¿QUIEN DA MAS?

Un cuadro de Van Gogh y las joyas de la duquesa de Windsor se convierten en los objetos rematados más caros de la historia

4 de mayo de 1987

Los girasoles de Van Gogh hicieron su ingreso a la sala de subastas de la Casa Christie's, de Londres, en medio del respetuoso murmullo de admiración de los presentes. El cuadro era transportado por cuatro nerviosos guardas de guantes blancos. Diez reflectores apuntaron al lienzo, sobre el que habían quedado congelados unos girasoles intensamente vivos, a pesar de haber sido pintados hace 98 años. Así comenzó la subasta más espectacular de la historia.
La base se fijó inicialmente en ocho millones de dólares, aunque las proyecciones más osadas calculaban que el precio final del cuadro del pintor holandés podría ascender a una cifra máxima de 20 millones de dólares.
Pero no faltó mucho tiempo para que los más ricos patronos del arte, presentes en la subasta, se dieran cuenta de que esta vez habían quedado fuera del ring. La extraordinaria puja telefónica entre dos postores anónimos hizo que los tradicionales y discretos gestos, señas, pestañeos o advertencias con ayudas de esferos, que los asistentes a remates utilizan para ir anunciando las fluctuaciones de sus posturas, fueran reemplazados por el silencioso shock de los presentes. En sólo cuatro minutos veinte segundos, los que subían sus ofertas de 500 mil en 500 mil dólares, quintuplicaron la base inicial anónimos compradores telefónicos. Y cuando el subastador enfundado en un sobrio smoking negro, dijo en voz alta: "¡Vendido a la una!, ¡vendida a las dos!, ¡vendido a las tres!". Los girasoles de Van Gogh quedaron rematados en 39.9 millones de dólares (36.2 más la comisión del 10% para Christie's). Acaban de batirse todos los récord mundiales del mercado del arte.
Cuando todavía el mundo no se recuperaba de las emociones de tan insólita subasta, se produjo, cuatro días después en Ginebra, un episodio similar, con ocasión del esperado remate de las joyas de la duquesa de Windsor. Nuevamente una cifra récord fue impuesta en esta segunda subasta organizada por la famosa firma londinense de pujas, la Casa Sotheby's. Por 32.5 millones de dólares, las famosas joyas de la duquesa de Wind sor, que le habían sido regaladas por su cónyuge como prueba de su afecto y devoción, fueron adquiridas por más de mil compradores distintos. Así se cerró lo que podría considerarse como el último capítulo de la historia de amor más espectacular del siglo XX, que comenzó cuando Eduardo VIII anunció que abdicaba al trono de Inglaterra, en 1936, para desposar a una socialité norteamericana doblemente divorciada, llamada Wallis Simpson .
GENIO Y LOCURA
¿Qué misterioso factor determinó que unos girasoles pintados hace 98 años por un pintor holandés desquiciado y muerto de hambre, batieran el récord mundial al haber alcanzado el precio más caro pagado por un cuadro en la historia?
"Te lo juro -le dijo Vincent van Gogh a su hermano Theo, en una carta escrita desde Arles, Francia, en 1889- que mis girasoles valen por lo menos 500 francos".
Y cuánta razón tenía. Solo que en ese momento era apenas un presentimiento, que muy pocos en su época podían compartir. Al fin y al cabo, Van Gogh solamente logró vender un cuadro durante toda su vida, antes de suicidarse, en 1890. Un año antes el pintor holandés, quien se había instalado en Arles, al sur de Francia, había pintado seis cuadros de girasoles por los que él parecía tener especial afecto, al considerar, según sus propias palabras, que "tenían el efecto de pedazos de tela bordada de oro y satín".
Un siglo después de este comentario de Van Gogh, sin embargo, los expertos consideran que el amarillo cromado de la serie de los girasoles se ha oscurecido considerablemente, perdiendo el vigoroso brillo que tenía en el pasado. Los cuadros ya no son lo que fueron en época de Van Gogh, ni se conservan todos. Uno fue destruido en el Japón durante la Segunda Guerra Mundial, y los otros cuatro son propiedad de distintos museos alrededor del mundo. El cuadro que acaba de ser rematado por la Casa Christie's era, por consiguiente, el último de la serie que todavía podía quedar colocado en manos de un comprador particular, y esta es una de las razones que se esgrimen para explicar la cifra récord de su venta.
Otra de las razones consiste en el "linaje" de los antiguos propietario del cuadro. Los girasoles habían sido adquiridos originalmente por Lady Edith Beatty en 1943, a la Galería Paul Rosemberg de París. El cuadro fue heredado por sir Alfred Cheste Beatty, un minero multimillonario quien falleció en 1983. El cuadro de Van Gogh tuvo que ser vendido para pagar los impuestos sucesorales causados con posterioridad a la muerte de Helen Chester Beatty, viuda de un hijo de sir Alfred.
Lo sorprendente del caso de la pintura de Van Gogh es que superó en 31 millones de dólares al segundo cuadro más caro de la historia, "La adoración de Magi", de Andrea Mantegna que había sido adquirido por el Museo Getty de Los Angeles en 1985.
Antes de eso, sólo muy pocas veces en este siglo se habían producido saltos de alguna monta en el mercadeo del arte. En 1961, el Museo de Arte Metropolitano pagó 2.3 millones de dólares por un Rembrandt, rompiendo el récord de un millón de dólares existente hasta ese momento. Luego, en 1971, el Met marcó otro récord, al pagar 5.5 millones de dólares por un Velázquez, "Juan de Pareja". Pero durante toda la década de los años setenta, los precios del arte permanecieron en las vecindades de los cinco millones, hasta que hace apenas dos años se rompió, con el Mantegna, la barrera de los diez millones de dólares.
Sin embargo, el hecho de que un solo cuadro hubiera obligado a brincar esta barrera de 10 a casi 40 millones de dólares, es un hecho histórico sin precedentes, que ha sumido en honda preocupación a los conocedores del mercado del arte. Si este es el nivel en el cual se van a mover los remates de las obras maestras del siglo XIX en el futuro, estarán fuera de combate casi todos los más importantes museos del mundo, con excepción del Museo Getty de California. Uno de los más impresionados con el renate del Van Gogh, fue el director del Museo de Arte Metropolitano Philippe de Montebello, quien declaró a los principales medios de comunicación norteamericanos que el caso de los girasoles lo había hecho sentir "como un fósil que se despierta en otra era". Más aún, afirmó que "solamente la comisión pagada a Chrisie's por la venta del cuatro (10% de su valor final) sobrepasó el total del presupuesto de compras del museo en un año".
¿Cuál es la identidad de este anónimo comprador de los girasoles de Van Gogh, que en este momento detenta el honor de tener colgado en su sala el cuadro más caro de la historia?
La Casa Christie's informó que el comprador, que atendió todo el desarrollo de la subasta por teléfono pidió que su identidad se mantuviera en el anonimato. Pero son fuertes las especulaciones sobre que pudo tratarse de un inversionista u hombre de negocios japones, pues son los compradores de esta nacionalidad los que durante el último año han dominado el mercado del arte. Según expertos en este campo, los japoneses están encontrando grandes dificultades en "colocar" sus fortunas. "Esencialmente el problema es dinero, en busca de un lugar donde refugiarse", afirmó uno de ellos. El yen había venido valorizándose fuertemente durante los últimos meses frente a las demás monedas, lo que tenía convertidos a los japoneses en voraces inversionistas en el mercado del arte.
Pero en el caso de los girasoles de Van Gogh habría una razón más para pensar que el cuadro quedó en manos de un comprador japonés. Van Gogh es probablemente el más admirado pintor en el Japón, por cuyo arte él mismo manifestó una extraordinaria admiración. Se fue a vivir a Arles durante los últimos meses de su vida, con la esperanza, según le escribió a su hermano Theo, de que "las condiciones de luz existentes en esta localidad le permitieran tener una idea más aproximada de la forma como los japoneses sentían y pintaban". Eso podría significar, entonces, que los japoneses le pagaron a Van Gogh una especie de deuda de gratitud. Cien años después de su muerte, resolvieron convertir a este pintor, que en vida estuvo a punto de morirse de hambre, en el autor del cuadro más costoso de la historia del arte.

AMOR Y RUBIES
Que el otro espectacular remate de la semana, el de las joyas de la duquesa de Windsor, hubiera despertado la expectativa mundial, es menos extraño que el caso del cuadro de Van Gogh. Se trataba de las testigas mudas de una gran historia de amor, por venta de la cual, el heredero al trono de Inglaterra hizo la bobadita de renunciar a la corona antes que a la mujer de su vida.
El reinado de Eduardo VIII solo duró once meses, entre el 20 de enero de 1936 y el 10 de diciembre del mismo año, fecha en la cual comenzó el amor y comenzaron las joyas.
La relación entre el heredero al trono y la divorciada norteamericana estuvo ceñida desde el primer comienzo, por el sino de las piedras preciosas. Antes de que ni siquiera ellos supieran que estaban condenados a entrelazar sus vidas para siempre, Wallis, todavía casada con su segundo marido, empezó a recibir del rey de Inglaterra las primeras piezas de la impactante colección, mientras los ingleses se preguntaban: "¿Para qué le regala esas joyas, si ella jamás podrá ser su reina?"
Cuando finalmente contrajeron matrimonio, después de haber escandalizado al mundo con el anuncio de sus amores, Eduardo le obsequió a Wallis la primera joya "oficial": un brazalete tapizado completamente de diamantes, todos tallados de manera distinta, y acompañados -para que no se sintieran solitos- de 45 zafiros con una sola y suficiente leyenda. "Por nuestro matrimonio".
Al poco tiempo vino otro brazalete del que colgaba una sola cruz, pero con una vocación tremendamente futurista: de ahí en adelante, cada vez que hubo un acontecimiento íntimo digno de recordación, Eduardo le regaló a Wallis una cruz más para este brazalete, que era su favorito. En total, Wallis completó nueve cruces.
Y así siguieron los suntuosos regalos -entre los ingleses corría el rumor de que el duque le obsequiaba a su amada una joya por día- hasta que el 16 de octubre de 1946, un ladrón se introdujo a la habitación de la duquesa, y se llevó buena parte de sus joyas, guardadas en un cofre de oro. El cofre apareció vacío unos días más tarde en un campo de golf, pero de su contenido, "nanay". En todo caso, el episodio sirvió para que por primera vez se publicara en los periódicos la lista oficial de las joyas que Eduardo le había dado a Wallis durante los diez años de matrimonio, y el mundo quedó estupefacto.
De ese momento en adelante, el duque duplicó sus vistas a las más famosas joyerías de París: Catier, Van Cleef y Arpel. Tan frecuentes eran sus paseos por la calle de las joyerías, que hasta comenzó a apodársele con el nombre de la famosa vía: "El príncipe encantador de la calle de la paz".
En los tiempos en que los Windsor eran invitados obligados a las recepciones más elegantes de París, los otros invitados se empujaban a codazos (con elegancia y discreción, pero a codazos), para ver de cerca a la mujer más elegante de la época. Y Wallis, consciente de que los objetos que le colgaban no eran de poca monta siempre se caracterizó por usar inusualmente cortas las mangas de sus blusas y chaquetas, lo que le permitía lucir de manera más evidente las prendas de su historia de amor.
En 1972, después de la muerte del duque, la familia real británica -con la que Wallis jamás se entendió- pretendió que la colección de joyas ingresara a los tesoros de la corona mediante una donación de la duquesa a una de las tantas obras de beneficencia del príncipe Carlos.
Este indudablemente habría podido ser el final feliz de un episodio que privó al pueblo inglés de su rey. Pero Wallis, que jamás pudo perdonar a su familia política, prefirió nombrar como legatario universal al Instituto Pasteur, que construirá un pabellón dedicado a la atención de enfermos de cáncer y SIDA, con el producto del remate realizado por la Casa Sotheby's.
El día esperado, 18 cadenas de televisión trastearon sus cámaras a un hotel de Ginebra, para transmitir en directo el histórico evento. Una gran tienda de campaña instalada en el muelle que separa el hotel del Lago Leman, albergó a los 1.200 selectísimos invitados a la subasta. Otras 401 personas pudieron seguir los acontecimientos desde uno de los salones de hotel, y otras 500 desde la sede de Sotheby's en Nueva York, conectada directamente con Ginebra vía satélite. Se recibieron ofertas procedentes de 24 países. Y entre los asistentes figuraron personalidades como la infanta Pilar de Borbón, los príncipes María Gabriela y Víctor Manuel de Saboya, el barón Heinrich Thyssen-Bornemisza acompañado de su esposa Carmen Cervera y de la madre de ésta, la baronesa Nadine de Rostchild y el armador griego Georges Embiricos.
Otra de las ilustres invitadas, la actriz Elizabeth Taylor, sólo pudo comprarse un brochecito de diamantes de 566 mil dólares, dibujado con plumas y la corona del duque de Gales. "Siempre amé esta joya, con la que estuve familiarizada por mi amistad con los duques de Windsor, a quienes Richard Burton y yo visitábamos con mucha frecuencia. Si la adquirí fue, entonces, por razones netamente sentimentales".
Para utilizar una expresión un tanto rústica para la ocasión, las joyas se vendieron como arroz. El récord indiscutible lo estableció el famoso diamante Harry Winston, cuyo valor había sido calculado inicialmente en US$ 991.650. Se vendió en casi tres millones de dólares. El collar favorito de la duquesa, una joya bañada de diamantes y rubíes, se vendió en US$ 2.346.905, prácticamente el doble de su valor estimado. El anillo de compromiso, una esmeralda de 17.77 quilates, se vendió en casi dos millones dólares, sobre un valor estimado de US$ 528 mil. Pero fueron las joyas de especial valor sentimental para la pareja, las que suscitaron mayor interés en la puja, como una cigarrillera de oro de Cartier, regalo de la duquesa a su marido en 1935, ofrecida en US$ 2.644, y adjudicada en US.$ 264 mil. Y el célebre broche "el flamenco rosado", que lucía la duquesa con ocasión de su primer viaje de casada a Estados Unidos en 1941, fue vendido en 727 mil dólares, aunque la Casa Sotheby's solamente esperaba US$ 119 mil.
¿EL MUNDO ESTA LOCO, LOCO?
A quienes puedan producir algún asombro las cifras anteriormente expuestas, un solo dato adicional. Hace unas pocas semanas, la galería Sotheby's de Nueva York subastó una decrépita silla Chippendale de brazos, mandada a hacer especialmente por el millonario comerciante de Filadelfia y héroe de la guerra de independencia norteamericana, John Cadwalader, por la increíble suma de 2.75 millones de dólares. Desde luego, se trata de una silla sobre la que nunca jamás nadie se atreverá a sentarse, por miedo a que los 230 años del mueblecito resuelvan manifestarse en el momento menos pensado.
Pero si ello sorprende, lo hará más el dato de que un osito de peluche de 1904 fue rematado en Sotheby's de Londres el mes pasado, por la increible suma de US$ 9.120... ¡y una muñeca alemana de 1909 por 36.058 dólares, contantes y sonantes! ¿Qué es lo que está sucediendo?
Salvo por las decisiones inusitadas de algunos excéntricos, el fenómeno tiene una explicación económica absolutamente racional. Hoy más que nunca, el arte está siendo transformado en un instrumento financiero, según afirman algunos expertos en el tema. Alrededor del mundo, cientos de millonarios han decidido "parquear" su dinero en el mercado del arte, con tres objetivos fundamentales. Comprarse un seguro contra la inflación, tomar precauciones contra las fluctuaciones de las monedas y apostarle a una buena inversión a largo plazo.
En lo que respecta a los compradores de los girasoles de Van Gogh o de las joyas Windsor, pueden tener la certeza de que hicieron el negocio de su vida. Pocas adquisiciones están tan llenas de calidad, amor, historia... y cifras redondas.