EL ENFERMO IMAGINARIO

La hipocondría, un mecanismo de defensa que puede curarse con psicoterapia.

3 de octubre de 1988

Todo el mundo conoce por lo menos un caso. Una persona que todos los días se levanta sintiendo que sufre una enfermedad diferente, acude donde el médico y el diagnóstico es siempre el mismo: no padece de nada. Por cuenta de esto, esa persona es ridiculizada por todos y su hipocondría se convierte en objeto de burla. Pero si le sirve de consuelo, Charles Darwin padecía de desórdenes intestinales que no eran más que el resultado de su imaginación. Y muchas más figuras históricas han sido protagonistas de situaciones similares.

Pero ahora, las cosas pueden estar comenzando a cambiar para los hipocondriacos. En un libro recién aparecido en los Estados Unidos y titulado Hypocondria: Woeful Imaginings, la doctora Susan Baur describe la hipocondria como una enfermedad que se debe tratar con compasión. Según ella, no se trata de un simple desorden mental, sino de la manifestación de temores que el paciente experimenta.

Para la doctora, los hipocondriacos utilizan su obsesiva preocupación por la enfermedad como una forma de enfrentar y manejar el stress. Son personas que creen necesitar que la sociedad les dé una ventaja, por sentirse impotentes ante ella.
Exageran problemas e inventan impedimentos para explicar su falta de éxito. Mantienen la ilusión de que si no estuvieran enfermos, serían personas independientes y fuertes.

Sin embargo, a pesar de estos rasgos generales que pueden definir globalmente-a los hipocondriacos, la verdad es que no todas las hipocondrias son iguales. El libro de la doctora Baur describe tres clases:
-La que sufren aquellos que, convencidos de padecer una enfermedad específica, organizan su vida alrededor de ésta.
-Hay también aquellos que simplemente temen contraer alguna enfermedad y se comportan en consecuencia.
-Finalmente, el tipo más común es aquel en el cual las personas se obsesionan, no ya con una enfermedad, sino con unos síntomas determinados. Estos últimos sienten que tienen algún control sobre su enfermedad y pocas veces piden ayuda. El libro relata el caso de un señor que estaba seguro de que iba a morir de un ataque cardiaco: mientras jugaba golf y después de haber caminado mucho, sintió el corazón acelerado y, muy asustado, inventó una disculpa para dejar de jugar, pero no contó lo que le pasaba para no hacer el ridículo.

Los hipocondriacos temen especialmente contraer cáncer o enfermedades cardiacas. Experimentan por ello constantes dolores de cabeza y trastornos. Pero el número de enfermedades que creen padecer los hipocondriacos no tiene limite. La autora del libro narra la historia de un hombre a quien le daba miedo orinar porque temía inundar con ello el pueblo en el que vivia. El médico trató de disuadirlo: ordenó que se tocaran las campanas y le dijo a su paciente que había un incendio en el pueblo, y el hombre pudo entonces orinar.

El libro plantea además que, aunque no se trata de una enfermedad elitista, la hipocondria es de todos modos, más común en sociedades en las cuales se considera mejor estar enfermo que loco. En general es más frecuente entre hijos de padres hipocondriacos y entre aquellos cuyos padres sobreprotegen por considerarlos débiles. Es, en definitiva, un arma utilizada por personas que sienten que tienen poco poder para enfrentar a una sociedad cruel.

Lo que dificulta el tratamiento de pacientes hipocondriacos, es que los síntomas siempre están cambiando.
Algunos doctores, con mucho éxito, se concentran en la parte sicológica de la enfermedad, prestando poca atención a los sintomas de los que se queja el paciente. Más de la mitad de los que han sido tratados con sicoterapia se curan. Los más difíciles de curar son aquellos con desórdenes de personalidad, que se mantienen aislados de la sociedad o los que se sienten inválidos. Un caso dramático que tipifica a estos últimos, es el de la poetisa norteamericana Sara Teasdale, quien creyó toda su vida ser inválida, hasta que se suicidó. Mucho más fácil de curar son los casos de pacientes que se vuelvon hipocondriacos como resultado de algún trauma, como la pérdida de un familiar.

Pero independientemente de estos matices, después de la aparición del libro de la doctora Baur, parece haber surgido una esperanza para los hiponcondriacos: no sólo que, al redefinirse la enfermedad, habrá mejores armas para combatirla y curarla, sino que, cuando esa cura sea imposible habrá mayor comprensión hacia el paciente. --