CORAZON ARDIENTE

La ciencia describe un candente mar en el centro de la Tierra.

20 de julio de 1987


Hace un siglo Julio Verne se imaginó un viaje al centro de la Tierra, en que los exploradores llegaban después de mil peripecias a un mar interior, tan grande y rico como el exterior, y, como éste, poblado por criaturas que a sus ojos se antojaban monstruosas. Las investigaciones que los modernos geólogos han logrado hacer sobre la naturaleza del centro de la Tierra han puesto en evidencia que en este caso Verne, al contrario de lo que sucedió en muchas de sus otras novelas de ciencia ficción, no acertó casi en nada. En lo único en que el bueno de Julio dio en el clavo, fue en la figura del mar interior, que es la misma que usan los científicos para referirse al inmenso depósito de materia fundida que rodea al núcleo del planeta. Pero las semejanzas entre ese "mar" y el que conocen tantos veraneantes sabaneros a los treinta años, son bastante remotas.

En primer lugar su tamaño y profundidad, que hace parecer un charco los abismos más insondables del océano. En efecto, las aguas que cubren buena parte de la superficie de la Tierra, resultan ser una delgada capa si se comparan con los 2 mil kilómetros de profundidad que le calculan los investigadores al océano derretido.

Por otro aspecto, la manera como circula la materia fluida es diferente de la forma como se mueven el agua del mar y el aire de la atmósfera, que dicho sea de paso se comportan de una manera similar entre sí. El movimiento de la masa candente se podría comparar más bien con la forma como se mueve la sopa al hervir en la olla, en la que el agua de la parte inferior intensamente calentada, asciende a la superficie para enfriarse y regresar, empujada por la que a su turno está abajo, y así sucesivamente. Claro que en el caso de las corrientes subterráneas, la velocidad de desplazamiento de la materia no se mide en kilómetros por hora sino en metros por año.

Hasta hace poco el núcleo de la Tierra parecía fuera del alcance de los científicos, pero a partir del último año, "una nueva imagen de la región más profunda del planeta, el núcleo, ha comenzado a emerger", tal como lo afirman en la revista Science los científicos Adam Dziewonski y John Woodhouse, de la Universidad de Harvard en Estados Unidos. El milagro ha sido posible gracias a nuevas redes de detección sísmica instaladas alrededor del mundo, a instrumentos cada vez más sensibles y a la utilización de computadores capaces de digerir los datos recogidos. Ello ha hecho posible que los científicos miren a través de los kilómetros de roca que forman el manto, observen la masa líquida y por su medio, hayan podido establecer un mapa aproximado de las características del núcleo.

Como una dínamo
Una de las conclusiones importantes que se derivan del trabajo de observación de las capas internas del planeta es la determinación de la forma como funciona el magnetismo. Se ha deducido que la principal causa de su existencia es la circulación de las masas fundidas por los patrones que rigen ese dinamismo. El material fundido es hipercalentado cerca del núcleo, asciende hacia capas más externas donde transfiere su calor, y regresa a las profundidades. Los científicos creen que ese movimiento funciona en forma parecida a una dínamo al producir electricidad.

La explicación para el intenso magnetismo que se observa en ciertas partes de la Tierra siguiendo esta teoría podría deberse a una especie de gigantesco remolino causado por el descenso en espiral de grandes cantidades de materia fundida pero relativamente fría. Una situación de este tipo existe en las profundidades de lo que en la superficie se conoce como Canadá y Siberia.

El mes pasado, la reunión de la Unión Geofísica Norteamericana que se llevó a cabo en Baltimore se enfocó en la Tierra como un "sistema". Los sismólogos, minerólogos y los especialistas en geomagnetismo, concluyeron que no hay ningún aspecto del comportamiento del planeta, desde el núcleo hasta las capas exteriores de la atmósfera, que pueda ser individualmente considerado y explicado, sin tener en cuenta la interacción que cada uno de sus elementos tiene sobre los demás. Esto es tal que, según uno de los asistentes, el investigador Coerte V. Voories, las variaciones que se operan en las corrientes interiores de la masa fluida, debido a las protuberancias del núcleo, llegan a cambiar la velocidad de rotación de la Tierra en fracciones de segundo al día.

Los científicos creen, a partir de las nuevas observaciones del interior del planeta, que el movimiento de la masa ígnea, al intercambiar calor con el manto que la rodea, contribuye al movimiento de ese manto, que a su vez es el responsable de la formación de continentes, de la creación de depósitos minerales y de las cadenas montañosas. La conclusión es que si esa especie de fermento interno no existiera, la Tierra sería un planeta inerte, muerto geológicamente. El resultado sería una superficie plana, completamente cubierta por el agua de los mares.

Lo que ha hecho posible la observación de esa misteriosa región del planeta, es que las partes "frías" de la corriente son más rígidas y transmiten las ondas sísmicas más rápidamente que las áreas más calientes que, por lo tanto, son más elásticas. Sobre la base de ese conocimiento se ha determinado, por ejemplo, que el área correspondiente al Océano Pacífico tiene un manto caliente bajo capas más frías. Eso sería parte de la explicación de la intensa actividad volcánica del área, a la que se le ha llamado gráficamente, el "circulo de fuego del Pacífico". Lo que sucede allí, constituye uno de los grandes misterios de la conducta de la Tierra. En efecto, son comunes en esa región las erupciones volcánicas submarinas, que ocurren cuando grandes losas del suelo marino se colapsan hacia el interior de la corteza terrestre, como resultado de la casi imperceptible derivación de las masas continentales. La reunión de Baltimore puso en evidencia que una discusión de veinte años sobre el tema no ha llevado a ninguna respuesta definitiva a la pregunta del millón: ¿Qué pasa con esas losas de piso marino?

Uno de los puntos de vista que se avanzan sobre el tema afirma que las losas se hunden en las profundidades hasta el fondo del manto, con lo que crean zonas frías que absorben calor del núcleo y con ello, probablemente afectan su forma y modifican el patrón de circulación; cuando el material se calienta, se integra a la circulación habitual del manto. Esto significaría que las losas, en su camino hacia el núcleo, cruzarían una zona de seiscientos kilómetros de profundidad donde existe una discontinuidad en las propiedades físicas del manto, sin que el paso por esa "tierra de nadie" implicara un cambio de estructura de la materia.

Según otras teorías, las losas descenderían de un sólo jalón hasta el núcleo mismo, con lo que la zona discontinua significaría un cambio de estructura molecular de la materia, como lo que sucede con la extraordinaria presión que convierte el carbón en diamante. Según los científicos que defienden esta posibilidad, las zonas menos calientes detectadas debajo de la zona discontinua serían los restos de las losas que habrían pasado por ella.

En el otro lado de la mesa está el doctor Don L. Anderson, para quien las losas no atraviesan la zona del enigma, sino que Permanecen "colgadas" en las capas exteriores de la corteza, así que lo que habría entre la superficie y el manto no sería más que intercambio de calor.

Con todo y lo que se habla de los movimientos del interior de la Tierra, aún nadie ha podido explicar la energía última que los produce. Lo único que se supone es que el manto es calentado por la radioactividad o al menos por lo que queda de ella, ya que los elementos radiactivos resultantes de la formación del planeta se han consumido desde entonces hasta en un 25% . Pero ello no debe preocupar a la humanidad, puesto que los periodos que abarcan esos fenómenos, serían suficientes para que el hombre apareciera y desapareciera sucesivamente varias veces sobre la faz de la Tierra. A pesar de sus errores al imaginarse el centro de la Tierra, Julio Verne puede descansar tranquilo.--