desechos

La otra chatarrización

El país carece de políticas para el manejo de la peligrosa basura digital, que se alimenta cada año con millones de teléfonos, baterías y computadores en desuso.

Álvaro Montes
12 de febrero de 2006

De los 90.000 computadores viejos que la empresa privada ha donado al programa Computadores para Educar, 30.000 no se pudieron reacondicionar porque estaban en tan mal estado que sólo son chatarra electrónica. Se encuentran almacenados en bodegas y contienen plomo, cadmio, berilio, mercurio, fósforo, plástico y vidrio, entre otros materiales peligrosos para el medio ambiente y la salud humana. Por fortuna están almacenados y el programa Computadores para Educar planea algún tipo de manejo de esta basura. Lo más grave es la cantidad de computadores que no llegaron a ninguna bodega sino que fueron directamente a los basureros. El suelo absorberá sus peligrosos componentes y el agua que bebemos o los alimentos que ingerimos los traerán de nuevo a nosotros. Se estima que cada año se reponen cerca de 500.000 computadores en el país. ¿A dónde van a parar las máquinas viejas? Colombia carece de un programa de manejo de los desechos electrónicos. Ni siquiera hay un plan para recoger las baterías, quizá la más popular fuente de desechos tóxicos de la era digital y en el Ministerio del Medio Ambiente nadie parece ocuparse de este tema. En un estudio reciente del Centro de Investigación de las Telecomunicaciones el 29 por ciento de los colombianos encuestados admitió que tiene en casa uno o más teléfonos celulares que no utiliza. Guardados allí, en una gaveta, estos aparatos encierran una seria amenaza a la salud, porque las baterías contienen níquel, cadmio, cobalto, mercurio y otros materiales altamente tóxicos. Si se tiran a la basura contaminarán las aguas y el suelo, si se dejan en casa, una descuidada manipulación podría causar daños en la piel o en los ojos, entre otros posibles riesgos para la salud de personas y animales. En Colombia existen aproximadamente 18 millones de usuarios de la telefonía móvil. El 41 por ciento de ellos renovará durante este año su terminal -según estimación oficial de los propios fabricantes- lo cual permite suponer que cerca de siete millones de baterías irán a la basura, sin un plan de manejo ambiental. Los laboratorios de rayos X utilizan baterías que son más peligrosas aún y tampoco tienen planes claros de manejo de residuos. El Estado tampoco ni los fabricantes de equipos electrónicos, teléfonos móviles o computadores. Al menos no en Colombia. En varios países existen programas de reciclaje de baterías, incluso de las humildes pilas alcalinas que se utilizan para encender linternas o juguetes. En Estados Unidos y Canadá algunos operadores de telefonía móvil instalan canecas en sitios públicos para que sus usuarios devuelvan allí las baterías viejas y casi todos los fabricantes de productos de electrónica de consumo tienen convenios con Rbrc, una compañía sin ánimo de lucro que recicla baterías recargables de todo tipo. En Argentina desde 1999 los operadores telefónicos emprendieron programas de reciclaje de baterías y en México el Congreso acaba de aprobar políticas al respecto. Una empresa transnacional llamada Re-cellular estuvo en Colombia ofreciendo sus servicios de reciclaje de teléfonos móviles, pero nadie le prestó atención. No todas las baterías tienen el mismo grado de peligrosidad ambiental. Las de ion litio -utilizadas en los computadores portátiles- se consideran menos agresivas que, por ejemplo, las de cadmio-níquel. Pero todas ellas deben ser recicladas, es decir, sometidas a un proceso en el que se recuperan los metales pesados que contienen para reutilizarlos en la fabricación de nuevas baterías, evitando que sean absorbidos por el suelo o el agua, que es lo que ocurre cuando se tiran a la basura. Con el plástico que las recubre pueden hacerse hasta soluciones de vivienda, entre otros muchos usos. Todavía se consumen pocos aparatos digitales en nuestro país: apenas 1,7 millones de computadores y 18 millones de celulares, pero es el momento justo para prevenir un problema que en breve tendrá dimensiones incalculables.