¿QUIEN TUVO LA CULPA?

Una nueva posición científica señala que no se puede culpar a la testosterona de la agresividad masculina.

25 de abril de 1994

LA LEY DEL TALION ha sido invocada recientemente por las mujeres como castigo a los violadores. Pero esta no es sólo una expresión de la ira femenina ante la impunidad. Algunas. partidarias de la tesis de de castración por violación. han seguido el ejemplo de Lorena Bobbit: tomar la justicia en sus manos y cortar el problema de raíz. Sin llegar a estos extremos de igual violencia, últimamente en varios países de Europa y en Estados Unidos se ha mencionado la castración química como un efectivo tratamiento para apaciguar a los agresores sexuales. Se trata de suministrarles hormonas femeninas que reducen la producción de testosterona y, en consecuencia, dejan al violador convertido en un eunuco. Hoy por hoy, Estados Unidos, Holanda, Alemania, Suecia y Dinamarca ofrecen a los violadores la posibilidad de acortar su condena a cambio de que se sometan al tratamiento de castración química.
Pero en opinión de muchos científicos no toda la culpa es de la testosterona. Dicen que la hormona se está convirtiendo en una excusa para justificar la violencia masculina. Recientemente, en Inglaterra, se conoció el caso de un agresor que violó a más de 15 mujeres, algunas de ellas menores de edad. Durante el juicio, el abogado señaló que su cliente actuó impulsado por un "deseo sexual incontrolable" debido a los altos niveles de testosterona que corrían por sus venas. El juez lo condenó no sólo a varios años de cárcel, sino también a tomar una droga que lo redujera a la impotencia sexual.
Mientras las autoridades judiciales de muchos países han empezado a practicar la llamada castración química como una forma de prevenir la reincidencia de los violadores, los estudiosos del comportamiento humano afirman que no puede achacarse a una hormona toda la culpa de una actitud delincuencial. En los últimos años, la testosterona ha sido invocada para explicar desde la violación sexual y el juego sucio en los deportes hasta el logro del éxito profesional, incluso en las mujeres. Pero en concepto de los sociólogos una cosa es el comportamiento delincuencial y otra los niveles hormonales. "a pesar de la creencia generalizada de que la agresión masculina es estimulada por la testosterona, la violencia no tiene nada que ver con cuestiones hormonales", dice el escritor Beryl Lieff Benderly en su libro El mito de los géneros.
En la tesis del especialista, la excusa de la testosterona está construida sobre tres mitos: que la testosterona es una hormona exclusivamente masculina; que esta influye en el hombre tanto física como sicológicamente, y que sus efectos son irresistibles. Pero estas tres premisas han sido rebatidas por la ciencia médica. "Incluso algunos expertos -señala Benderly- creen firmemente que los níveles hormonales contribuyen a la agresión y que es tal su poder que tales excesos son prácticamente inevitables" . Por su parte, el sociólogo Alan Booth, autor de un nuevo estudio sobre la relación entre hormonas y comportamiento agresivo, asegura: "Pensar que la testosterona o cualquier otro elemento químico cuenta en forma definitiva a la hora de una agresión, violación o abuso, no es sólo una tesis facilista, sino equivocada. No se puede explicar el comportamiento delincuencial simplemente como una respuesta bioquimica".
No obstante, esto no ha impedido que muchos agresores sexuales recurran a las hormonas como defensa. Hace poco un prestigioso siquiatra estadounidense declaró ante una Corte que un violador 'podía haber estado influido por los efectos de esteroides similares a la testosterona". Aunque el común de la gente acepte el cuento de la relación entre testosterona y agresión, los científicos que han estudiado esta conexión, tanto en seres humanos como en animales, concluyen que no es un factor decisivo.
En un estudio publicado hace dos años en el British Journal os Psychology por el doctor John Archer, una eminencia en investigaciones sobre cuestiones de género, muestra que no existe evidencia "concluyente". Al comparar los niveles de testosterona en un grupo de hombres y relacionarlo con sus actitudes y profesiones, halló que los niveles hormonales altos aparecen tanto en violentos criminales como en exitosos e inofensivos profesionales. Y mientras hay quienes piensan que un nivel alto de esta hormona hace que una persona sea más agresiva en el campo profesional, otros señalan que son el estrés y la ansiedad los que genera la competitividad, lo que eleva los niveles hormonales. Estudios en deportistas muestran que estos niveles aumentan no antes de una competencia, como pudiera pensarse, sino después, cuando se presenta una victoria decisiva.
Incluso suponiendo que los investigadores pudieran probar que la testosterona crea una predisposición hacia el comportamiento agresivo, la pregunta es: ¿Debe el ser humano sucumbir a esos impulsos? Para el doctor Booth, todo el asunto radica en la integración social. Es esta la que hace la diferencia y no las hormonas. El dice que aquellos individuos que tienen un alto sentido de integración a la sociedad, así presenten altos niveles de testosterona, no se convierten en agresores. Para el especialista, la excusa de la testosterona dejará de hacer carrera sólo cuando la sociedad esté dispuesta a aceptar que el ser humano no es inherente e inevitablemente agresivo.