A GRANDES MALES...

Los científicos proponen soluciones fantásticas al problema del calentamiento de la Tierra.

26 de septiembre de 1988

El efecto invernadero, ese fenómeno por el cual la Tierra se está calentando paulatinamente por la destrucción de la capa de ozono de la atmósfera y la acumulación de gases en su parte exterior, produce creciente preocupación en medios científicos de todo el mundo . Pero mientras en Bogotá las mañanas gélidas parecieran querer desvirtuar la teoría, en Estados Unidos el calor del verano, uno de los más intensos de los últimos años, ha excitado la imaginación de algunos científicos visionarios, que sueñan con algunos remedios que parecen, más bien, el producto de la fantasía calenturienta de un escritor de ciencia ficción.
Allí campean propuestas como la descomposición de los químicos mediante bombardeo con rayos láser, los satélites recolectores de energia solar, las naves espaciales que distribuyan los elementos perdidos de la atmósfera y hasta la guerra biológica mediante microorganismos que "enjuaguen" los químicos responsables de la polución.
En cualquier caso, el objetivo se bifurca necesariamente en dos: por una parte, controlar los gases que producen el efecto invernadero al acumularse en la atmósfera y, por la otra, evitar la destrucción de la capa de ozono, que es la encargada de bloquear los letales rayos ultravileta de la luz solar.
Aunque muchos expertos coinciden en que es prioritario evitar la producción de gases perjudiciales antes que pensar en la rehabilitación de una atmósfera dañada, otros piensan que es importante tener soluciones imaginativas a la mano, por si las condiciones empeoran rápidamente, sobre todo en el curso de los próximos 50 años. Sin embargo, la manipulación a gran escala de un ciclo tan poco conocido y tan frágil como el climático, podría representar efectos secundarios de características cataclísmicas.
Una idea futurista es el uso de cañones gigantes de rayos láser situados encima de las montañas más altas del planeta. Esta posibilidad, promovida por el doctor Thomas Stix, de la Universidad de Princeton en Estados Unidos -quien la llama "Procesamiento atmosférico"-, consistiría en la descomposición de los gases procedentes de la actividad industrial -conocidos como clorofluocarbonos- antes de que lleguen a las capas superiores de la atmósfera, que es donde se acumulan y dañan, de paso la capa de ozono. La luz concentrada se sintonizaría en una frecuencia susceptible de ser absorbida por los gases, en la parte infrarroja del espectro electromagnético. La inquietud principal que emana de esta posibilidad es cuál sería el efecto de los rayos en otros gases de la atmósfera, como el vapor de oxígeno.
Una cura menos exótica para la pérdida de ozono podría ser, simplemente, remplazarlo en el sector externo de la atmósfera. Algunos expertos han propuesto que se produzca ozono en grandes cantidades y se transporte a la estratosfera en cohetes, aviones o globos. Otras ideas incluyen disparar "balas" de ozono congelado, y hasta la producción del gas en la propia estratosfera mediante generadores que, situados a grandes alturas mediante globos, elaborarían el ozono in situ mediante el uso de energía solar. Como el ozono está compuesto por tres atomos de oxígeno, y el aire de la atmósfera tiene dos átomos de oxígeno, la materia prima estaría plenamente asegurada.
En otro frente de la guerra contra la polución, los científicos proponen enfrentar los efectos del dióxido de carbono y otros gases que se están acumulando rápidamente en las capas exteriores de la atmósfera. Estos químicos, subproductos de la quema de combustibles fósiles, de la actividad industrial y de la deforestación, atrapan el calor del sol que de otra manera seria irradiado de nuevo al espacio, con lo que se genera el famoso efecto invernadero.
Una manera de atacar esa acumulación sería incrementar la reflectividad de la atmósfera, para permitir así que se irradie una mayor cantidad de calor al espacio. Según manifestó a The New York Times el doctor Wallace S. Broecker, profesor de geoquímica de la Universidad de Columbia, se tendrían que transportar 35 millones de toneladas por año a la estratosfera para hacerle contrapeso a la acumulación de dióxido de carbono, en un flota de "algunos cientos de aviones jumbo". Sin embargo, para Broecker ese no es el mayor inconveniente, pues el costo no sería nada comparado con el de cambiar la dependencia de los combustibles fósiles; pero los problemas serían no menos graves, pues se incrementaría la lluvia ácida y se daría a los cielos un triste aspecto, permanentemente plomizo.
Otros piensan que se podría aumentar la reflectividad de la Tierra cubriendo grandes extensiones de los océanos con espuma plástica, y hasta establecer la obligación de que los techos de las casas del planeta se pinten de blanco. Dentro de esa misma línea visionaria, están quienes proponen la colocación en órbita de satélites provistos de enormes sombrillas que bloquearan la entrada del sol. Los científicos que defienden esta posibilidad calculan que una serie de satélites que cubrieran sólo el 2% de la superficie terrestre compensaría el calentamiento global del planeta.
Pero por extraordinarias que parezcan, ninguna de las propuestas anteriores se acerca en fantasia a la que pretende eliminar el problema mediante la promoción del crecimiento en gran escala de microorganismos marinos. Se cree que el océano disuelve buena parte del dióxido de carbono que sobra en la atmósfera, entre otras cosas porque los microorganismos, conocidos como fitoplancton, absorben el gas en su organismo. Para incrementar ese efecto, se ha propuesto fertilizar los mares para estimular la producción de fitoplancton. La mayor desventaja de esa idea es que podría alterar la cadena alimenticia de un medio sumamente frágil como el marino y, si la proliferación de fitoplancton es excesiva, podría terminar con el oxigeno de las aguas, con lo que desaparecerían todas las formas de vida.
El problema parece insoluble por ahora, y la solución por lo visto se inclina más hacia el lado de quienes piden la solución de cambiar radicalmente las fuentes de energía para extraerla, por ejemplo, del sol, o de la revolucionaria energía de fusión. Pero esa, es otra historia.