VACACIONES RE-CREATIVAS

Cerca de Villavicencio funciona un campo de verano similar a los de Estados Unidos. Los niños pueden pasar vacaciones llenas de aventuras, independientes y muy creativas.

20 de junio de 1994

DESDE HACE YA VARIAS DECADAS, los campos de verano en Estados Unidos, Canadá y Europa han sido la solución de las vacaciones para los hijos de padres ocupados. Cada año, y durante dos o tres meses, los niños son enviados a algún centro recreativo con el fin de que pasen sus vacaciones escolares haciendo algo distinto de ver televisión y comer golosinas. Y la verdad es que el esquema ha sido todo un éxito. Niños de todas partes del mundo llegan a estos centros para pasar largos veraneos al aire libre, con amigos de su misma edad, y bajo supervisión de personal especialmente entrenado en recreación y deportes.
En Colombia el modelo ha sido parcialmente adoptado por algunos clubes que han programado días recreativos en sus instalaciones, los cuales induyen jornadas deportivas, almuerzo y diversión. Pero si bien esta fórmula es ideal para mantener a los niños ocupados durante las vacaciones escolares, para muchos la esencia misma del campo de verano se pierde. Más que un pasa tiempo, el campo de verano está concebido para que sea una oportunidad para que los adolescentes se vayan a vivir una temporada al aire libre, conozcan niños diferentes, se desvinculen por un rato de la protección de sus padres, desarrollen habilidades y aprendan a vivir en comunidad.
Hasta hace poco, el auténtico campo de verano era una opción reservada a unos cuantos privilegiados. Los costos de enviar un niño al exterior eran demasiado altos, por lo que no estaban al alcance del bolsillo de la inmensa mayoría de los colombianos. Y aunque existían algunos programas nacionales, en muchos el esquema no estaba a la altura de las expectativas de quienes querían unas vacaciones a la vez recreativas y educativas para sus hijos. Sin embargo, desde hace algún tiempo viene funcionando en Colombia un campo de verano con las mismas características de los centros extranjeros. Se trata del Camp Kajuyalí, un centro bilingue de vacaciones para adolescentes de 7 a 17 años, que opera a 35 kilómetros de Villavicencio. Y es igual a los cotizados campos de Estados Unidos porque, como lo afirma su director, Juan Mario Gutiérrez, un bogotano de 26 años, "los estadounidenses llevan años haciendo este tipo de centros, los hacen a la perfección, y no hay razón para que nosotros nos pongamos a inventar la pólvora cien años después ".
Camp Kajuyalí funciona en una finca, de 80 hectáreas en la vía a Puerto López. Tiene piscina, lago, canchas de tenis, béisbol, baloncesto, voleibol, caballos, escenarios, talleres de artes manuales, equipos de buceo, laboratorio de fotografía y consejeros especializados en cada actividad. Los niños tienen la posibilidad de escoger un deporte que practican durante los 15 días que dura su estadía, y, adicionalmente, pueden desarrollar una actividad diferente cada tarde. "La idea -comenta Alejandro Vargas, el consejero encargado de las clases de tenis-, no es tanto que el niño se convierta en un experto en el deporte que escogió. Se trata de que él mismo se ponga metas, que las cumpla lo mejor posible, y, sobre todo, que disfrute haciéndolo ".
Además de los deportes individuales, el programa está diseñado para que los niños aprendan a trabajar en equipo. Por ello el final de la tarde está dedicado a juegos en grupo, excursiones y competencias entre las diferentes casas, y a actividades que involucren a los 75 niños del campo.
En Camp Kajuyalí no sólo importa la diversión. Inculcar disciplina, compañerismo y responsabilidad es tarea de los consejeros, quienes enseñan cada uno una actividad, y están especialmente entrenados para hacer frente a un pelotón de niños. De allí que, aparte de excelentes deportistas, toman cursos de primeros auxilios, de recreación y reciben asesoría por parte de sicólogos. Además de divertir a los infantes, son los consejeros los encargados de hacer respetar las jerarquías, los horarios y el buen desarrollo de las actividades. Pero aunque en teoría son ellos quienes imponen las reglas, en la práctica, y como el grupo al que pertenece cada camper es calificado según su desempeño, es el mismo grupo el que se encarga de ahogar los malos comportamientos.
La planeación de cada una de las tres sesiones de veraneo es toda una odisea.
Los organizadores recogen a los niños en Bogotá, los transportan, los recrean y los devuelven a sus padres 15 días después. La comida, diseñada especialmente por una nutricionista para días calurosos y de intensa actividad, corre por cuenta de un chef. La seguridad es cosa de los propios consejeros. "Nunca dejamos solo a un 'camper'. Todo está planeado para que si el niño no aparece en la actividad que tenía programada, nos demos cuenta en un par de minutos", comenta el director. Adicionalmente, celadores vigilan la finca y las instalaciones. Un médico permanece en el campo las 24 horas, y un equipo de comunicaciones funciona siempre para que los padres puedan averiguar por la suerte de sus hijos. No obstante, en la mayoría de los casos éstos están demasiado ocupados para pasar al teléfono. -