comportamiento

¿Sabe usted... dónde están mis padres?

Dos expertos ofrecen siete consideraciones que los padres debe tener con sus hijos adolescentes.

Ruth Antolínez V.
8 de diciembre de 2003

Si, los adolescentes prueban, eligen y 'meten': unos marihuana, otros éxtasis, cocaína, heroína, basuco, yajé, calmantes. Otros consumen demasiado alcohol y tabaco. Es una etapa de búsqueda, de certezas y desaciertos, donde es clave recibir de los padres sobredosis de afecto, confianza y respeto que manifiesten su presencia y cuidado.

Tienen una amplia mirada del mundo y cada día los asalta más información, son irreverentes, apáticos en su casa, ávidos de experiencias y, finalmente, tras su ruda apariencia los adolescentes esconden una ternura infinita.

No es fácil dejar atrás la infancia, esos primeros años de inmensa fragilidad donde se recoge una memoria simbólica que marca al individuo para siempre: la familia, los sentimientos, las relaciones, el pensamiento, las tradiciones, los valores, la compañía y la soledad, la mirada hacia el duelo, los miedos, los secretos, los viajes, y el entorno, entre otros.

En un abrir y cerrar de ojos los niños llegan a la adolescencia, esa etapa de cambios físicos y emocionales en que los hijos quieren tener su identidad, se atreven a ser, a vivir, entablan relaciones amorosas y sexuales, buscan lazos de complicidad y pertenencia con los amigos, inevitablemente encuentran la droga, y a estas alturas a los padres se les mira de "tú a tú", se les desafía en las decisiones, se les pasa por encima y hasta se les deja un poco en el olvido.

Droga, la palabra procura desvelos, desconcierto y es señal de angustia. ¿Cómo abordar el tema? ¿Qué decirle a un joven? ¿Qué posición deben asumir los padres? Sería un tema vacío sin conectarlo con la adolescencia, a ese sano despertar a la experimentación de los placeres mundanos donde va eligiendo entre múltiples alternativas.

Tania Roelens y Arturo de la Pava, dos expertos terapeutas, nos ofrecen sus luces al comienzo del túnel. Son siete pautas que los adultos pueden tener en cuenta para acompañar a sus hijos en la transición entre el niño y el adulto.

En la construcción de un individuo es determinante la experiencia que recoja la memoria simbólica, es decir, la percepción de la vida con todas las sensaciones y emociones que se captan a través de su familia en los primeros 10 años de vida. Esta experiencia determina su estructura. Por eso no hay mucho más que enseñarle a un adolescente, su lección -la más importante- ya fue dada. Es el tiempo de la compañía incondicional por parte de los padres, aunque al joven parezca no importarle o incomodarlo.

Adolescente es el que adolece, a quien le falta, el que está perdiendo la infancia y particularmente su relación de protección con la madre. Va a enfrentarse con su intimidad, con sus cambios físicos y emocionales en un entorno donde no caben sus papás. Esta es una búsqueda totalmente sana, su puerta de salida al encuentro con él y el mundo real. Al respecto, Tania Roelens señala: "Los padres no pueden esperar que sus hijos sean como ellos, hay que partir del sello único de cada ser humano".

El adolescente está muy informado, siente poco de miedo, se arriesga más, y no acude frecuentemente a los padres para someter a juicio sus decisiones. Empieza a identificarse con otros, a encontrar igualdades y diferencias y toma modelos externos. Hay que depositar en él un voto de confianza, con total respeto hacia su descubrimiento y extenderle siempre lazos de comunicación.

Pertenecer a un grupo es clave. En la vida cotidiana la droga está en todas partes y probarla hace parte de la irrefrenable curiosidad, además porque es un elemento que convoca, socializa. Una de esas sustancias estimulantes y placenteras presente en esas primeras experiencias es la marihuana que, a diferencia del alcohol, tiene el encanto de lo prohibido. La marihuana potencia las percepciones, permite sentir matices de las sensaciones, de los sentimientos, facilita la palabra y aunque no la haya se tiene la seguridad de compartir. Pasarán a otras o no, se quedará con el cigarrillo o el alcohol, cada quien selecciona. Los adolescentes analizan sus experiencias, confrontan las acciones con sus pares, y comparten o no con su familia dependiendo de las relaciones existentes.

Lo que no debe suceder es el señalamiento y la censura por parte de los padres. Hay que fortalecer el diálogo, los adolescentes deben conocer el punto de vista de los adultos y transmitir las vivencias. Entre las drogas hay las menos y las peores. No es lo mismo observar que un adolescente eventualmente consume droga a otro cuyo consumo habitual lo protege de enfrentarse cara a cara a retos como las relaciones amorosas, pruebas escolares o para resolver conflictos sexuales, familiares o sociales. La idea, anota Roelens, "es que ellos puedan descubrir los diversos aspectos de la vida de una manera natural y libre, donde haya posibilidad de diálogo y se pueda discernir si el consumo de droga está suplantando los desafíos que hay que enfrentar".

Respetando estos impulsos que son de vida, de conocimiento, el papel de los adultos es el de estar pendientes, indagar por los cambios que observan, conocer los amigos de sus hijos y proponer otros escenarios de disfrute para compartir. Otro punto clave, señala Arturo Pava, consiste en "descubrirle al adolescente una pasión por algo y estimularla, financiarla y apoyarla, ya sea la música, una expresión artística, un oficio, un deporte".

Las nuevas generaciones tienen la fortuna de tener padres más frescos, menos autoritarios en la aceptación o al rechazo sin razones, muy amorosos y dispuestos a acompañar a sus hijos en esa loca carrera de la adolescencia.