convivencia

Vecinos y enemigos

Todos han tenido que soportar alguna vez a un ruidoso en la puerta de al lado. Hay herramientas para solucionar estos problemas a las buenas.

29 de febrero de 2004

En el edificio El Refugio se ve de todo. El señor del 301 acaba de llegar de las selvas del Putumayo y trajo como recuerdo un pequeño tigrillo, lo que no sólo viola las normas sobre la fauna silvestre, sino que es una amenaza para el bebé del 403 a quien ya le mordió su juguete preferido. Entre el señor del 702 y la abuelita del 602 hay una pelea casada desde hace una década. La última queja tiene que ver con una gotera de la señora, que según ella se debe a una tubería rota en el apartamento del señor y éste cree que la "vieja paranoica" se lo ha inventado.

El solterón del penthouse seis días de la semana organiza parrandas vallenatas hasta la madrugada. Cuando celebra algo importante, como los games que Fabiola Zuluaga le ganaba a Justine Henin en Australia, hace disparos al aire, una costumbre de su pueblo. La señora del 204 para tener un ingreso decidió transformar su apartamento en almorzadero y por eso al mediodía circulan por el lobby y los ascensores decenas de oficinistas. La administradora, que vive en el primer piso, le declaró la guerra a los del 703 por retraso en el pago de la administración. Ordenó que les retengan la correspondencia y no les abran el ascensor. Los inquilinos, agredidos, la han amenazado.

Este edificio imaginario reúne los conflictos que más se presentan entre los residentes de una copropiedad en Colombia. "Sucede mucho más de lo que la gente imagina", dice Diana Echeverry, de la Inspección de Policía de Chapinero, en Bogotá. Sólo en las alcaldías de la capital, cerca de 60 personas, la mayoría inspectores de policía, deben dedicar su tiempo a estas quejas, sin importar el estrato ni el número de copropietarios. "La gente escoge dónde vivir, pero sus vecinos son una lotería", dice Hernando Vélez, presidente de la Asociación de Inmuebles Sometidos al Régimen de la Propiedad Horizontal, Animprho. Estos conflictos pueden convertirse en una pesadilla. Este es el caso de una señora que iba a la alcaldía de Usaquén a quejarse por el ruido de sus vecinos. "Me están volviendo loca", le decía a la inspectora. Son además un reflejo de la intolerancia y la poca destreza para resolver conflictos de los colombianos, que a veces prefieren tomar la justicia por su cuenta. Como un señor que, desesperado con los ladridos del perro vecino, se lo robó y lo dejó en un lugar lejano.

Existen normas de convivencia que las personas no conocen o no asumen. "Hemos pasado de una ciudad de casas a una de edificios, pero la gente no lo ha asimilado", dice Jaime Rodríguez, curador urbano. La gente cree que vive en una finca. Difícilmente van a las asambleas de copropietarios para discutir temas comunes y conocer a sus vecinos. Muchas veces ni siquiera cumplen los acuerdos. "No es siempre un problema de plata sino de falta de voluntad", dice la juez de paz Adriana Bustos.

También se subestima la administración de las copropiedades. Muchas son manejadas por un residente escogido sólo por ser el más antiguo o el que tiene más tiempo. "La copropiedad es como una pequeña empresa, dice Vélez. Si el administrador no lo hace bien mete en líos a todos". Un caso frecuente sucede con los propietarios atrasados en la administración. En represalia les restringen servicios, el garaje o la correspondencia, lo que está prohibido.

La gente casi no utiliza los canales disponibles para solucionar conflictos. Debe existir por ley un comité de convivencia en cada edificio. También están los jueces de paz para dirimir las diferencias. Y siempre es posible hablar. Lo ideal, según los expertos, es lograr que los roces se atiendan a tiempo para evitar que se vuelvan conflictos. "La gente no usa estos recursos porque son muy nuevos y porque falta más educación", asegura Ana María Vergara, juez de paz de Usaquén. Y es en la conciliación donde buena parte de los afectados se sientan a discutir por primera vez. "Muchos salen como si fueran viejos amigos", dice.

El esfuerzo del Estado para evitar las querellas ha sido importante. Hay una ley que establece reglas a las que se deben someter las propiedades horizontales. Pero pocos la obedecen.

Las curadurías urbanas también han ayudado a educar a los constructores, que solían presentar planos que no cumplían y generaban problemas entre vecinos. Sin embargo, cuando se trata de hacer mejoras, pocos hacen los trámites. En Bogotá entre el 30 y el 40 por ciento de los predios se transforma al año, pero a las curadurías sólo llegan 5.000 casos anualmente. Y esos son pleitos potenciales.

Pero el mayor esfuerzo se debe hacer en la educación. Los colombianos tiene problemas a la hora de conciliar. Se concentran en la persona y no en el problema, son reactivos y paranoicos y creen que en toda negociación hay que ganar. "Aqui se les enseña que ambas partes deben perder un poco para que todos ganen", dice la juez de paz Olga Lucía Londoño.

No es fácil vivir en un pequeño espacio junto con extraños. Por eso arreglar las cosas por las buenas es el primer paso para una vida tranquila. No es imposible. Hace años el edificio Orión era un desbarajuste. Las peleas eran permanentes hasta que dos jóvenes de un apartamento enviaron cartas en las que hacían reflexionar a los copropietarios sobre vivir en comunidad. Hoy son un modelo de cordialidad en Teusaquillo.