M O D A

Todo tiempo pasado fue mejor

Cuando se pensaba que las casas de moda le apostarían a las telas sintéticas y ropas futuristas, Yves Saint Laurent, Gucci y Coco Chanel alimentan sus colecciones con ingredientes del pasado.

5 de febrero de 2001

Los jardines del Museo Rodin fueron el escenario de la colección Yves Saint Laurent Rive Gauche. En la primera fila estaba la legendaria Bianca Jagger, ex esposa del líder de los Rolling Stones y amiga íntima de Yves Saint Laurent. La colección primavera-verano 2001, diseñada por Tom Ford, el cerebro creativo que salvó a Gucci en 1994 de una casi inevitable bancarrota, fue una de las más esperadas de la temporada. Cuando las luces se apagaron surgió sobre el escenario negro una mujer vestida de blanco. Veinte minutos después los aplausos no se hicieron esperar. La pasarela fue una verdadera apología a la década de los 70. El rey de la noche fue el famoso esmoquin femenino, creado en 1966 por Saint Laurent para la primera colección de Rive Gauche, basado en la tradicional chaqueta masculina. Las imágenes de las divas de aquella década fueron la inspiración para Ford y fue Jagger la estrella de la noche. Por eso, cuando los periodistas presentes le pidieron su opinión sobre el trabajo, respondió: “Me pondría cualquier prenda de esta colección y también me pondría la versión que Tom presentó del sastre blanco que diseñó Yves para mi matrimonio con Mick en 1971”. Pero no fue Bianca Jagger el único icono del pasado que apareció renovado en las pasarelas. En Milán, Dolce & Gabbana desempolvaron la Madonna de los 80 y presentaron jeans rotos y camisetas originales de esa misma década con la silueta de la cantante. Prada actualizó el look colegial de los 50 con busos a rayas horizontales y faldas plisadas similares a las que usó Audrey Hepburn en la película Vacaciones en Roma. Oscar de la Renta y Karl Lagerfeld retomaron las perlas de Coco Chanel y el romanticismo de los años 20 con vestidos en seda y chifón. Y el nuevo genio de la industria, el joven francés Nicolas Ghesquiere, se inspiró para Callaghan en las túnicas blancas de las diosas griegas y en la aventurera princesa Leia, protagonista de La guerra de las galaxias. Todas estas son evidencias de una verdad que se dice a gritos: el pasado está de moda, lo viejo está de último. Pero teniendo en cuenta que un nuevo siglo se está apenas estrenando y que el futuro representa, aparentemente, una fuente para nuevas exploraciones, esta obsesión por el pasado parece insólita pero en realidad no lo es. Es el mismo cambio en el reloj el que marca la nostalgia por lo que ya fue y el que empuja a la moda a hacer esta exhaustiva revisión de cada una de las décadas del siglo XX. Las primeras colecciones de este siglo no fueron entonces una oda a lo sintético, tampoco tomaron prestados elementos del futuro ni mostraron ropas con sabor a Steven Spielberg. Por el contrario, todas, sin excepción, se alimentaron con ingredientes del pasado. Las razones que explican este fenómeno son diversas. De un lado está el factor de la exclusividad. Las piezas originales son únicas y cuando vienen de las grandes casas de moda están construidas de forma brillante. Vestirse con piezas antiguas es divertido, y en últimas de eso se trata la moda. La mezcla de lo nuevo y lo viejo es una manera de jugar para lograr una apariencia única y original. También está el factor de la seguridad, tal vez el más importante de todos. Y éste hace referencia a recuperar y actualizar las fórmulas exitosas del pasado. Los grandes maestros crearon piezas que marcaron momentos en la historia de la moda, como el vestido Sabrina que Givenchy diseñó para Audrey Hepburn, silueta que ha sido reinterpretada cientos de veces a lo largo de los años. Miuccia Prada tomó los patrones florales creados en la década de los 40 por Sandy Powell para la película The End of the Affair y los presentó en su aclamada colección del otoño pasado. Lo cierto es que esta tendencia está alcanzando un impulso inusitado que ya resulta imposible detener: Winona Ryder llevando en la ceremonia de los Oscares un vestido de los 60; Kate Moss coleccionando trajes de la década de los 80 y la modelo del momento, la brasileña Gisele, vestida en Pucci o Yves Saint Laurent de los 70. Todo este movimiento se formaliza comercialmente cuando importantes tiendas en Nueva York y Los Angeles, como Bendel’s y Barneys, le abren espacio en sus exhibidores a los más reconocidos concesionarios de ropa ‘antigua y clásica’.