Realidad o ficción

La película ‘Inteligencia artificial’ de Steven Spielberg muestra un mundo con máquinas parecidas al hombre. Ese mundo está más cerca de lo que se cree.

15 de octubre de 2001

Inteligencia artificial, la reciente película de Steven Spielberg, retoma uno de los temas más recurrentes en las películas de ciencia ficción de Hollywood. Al igual que Blade Runner, Terminator, 2001 Odisea del espacio, El hombre bicentenario, e incluso Alien, esta cinta recrea un mundo donde hombres y máquinas interactúan como si fueran miembros de una misma especie. Inmerso en ese mundo aparece David, un niño robot diseñado para querer a sus padres y tener sentimientos. Pero aunque él aprende a dar amor todos lo ven como una máquina. Este escenario, para muchos, es inalcanzable y futurista pero lo cierto es que está más cerca de lo que parece.

Sin saberlo la mayoría de las personas se han beneficiado en una forma u otra de la llamada inteligencia artificial, que no es otra cosa que programar máquinas para que actúen de manera inteligente. En ese sentido se trata de imitar ciertos procesos mentales, que van desde realizar grandes operaciones que el hombre no podría calcular o que le tomaría mucho tiempo, hasta reproducir comportamientos humanos como caminar sin tropezarse, reír e incluso aprender y tomar decisiones. Quien ha visto el brazo mecánico del transbordador espacial reparar un satélite en el espacio y quien ha jugado un partido de fútbol en un aparato reproductor de videojuegos ha sido testigo de este tipo de inteligencia.

En ambos casos las máquinas han sido programadas por expertos para que tomen decisiones, dependiendo de las circunstancias que deban afrontar en determinado momento. Por ejemplo, Deep Blue, la computadora que venció a Kasparov, el número uno del ajedrez, también tiene inteligencia artificial. Igual la nave que viajó a Marte y tomó fotos del planeta rojo para deleite de los terrícolas. Otros de los usos son el reconocimiento de voz y los programas de traducción de textos. En el sector financiero estos programas se usan para tomar decisiones sobre otorgamiento de créditos y en el campo militar para programar misiles capaces de hacer un blanco perfecto.

Mucha gente no reconoce estos avances como inteligencia artificial por ignorancia sobre el tema o porque las películas de ciencia ficción han vendido el estereotipo de que inteligencia artificial sólo es sinónimo de humanoides que, llenos de chips, actúan igual que las personas.

Y aunque esa es la meta a largo plazo, actualmente existen muchos desarrollos que utilizan inteligencia artificial y que no son precisamente robots estilo Hollywood. Además de todas las tecnologías ya mencionadas existe Aibo, desarrollado por Sony, un perrito que responde a ciertos estímulos de su dueño y, lo más importante, es capaz de caminar y evitar obstáculos. Empresas japonesas como Honda también han desarrollado un robot con formas humanas que es capaz de caminar en sus dos pies y que podría reemplazar a los humanos en ciertas tareas difíciles o tediosas. En el laboratorio de MIT están desarrollando una habitación inteligente dotada de cámaras y micrófonos de manera que sabe cuándo entra una persona. Además reconoce las voces y tendrá la capacidad de saludar con nombres propios. Controla la luz, la televisión, la música y el movimiento de las persianas, funciona como despertador y, lo más asombroso, si la persona pierde sus llaves sólo basta con preguntar ¿dónde están? y la habitación indica el sitio en el que se encuentran. En este laboratorio también desarrollaron un modelo de robot con expresión. Se trata de Kismet, un rostro mecánico con ciertos rasgos físicos que reacciona con gestos de alegría, asombro, miedo o tristeza, dependiendo de los estimulos a los que lo sometan.

A simple vista no son más que máquinas programadas por seres humanos para realizar una labor concreta y hacerles más fácil la vida. Pero otros lo ven como una nueva forma de inteligencia que aún no se puede entender. Cuando esta ciencia comenzó a desarrollarse, después de la Segunda Guerra Mundial, el matemático inglés Allan Turing fue el primero en pensar que, más que hacer máquinas, lo mejor era programar computadores para que ejecutaran tareas y solucionaran problemas que el hombre no podía realizar. Este enfoque, que hoy se conoce como convencional, fue desarrollado por Herbert Simon de acuerdo con los fundamentos de Turing. Este enfoque parte de crear sistemas basados en reglas, que la máquina utiliza para tomar decisiones. Entre más detalladas y abarcadoras sean las reglas que el programador introduce más inteligente será el comportamiento de la máquina. Es el enfoque que se utiliza en los sistemas expertos y en los juegos, principalmente. Una máquina dotada de este tipo de inteligencia tiene incorporado un extenso programa de software con instrucciones y algoritmos que le permiten tomar decisiones. Es un tipo de inteligencia artificial especializada que puede ser útil en tareas específicas que requieren desempeño experto. El segundo enfoque es el conexionista, que se propone imitar la estructura de redes neuronales que se ha encontrado en el cerebro humano. Este tipo de inteligencia artificial no busca crear máquinas expertas en algo sino más bien máquinas capaces de aprender de acuerdo con el contexto en el que se encuentran. Tienen menos líneas de código en el software pero una estructura abierta, parecida de alguna manera a la cognitiva humana, que les permite aprender de los datos que reciben e incorporar ese aprendizaje en su comportamiento futuro. Un ejemplo de esto es Coco, un bebé gorila robot que desarrollaron en el MIT y que está condicionado para ‘sentir’ emociones. Lo interesante de Coco es que ha servido para ver la capacidad que tendrían estos aparatos de aprender.

“Le presentamos un objeto que le provoca una reacción y luego le mostramos otros que no tienen significado para él. Como le fueron presentados al tiempo, cuando se le presenta el nuevo objeto solo reacciona de igual manera que como lo hace con el conocido pues hizo una asociación”, afirma Juan Velásquez, investigador de ese centro.

Todo esto ha generado una gran pregunta: ¿Esto es inteligencia? Para muchos no lo es. Los religiosos piensan que la inteligencia es una facultad que sólo tienen las personas y que nadie puede imitarla ni crearla. Los filósofos dicen que la inteligencia supone la existencia de voluntad que las máquinas no tienen. Deep Blue puede procesar más jugadas que Gary Kasparov pero jamás le podrá decir a su programador que amaneció sin ganas de jugar.

Lo interesante del asunto es que los científicos se preguntan qué es la inteligencia. ¿Es la memoria? ¿O la capacidad de tomar decisiones? ¿Es razonar? ¿O la capacidad de comunicación? ¿O son todas las anteriores? Los neurocientíficos afirman que la inteligencia es una serie de pasos y que eso que la gente ve tan especial en los seres humanos no es otra cosa que una comunicación muy rápida entre neuronas. Otros han llegado a aseverar que los sentimientos son los que hacen a una persona inteligente y por eso hoy las teorías sobre el coeficiente emocional han tomado fuerza.

Todos estos avances son apenas el inicio del camino para llegar a un mundo cercano al que propone Spielberg en su película. Y una ciencia que posiblemente llevará a conseguirlo es la bioinformática, que busca utilizar células vivas programadas en lugar de chips. “La idea es que éstas sean las que ejecuten los programas”, afirma Eduardo Torres, investigador de MIT.

En ese escenario los temores sobre la dominación de las máquinas sobre el hombre, como lo predice Stephen Hawking en una entrevista en la revista alemana Focus, no tienen ningún sentido para quienes desarrollan este tipo de trabajo. “Las máquinas serán una ayuda pero nunca dominarán al hombre. Pero más que pensar en un mundo poseído por los robots lo importante es que, en la búsqueda por lograr que las máquinas sean más humanas, se está conociendo cada vez más acerca de las personas”.