SON RUMORES...

Los sociólogos analizan el porqué de esas historias increìbles, como la de la monja 'muerta' que le puso conejo a un taxista en Tuluá.

8 de agosto de 1994

LOS HABITANTES DE TULUA ASEGUran qué pasó: una monja tomó un taxi en el centro de la ciudad y le pidió al conductor que la llevara hasta una sala de velación. Cuando llegó a su destino, le dijo que esperara mientras entraba a pedir dinero para pagarle. En vista de que la monja se demoraba, el taxista ingresó a la funeraria y al indagar por la pasajera, los asistentes al velorio le informaron que la única monja en el recinto estaba en el ataúd. El taxista se acercó al féretro y encontró que la persona a la que acababa de transportar era la difunta.

La historia se propagó como pólvora y desde hace dos semanas en Tuluá no se habla de otra cosa. Y aunque a los 130.000 habitantes de esa población vallecaucana se les pone la piel de gallina cada vez que la relatan, cada uno la repite, y a medida que pasan los días, los detalles son más minuciosos. El rumor tomó tal fuerza que obligó a un pronunciamiento del alcalde, Gustavo Alvarez Gardeazábal, quien como escritor conoce muy bien los caminos de la fantasía popular. Al contrario de lo que muchos esperaban, el alcalde no desmintió el cuento: "Yo lo tolero porque en un país como Colombia esta es una catarsis -señala-. Además, hace parte del viejo esquema de explicar el misterioso viaje de la muerte, que siempre ha alimentado la imaginación popular".

Pero tampoco lo desmintió porque, al contrario de lo que sucede con muchos rumores -repetidos como verdades pero cuyo protagonista nunca aparece-, el taxista que llevó a la monja muerta sí existe. "Cada vez que hablo con él se le salen los ojos del pánico -dice Alvarez Gardeazábal-. Y el miedo hay que respetarlo". Pero el cuento no se quedó ahí. "La semana anterior se me presentó uno de los conductores que hacen el trayecto hasta la Ermita del Picacho a decirme que en ese lugar se le había aparecido una monja que quería montarse al carro. Fue tal el susto que el taxista no la recogió. Lo único que falta ahora es el milagro", dice Alvarez Gardeazábal, quien recuerda cómo hace 20 años, recogiendo historias de la imaginación popular armó su novela El bazar de los idiotas, que fue llevada a la televisión. "Esta es la repetición de lo que yo escuchaba en el año 1974. Y es precisamente en ese sitio, la Ermita del Picacho, donde hace muchos años los hijos idiotas de Marcianita Varona hacían milagros".

En esa época, sin embargo, los rumores se esparcían de boca en boca. Ahora los modernos medios de comunicación logran magnificar un chisme en cuestión de segundos. "El taxista contó la historia al aire y hay 700 taxistas en Tuluá con radioteléfono y una imaginaciòn que supera a la de los novelistas -señala el alcalde, quien se ha dado a la tarea de confrontar los hechos-. La parte real de la historia es que sì hubo un taxista que recogió a una monja y la llevó a una sala de velación. Que la monja le pidió que la esperara mientras entraba a pedir la plata. Y que, en vista de que la monja no salía, el taxista entró a la sala de velación a buscarla. Pero entró preguntando por una monja y los asistentes le señalaron el ataúd. El taxista -que no tenía muy clara la fisonomía de su pasajera- se acercó al féretro y vio a una mujer con hábito y salió despavorido. Sin embargo, la difunta no era una monja sino una mujer vestida con el hábito de la Virgen del Carmen, una mortaja que se acostumbra entre la gente de las zonas rurales", explica al alcalde.

Al parecer, una monja muy viva le puso conejo al taxista. Pero como ninguno de los asistentes al velorio la vio, y la única mujer con hábito era la difunta, la gente resolvió el enigma con una historia que ha crecido como una bola de nieve. Incluso hay quienes aseguran que en el trayecto la monja le hizo varias profecías al taxista -entre ellas la muerte de un jugador de la Selección Colombia-, a pesar de que el propio taxista sostiene que su pasajera no le habló durante el recorrido. El rumor, alimentado frenéticamente por una población que hoy se asusta con su propio cuento, confirma que el realismo fantástico no es sólo fruto de la imaginación de García Márquez. Y como en el cuento macondiano, la sensación de los tulueños hoy es que "en este pueblo va a pasar algo". Pero lo único cierto es que gracias a un taxista con radioteléfono, a un alcalde novelista y a la imaginación popular, un rumor se convertirá en leyenda.

Esta es solo una de las numerosas historias que cada cierto tiempo circulan en pueblos y ciudades, y que los sociólogos denominan leyendas urbanas. "Estas son tan siniestras como falsas y revelan los temores y fantasmas de una sociedad -dice el sociólogo francés Jean-Bruno Renard, autor de un libro sobre el tema-. Una leyenda urbana es una información de carácter clandestino, no verificable, y se diferencia del simple rumor en que es una historia construìda con lujo de detalles, aparentemente auténticos".

Los estudiosos de la sociología del rumor han recogido numerosas historias que han aparecido en diversas épocas y en distintos países. Una de ellas es la de las calcomanías impregnadas de LSD, que aparentemente han intoxicado a decenas de niños, y que han causado pánico entre los padres de familia y la quiebra de los fabricantes de éstas. Este rumor apareció hace un tiempo simultáneamente en Estados Unidos, Francia y Colombia. Lo mismo sucedió con el cuento del hombre que fue secuestrado y drogado para extraerle un riñón. En opinión del sociólogo, toda leyenda urbana tiene tras de sí un hecho verídico. La existencia del tráfico de órganos, que es real en algunos países subdesarrollados, ha encendido la imaginación popular al punto que historias inverosímiles de robo de riñones a transeúntes han circulado no sólo en Colombia, sino en Alemania, Inglaterra y Suiza.

Fantasmas que hacen autostop en los caminos, personas que han encontrado animales en envases de alimentos, hamburguesas con carne de lombriz, cadáveres hallados en las bodegas de vino, serpientes camufladas entre las corbatas de los almacenes o niños que han cocinado a sus mascotas en el horno microondas, hacen parte de las leyendas universales. "La historia parece real -dice Renard-,pero la frecuencia con que es relatada, a través de múltiples variantes, indica que se trata de una leyenda contemporánea. Estas historias, producto de la fantasía colectiva, reaparecen cada cierto tiempo, no porque sean reales sino porque son ejemplificantes. Son raros los rumores que no tienen moraleja o sentido. Todo es simbólico en estas historias".
No todas estas leyendas urbanas son un simple ejercicio de exorcismo social. Los rumores tienen tal poder que no pocas veces han sido utilizados como un arma efectiva en la guerra comercial o política. De eso dan cuenta numerosos tratados sociológicos. Por ahora, las únicas damnificadas con el rumor de Tuluá son las monjas, porque no hay un taxista que las recoja.