educación

Vivir sin aire

Cada vez más alejados de las actividades en medios naturales y atraídos por las nuevas tecnologías, los niños de hoy están expuestos al síndrome de déficit de naturaleza.

12 de febrero de 2006

Miguel, de 13 años, todas las tardes después del colegio enciende el computador y se conecta por Internet a un portal de juegos en línea llamado Runescape. En el juego tiene que realizar una serie de actividades para subsistir. Debe extraer metales de las minas, pescar y cultivar trigo para hacer pan. Después de varias semanas de trabajo arduo en su juego, Miguel ha merecido una buena recompensa: un gato que lo acompaña a donde quiera que va y al cual él debe cuidar. Miguel se gasta por lo menos tres horas al día frente a la pantalla del computador en ese juego. No le interesa salir a jugar fútbol, treparse a los árboles ni atrapar bichos en el jardín. Ni siquiera tiene tiempo para sacar a pasear a su perro de carne y hueso a pesar de los alegatos de su mamá. Miguel es el típico ejemplo de un niño con 'déficit de naturaleza', nombre que le dio el investigador Richard Louv a los efectos de crecer en un ambiente apartado del contacto con la vida natural. No se trata de un diagnóstico médico, pero entre sus síntomas más evidentes están la disminución del uso de los sentidos, las dificultades en la atención y una mayor propensión a enfermedades físicas y emocionales. Louv consignó sus hallazgos y reflexiones en el libro The last child in the woods (El último niño en el bosque), publicado recientemente en Estados Unidos, que sacó a la luz un secreto a voces: crecer alejado de la naturaleza tiene serios costos para la salud física y emocional. Las nuevas tecnologías para el entretenimiento son la causa principal de este desorden. No es sólo la televisión. Los video juegos, el celular y el iPod son otros aparatos que ocupan permanentemente el tiempo libre de los niños. Los estudios lo demuestran. Un reporte publicado en julio por el proyecto Pew Internet and American Life, que estudia los efectos de la tecnología en la sociedad, muestra que el uso del computador entre los jóvenes se ha incrementado notablemente. Más de la mitad de los adolescentes que usan Internet se conectan diariamente, cuando en 2000 esta cifra era de 42 por ciento; y 81 por ciento de estos usuarios frecuentes se entretienen además con los videojuegos, mientras cinco años atrás era tan sólo 52 por ciento. En Colombia la situación va por el mismo camino. En un estudio descriptivo hecho por la facultad de sicología de la Universidad Javeriana se encontró que 44,9 por ciento de los jóvenes encuestados gastan por lo menos dos horas diarias de su tiempo libre en videojuegos y juegos de azar. Pero existe otro factor, tal vez menos consciente, que incide en la expansión del déficit de naturaleza. Es el miedo que, según dijo Louv a SEMANA, desempeña un importante papel en esto: "Miedo al tráfico, al crimen, al peligro de los extraños y a la naturaleza en sí". Para él, cuando aumenta la percepción del miedo a los extraños, también incrementa el desorden de déficit de naturaleza. Lo curioso es que sólo se trata de una percepción, pues en términos reales, los niños están más a salvo del peligro hoy que hace 30 años, por lo menos en Estados Unidos. Según un estudio reciente de la Universidad de Duke, desde 1975 los crímenes contra los menores han caído más de 38 por ciento. Si las cifras muestran que hoy se vive en un mundo más seguro, ¿dónde está el problema? "Mire nada más su televisor y observe el obsesivo cubrimiento, 24 horas al día, de un puñado de raptos. Los canales internacionales de noticias convierten la tragedia en entretenimiento, y las condiciones en que vivimos, en un permanente estado de miedo", explica Louv. En este contexto no resulta extraño que los padres quieran proteger a sus hijos de todos los peligros -reales o imaginarios- que esconde el mundo exterior. "Hemos hecho una cárcel de la ciudad", dice Catalina Sarabia, bióloga y cofundadora de Opepa, una organización que trabaja con niños y jóvenes en temas de educación ambiental. Quizá la consecuencia más grave de la falta de naturaleza es el síndrome de déficit de atención e hiperactividad, un desorden que se ha convertido en una de las mayores preocupaciones de los padres de familia. Los niños que sufren de esta condición tienen problemas para poner atención en clase, seguir instrucciones y centrarse en tareas específicas. Puede llevar, además, a comportamientos agresivos y antisociales. Una investigación publicada el año pasado en la Revista Estadounidense de Salud Pública encontró que los síntomas de los niños diagnosticados con el déficit de atención se reducían significativamente cuando jugaban al aire libre en lugares como jardines, parques o fincas. En 54 de 56 casos, las actividades en escenarios naturales condujeron a una gran reducción de las manifestaciones de dicho desorden. Muchos padres creen que están cumpliendo con su cuota de aire libre cuando llevan a sus hijos a clases de fútbol, tenis y natación. Aunque no está en desacuerdo con que los niños hagan ejercicio, el contacto al que Louv se refiere es diferente. Se trata de un juego abierto, sin objetivos específicos ni límites de tiempo, un tipo de actividad que estimula la creatividad de los niños por medio de la relación directa con la complejidad del mundo natural. Cavar un hueco, subirse a un árbol, cruzar un río, explorar una cueva, escalar una montaña o cazar pequeños animales, son todas actividades que involucran los cinco sentidos y provocan que los niños experimenten un tipo de atención más relajada y a la vez enfocada. A pesar de esto, estudios han demostrado que con sólo tener acceso a una ventana con vista a un jardín o un paisaje, su estado de ánimo mejora. ¿Por qué la naturaleza ejerce una influencia en las funciones cerebrales relacionadas con la atención? Una teoría sugiere que estar rodeado de árboles, animales y paisaje es una experiencia más 'natural' y familiar, pues es en este medio en donde el ser humano ha pasado la mayor parte de su historia evolutiva. Lo extraño es vivir en un mundo artificial, lleno de muros de concreto, máquinas, carros, cables eléctricos y pantallas de televisión. Para otros es un problema de energías. Rafael Castro, director del Centro Mandala, explica que el ser humano y la naturaleza solían estar sintonizados en la misma vibración. Pero, a medida que crecieron las ciudades y aumentó el ruido y la polución, el hombre y la tierra perdieron el paso. "Por eso el acelere y la necesidad de irse el fin de semana para escapar de la ciudad", dice. Cualquiera que sea la explicación, lo cierto es que el contacto continuado con la naturaleza es una terapia efectiva para la depresión, la obesidad y para mejorar el desempeño escolar en materias como las ciencias sociales y naturales, matemáticas, arte y lenguaje, según afirma Louv. Así lo ha comprobado el equipo de Opepa en sus excursiones con niños y jóvenes a zonas rurales de Colombia. Niños y jóvenes que, por los problemas de inseguridad y violencia, no han tenido la oportunidad de crecer cerca de las fincas, como sí lo hicieron generaciones anteriores. "Los niños de hoy tienden a no ensuciarse, no se les pasa por la mente meterse a una cueva, ni cruzar un río, ni subirse a un árbol. Se están acostumbrando a tener un espacio muy seguro para poder actuar", dice Sarabia. Pero es preciso mostrarles que la recompensa de vivir la naturaleza es más enriquecedora que pasarse horas encerrado y conectado a un videojuego. Al otro lado de la puerta espera un mundo que permite desarrollar una importante habilidad: la de estar desconectados y en silencio y, a la vez, dispuestos a la aventura, a la incertidumbre y a la libertad.