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Crianza

Cómo celebrar bien la navidad

La navidad es una fiesta religiosa que muchos confunden con parranda y trago. La psicóloga Annie de Acevedo reflexiona sobre cuál debe ser el comportamiento de los padres para dar un buen ejemplo a los hijos en estas fechas.

21 de diciembre de 2018

Ya llega la época de Navidad, época de fiestas, de alegría, de luminosidad, de regalos, de villancicos, de novenas y de rumbas. Por excelencia la navidad es una fiesta religiosa donde se celebra el nacimiento del niño Jesús. Esto para el mundo cristiano, es muy importante, pues la creencia es que recibimos con este nacimiento un regalo de amor que cambió al mundo. Para muchos ya se ha olvidado el significado original de estas festividades donde se debe aprovechar para tener más cercanía con Dios, nutrir el espíritu y compartir con otros de manera sana nuestra alegría.

Desafortunadamente, para muchos, la navidad es una fiesta tras otra, que empieza rezando la novena y  termina con unos “tragos” que casi siempre se vuelven excesivos. Ojo papás, su ejemplo en esta navidad va a ser clave. Sus hijos va a estar observando cómo se comporta usted. En estas fiestas, su ejemplo va a ser decisivo, pues ellos harán en el futuro lo que vieron hacer a sus padres. De hecho, así es como se han ido formando las tradiciones navideñas en las familias. Nosotros celebramos como lo hacían nuestros padres y nuestros hijos harán lo mismo… Lo único es que cada vez se incorpora más el “licor” en esta maravillosa fiesta lo cual le resta importancia a su significado o, como sucede casi siempre, lo desconoce.

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Empiece este año y propóngase recuperar el verdadero espíritu navideño donde la familia se reúna a rezar la novena, donde se hagan buenas obras con otros, donde los regalos sean manifestaciones sinceras de afecto y se experimente una alegría nacida desde lo más profundo de nuestros corazones, que no sea producto de la ingestión de unos tragos.

El lema de este año debe ser “sin licor también se puede disfrutar”, pues hay que apelar a nuestro mundo interior y nutrir nuestro espíritu con la sensación del deber cumplido.  Cumplamos entonces con nosotros mismos, con nuestros hijos, con nuestras familias. Formemos tradiciones más sanas y menos superficiales. No caigamos en la trampa del mundo moderno, en donde la gente equipara celebración con licor y donde todo parece girar alrededor de una sociedad de consumo “ligero” que cada día impulsa a todos a dar rienda suelta a nuestros impulsos primitivos.

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Ayudémosles a nuestros hijos a mirar más allá de lo superficial, enseñémosle a reflexionar y a meditar sobre sus acciones y sobre todo seamos coherentes con nuestro discurso y nuestras actuaciones, para así empezar a lograr cambios reales y la incorporación de valores positivos en esta generación y las venideras.