Imaginar los peores escenarios de una situación ayuda a prepararse para ellos. Esto, en lugar de causar miedo, calma la ansiedad | Foto: ILUSTRACIÓN: JAVIER DE LA TORRE GALVIS/SEMANA

PSICOLOGÍA

Piense negativo

Los estudios revelan que ser pesimista no es tan malo como parece. Un reciente libro que recoge las últimas evidencias muestra cómo lograr la paz conviviendo con la tristeza, la incertidumbre y la inseguridad.

1 de septiembre de 2012

Hace unos años, Esther hizo un curso para dejar atrás sus miedos y creer en sí misma. Para cerrar con broche de oro el aprendizaje, el instructor le hizo la prueba final que consistía en caminar sobre brasas de carbón. "Nos dijeron que si podíamos hacerlo seríamos capaces de cualquier cosa", dijo ella. Ese día los prepararon desde muy temprano con comida ligera, caminatas sin zapatos y charlas sobre actitud positiva. Ella, la primera en pasar, puso en práctica una sencilla técnica: andar rápido sin pensar en el carbón. Asegura que no sintió nada porque estaba preparada mentalmente y enfocada en el objetivo: "Lo importante es creer que se es capaz".

Este tipo de experiencias se hacen para liberar el poder interior y conseguir metas, y forman parte del extenso mundo de la autoayuda que busca la felicidad mediante el pensamiento positivo. Pero, según el periodista Oliver Burkeman, aunque casi todos logran pasar la prueba sin quemarse, no lo hacen por el poder de la mente sino por un sencillo principio físico: "el carbón es un pobre conductor de calor hacia superficies que lo rodean, incluyendo la piel humana, de modo que con pasos rápidos y suaves cualquiera va a estar bien".

Burkeman, gran crítico de esas aproximaciones, escribió el libro El Antídoto: Felicidad para aquellos que no soportan el pensamiento positivo, recientemente lanzado en Gran Bretaña, un recuento de su propio viaje de exploración por el universo de las charlas motivacionales en las que el individuo siempre debe pensar de manera optimista para ser exitoso. Su punto de inflexión llegó cuando asistió a un seminario en el que el principal motivador era el expresidente norteamericano George W. Bush. Burkeman no solo concluyó que eso no podía funcionar, sino que lanzó la hipótesis de su libro: ese tipo de búsqueda desesperada de la felicidad es la causa de que muchos hoy se sintieran miserables.

Aferrarse a ciertos 'bienes psicológicos' como la seguridad y la certidumbre genera todo lo contrario, según Burkeman. "Esa lucha por eliminar o ignorar todo lo negativo, la inseguridad, el fracaso, la tristeza -que son la mitad de las emociones humanas- genera que la gente se sienta insegura, ansiosa e infeliz", dijo a SEMANA. Luego de entrevistar a psicólogos budistas, desempolvar a los estoicos y revisar la ciencia sobre el tema, Burkeman sugiere a cambio 'el camino negativo', que implica aprender a disfrutar la incertidumbre, abrazar la inseguridad y familiarizarse con el fracaso como una vía más expedita de conseguir la felicidad, estado que, dicho sea de paso, para él no se relaciona con la euforia sino con un estado de calma y tranquilidad permanentes.

La idea del libro surgió porque al reseñar los libros de autoayuda en This column will change your life, su espacio en el diario The Guardian, Burkeman se dio cuenta de que iban en clara contradicción con la evidencia científica.

Por ejemplo, la técnica de la visualización positiva, el foco de best-sellers como El Secreto, que consiste en concentrar la mente en un resultado anhelado para lograrlo, según la ciencia, no funciona. En un experimento citado en el libro, la psicóloga Grabriele Oettingen llevó a sus participantes a un estado de deshidratación y luego les pidió a algunos que pensaran en un vaso de agua. Quienes así lo hicieron tuvieron un marcado declive en sus niveles de energía comparado con los que se concentraron en resultados negativos o pensamientos neutrales. "Imaginar el agua hizo que perdieran motivación, como si ya hubieran alcanzado la meta", dice Burkeman.

Lo mismo se ha visto cuando la gente trata de mejorar su ánimo repitiendo ante el espejo frases como "soy el mejor" o "mi vida es maravillosa". Según psicólogos de la universidad de Waterloo, en Canadá, este tipo de aseveraciones hace a la gente sentirse peor porque la mente reacciona ante semejante mentira y bombardea al sujeto con la afirmación contraria. Después de todo, la gente sabe que nadie es perfecto y que "ningún individuo se puede definir por un solo rasgo", dice a SEMANA.

Aunque los estudios científicos son nuevos, Bukerman admite que los resultados son similares a lo expuesto por filósofos antiguos como los estoicos, una escuela originada en Atenas tras la muerte de Aristóteles, cuyos principios incluyen contemplar la posibilidad de que las cosas casi siempre pueden salir mal.

Pensar lo peor tiene dos cosas buenas. La primera es que sirve para aprender a valorar lo que se tiene. La otra es que es un antídoto para la ansiedad pues imaginar sin temores los peores escenarios ayuda a prepararse para ellos, lo que a su vez calma el miedo.

Para consuelo de todos, cualquier pesimista ha podido constatar que cuando, en efecto, algo malo sucede, no es tan catastrófico como lo imaginó. Así, como lo dice Albert Ellis, un psicólogo influenciado por los estoicos, "la felicidad que llega por la vía del pensamiento positivo es pasajera; por la vía negativa genera una calma más grande".

Estar tan enfocado en los sentimientos positivos tiene otro problema, según encontró Burkeman. Y es que cuando la gente está triste termina peor porque se enfoca demasiado en ese estado de ánimo. Pero Burkeman rescata del budismo la idea de no hacerlo pues lo que causa malestar no son las situaciones en sí "sino lo que uno piensa de ellas", señala. Un camino menos doloroso, dice, es aprender a no definirse por ellas. Es como los patrones del clima. "Una tormenta no va a dañar el cielo, simplemente sucede y pasa", señala el periodista.

Ser positivo también implica borrar del diccionario interno la palabra fracaso. Para mostrar que esto es un error Burkeman describe su visita al Museo de los Productos Fallidos, creado en 1960 en Michigan, en donde se exhiben inventos que nunca triunfaron en el mercado, como un champú con olor a yogurt o una cerveza con cafeína. Según Robert McMath, creador del lugar, el porcentaje de fracaso en esta área es cercano al 90 por ciento.

Burkeman asegura que este porcentaje no solo se aplica para los inventos comerciales sino para toda la experiencia humana, pues errar hace parte de la vida. Lo que sucede es que hoy nunca se habla de la posibilidad de fracasar. La gente perfeccionista, según Natalie Goldberg, una psicóloga zen entrevistada por el autor, en el fondo trata de evitar fallar a toda costa.

El asunto es tan tabú, que cuando un multimillonario escribe una autobiografía, casi siempre distorsiona las razones de su éxito. En dichas publicaciones el triunfo se resume en persistir y tomar riesgos. Sin embargo, el autor encontró a Jerker Denrell, un teórico de Administración de Oxford que sugiere, a partir de sus investigaciones, que esas dos cualidades son también las más frecuentes en las historias de grandes fiascos. "Lo que pasa es que los fracasados no escriben libros".

Las ideas de éxito y fracaso están relacionadas con las creencias que cada cual tiene sobre el talento, según encontró Burkeman, quien cita a Carol Dweck, una psicóloga de la Universidad de Stanford. Las investigaciones de esta especialista señalan que para algunos una habilidad o talento es algo con lo que se nace, mientras que para otros es exponencial, es decir, va aumentando con el esfuerzo y la constancia. Para estos últimos, errar es parte del proceso de aprendizaje y por eso no se frustran ante un resultado adverso. Por el contrario, creen que equivocarse es una señal de haber traspasado los límites actuales, como cuando un músculo duele porque se ejercita más allá de su capacidad. Quienes tienen la idea fija del talento ven el fracaso como una desgracia porque creen que sus habilidades innatas no son tan destacadas como pensaban y, peor aún, están convencidos de que no vale la pena esforzarse más porque estos dones son inalterables.

Si bien es cierto que Burkeman está criticando los libros de autoayuda que promulgan una visión demasiado rosa de la vida, es consciente de que el suyo puede acabar siendo uno de ellos. Aún así, ofrece algunos consejos para ser más felices: el primero es siempre tener una perspectiva general de las situaciones. También funciona meditar para lograr que los sentimientos coexistan sin que causen malestar en el individuo. Así mismo, propone no tratar de cambiar una sensación negativa por otra positiva sino dejarla pasar. Y por último, recomienda no caminar sobre carbón caliente.