LA SEGUNDA ADOLESCENCIA

Los cambios que trae la llegada a la edad madura representan una aguda crisis personal

15 de junio de 1987

El paso por la barrera de los cuarenta o cuarenta y cinco años, o sea la llegada de la edad madura, no solo representa unos cuantos kilos de más en la barriga o unos pelos de menos en la cabeza. El individuo sufre una serie de cambio en su personalidad que se atribuyen según las ultimas investigaciones realizadas en Estados Unidos, tanto modificaciones en la química de su cerebro como a factores de índole puramente social y familiar. El señor cuarentón y su hijo de dieciséis años podrían tener en común algo más de lo que se imaginan. En opinión de muchos investigadores, la llegada de la edad madura representa una cierta forma de segunda adolescencia, no exenta de las contradicciones y paradojas que caracterizan a la primera.
En efecto, aunque se ha demostrado que el cerebro del hombre sufre a partir de los cuarenta años un progresivo deterioro del centro cerebral que regula la ansiedad, aplacando por consecuencia los ímpetus juveniles del individuo y haciéndolo, en teoría, más asentado y dueño de sí mismo, es precisamente en la etapa de la madurez, antes de la ancianidad, cuando las personas son más susceptibles de caer en estados depresivos.

Células que se van
Las nuevas actitudes ante lo que los norteamericanos llaman middle age se basan en una serie de descubrimientos llevados a cabo en disciplinas tan disímiles como la neurología y el sicoanálisis. Todo parece indicar que un paso equilibrado por la edad adulta puede llevar al individuo a avanzar positivamente en su madurez y en la concepción de su propia actitud ante la vida. Pero también puede haber problemas.
Por parte de la neurología, las nuevas investigaciones han demostrado que, al contrario de lo que se pensaba hasta ahora, el cerebro no se deteriora uniformemente a través de la vida del individuo, sino que lo hace por porciones, por lo que algunas partes se deterioran mientras las de más, la mayoría, continúan desarrollándose durante toda la vida.
En ese orden de ideas, el doctor Lucien Cote, investigador del Columbia College of Phisicians and Surgeons (Colegio de Médicos y Cirujanos del Distrito de Columbia), en un estudio sobre las autopsias de un número de personas adultas, encontró que un sector pequeño del cerebro, llamado locus coeruleus, que es clave en el manejo de la ira, el miedo y, en general, la ansiedad, y que funciona como una especie de sistema neural de alarma, se deteriora, esto es, pierde células a partir del arribo a los cuarenta años.
Como una lógica consecuencia, el individuo tendería a hacerse más tranquilo, a tomar las cosas con más calma, a tener mayor seguridad en sí mismo. Esto, entre otras cosas, podría explicar porqué, en la mayoría de las estadísticas, se encuentra que raramente un individuo de más de cuarenta años da comienzo a una vida delictiva. El locus coeruleus, con lo pequeño de su tamaño, tiene, pues, una importancia decisiva en la vida mental del individuo.

El turno de la depresión
Paradójicamente, cuando el individuo cruza la barrera de los cuarenta y tantos años es cuando más riesgos se corren de desarrollar la depresión. En este aspecto es el doctor Peter Lewinsohn, de la Universidad de Oregón, quien,en un estudio masivo hecho en personas de mediana edad, determinó que en ese grupo es donde se presenta la mayor incidencia de depresión, aunque en sus conclusiones le da una mayor importancia a los factores sicológicos y sociales implicados que a los cambios neurológicos que se suceden.
"Es un punto en la vida en el que usted se da cuenta de que nunca será lo que soñó --famoso, rico, cualquier otra cosa-- y es un tiempo en que la gente tiende a sentirse sobrepasada por las fallas y las derrotas sufridas en la vida: el divorcio, los hijos que abandonan el hogar y, por encima de todo eso, la falta de apoyo ante el hecho ya inevitable de la pérdida de los padres":, dice el doctor Lewinsohn, para quien, además, el riesgo de depresión es mayor en las mujeres que en los hombres.
El doctor John Oldham, siquiatra de la Universidad de Cornell, quien también dirige investigaciones sobre este tema, afirma que "inconscientemente, uno le saca el cuerpo a la muerte al pensar que hay alguien, un padre o un jefe, que tiene que morir primero; al suceder esto, ya no habrá nadie que deba morir antes que uno, lo que trae una conciencia de la propia mortalidad que antes no existía, al menos tan intensamente". Esa nueva conciencia trae consigo, según el doctor Oldham, un cambio de actitud sicológica que trae consigo una fuerte crisis. "Enfrentar la propia mortalidad puede reactivar los conflictos que están sin resolver desde épocas juveníles, al igual que pasa durante la consecución de la identidad propia en la adolescencia". Como en las etapas iniciales de la vida, el resultado puede ser positivo, con el resultado de una actitud frente a la vejez caracterizada por el equilibrio, o desastroso, con un dividendo de, por ejemplo, el regreso a las actitudes egoístas y una profunda resistencia sicológica a lo que está sucediendo.
Lo que parece demostrarse, una vez más, es que la vida del hombre no es una existencia líneal, sino una compleja serie de acontecimientos que se ligan entre sí de manera más bien concéntrica. Al menos es lo que parece insinuar la teoría del doctor Oldham, quien afirma que al final de la vida los padres son finalmente perdonados por sus hijos en sus fallas y defectos, muchas veces póstumamen te, "ya que en esa etapa de la vida ya uno no puede esperar inconscientemente que cambien o que enmienden sus errores". Un buen consuelo, aunque un poco tardío, para los problemas padre-hijo.--