmente, descuida a sus familias, y el trabajo suele ser de menor calidad. En el trabajo, cuando alguien va muy rápido, generalmente es porque hay otro que está disponiendo del tiempo propio. Realmente en el Slow work no se trata simplemente de sentarse a hacer todo más lentamente, sino de focalizar la atención en una sola tarea.

Chris Schreuders, consultor empresarial, opina que cuando se hacen las cosas muy rápidamente, se corre como una gallina sin cabeza, que aunque se mueva rápido no sabe a dónde se dirige. "Una de las ventajas que le veo a esta tendencia es que la gente toma conciencia de lo que está haciendo y de por qué lo hace. Se eliminan distracciones, porque la gente se concentra más en lo que hace cuando no intenta hacerlo todo a la vez", dice.

Esto mismo se aplica a la educación. A los niños de hoy se les exige mucho y por esto están perdiendo su infancia. No es raro que en la mañana vayan a estudiar al colegio, en la tarde vayan a su clase de idiomas, en la noche a la de piano y los fines de semana a karate. En algunas ocasiones, la presión es tanta, que hay niños que se han quitado la vida por una mala calificación. Esto se replica en las universidades, en donde muchos jóvenes piensan que al inscribir más materias van a aprender más cosas. A eso se le suma que los padres pretenden que las instituciones educativas hagan todo el trabajo, y estas, a su vez, se limitan a dictar unos contenidos, muchas veces vacíos, y a evaluar.

"El proceso educativo no se puede limitar a impartir un poco de información para que a cambio esta sea regurgitada por los estudiantes", afirma el movimiento en su página web. Los defensores del Slow school hablan de enseñarles a los estudiantes a ser más reflexivos sobre lo que están aprendiendo, y a centrar el aprendizaje en el debate, la experimentación, la profundización y la ética.

Muchas ciudades también están en la onda de la lentitud y se han afiliado al movimiento de ciudades lentas o Slow cities. Estas no pasan de los 50.000 habitantes y en ellas se reivindica el concepto de aldea, en donde todo queda cerca y problemas como los trancones son inexistentes. En arquitectura, el llamado nuevo urbanismo explora principios de construcción al estilo Slow, en donde los andenes amplios, los parques y las ciclorrutas son una invitación a pisar el freno. En las ciudades lentas se camina despacio, se monta en bicicleta, se preservan los tesoros arquitectónicos y no hay grandes edificios. Sin embargo, en algunas grandes capitales ya existen movimientos, como Slowlondon, que buscan integrar los principios lentos a sus metrópolis.

El slow también se ha convertido en una filosofía sexual. El Slow sex recoge principios ancestrales del tantra en donde la meditación y la respiración llevan a la pareja a controlar su energía sexual. En palabras de Ribón, "se trata de sublimar las relaciones sexuales, que hoy se han vuelto rápidas e irreflexivas". Y para los que se quejan de la mala atención médica, también existe la medicina lenta. Según Carl Honoré, autor de Elogio a la lentitud, un libro indispensable para todo buen slow, los médicos en la actualidad dedican unos seis minutos en promedio a atender a sus pacientes, ya que la salud se ha convertido en una máquina de hacer dinero. Ante esto, las medicinas homeopática y natural son una buena opción para los slow.

Puede sonar ocioso o utópico, pero para miles se ha convertido en una alternativa para combatir el estrés y la preocupación. El tiempo dirá si se trató de un intento fallido para salirse del ritmo frenético de la sociedad actual, o del primer paso en un cambio de mentalidad de una humanidad cansada de vivir a toda prisa.