SUPER-RASCACIELOS

Con la ayuda de nuevas técnicas de ingeniería, un edificio de 200 pisos puede llegar a ser algo más que un sueño.

24 de octubre de 1988

En el mundo hay un gremio muy exclusivo de profesionales que parecen sabérselas todas. Se trata de los constructores de grandes rascacielos, una pequeña élite de arquitectos e ingenieros que sueña con ciudades compuestas por estructuras de 300 y más pisos. Pero a diferencia de tantos otros soñadores, éstos consideran que lo único que los separa de su sueño es su factibilidad económica. Porque los medios tecnológicos permiten que esos super-rascacielos del futuro sean perfectamente factibles.
En efecto, la ciencia de los grandes rascacielos hace rato llegó a la mayoría de edad. Tanto, que casi todos los constructores de edificios de gran altura piensan que levantar ese tipo de estructuras no representa ya retos imposibles de superar. Un reciente informe de la revista Discover no deja dudas al respecto, al citar la opinión de uno de los socios de la firma que construyó la torre Sears, de 110 pisos: "Podemos hoy construír sin dificultades 150 pisos, y hasta 200. La tecnología existe".
Esa confianza extrema se basa en una serie de avances tecnológicos ocurridos en los últimos años, que hacen del arte de construír rascacielos una de las actividades humanas más sofisticadas que existen. Hoy es común que la construcción de un gran rascacielos sea precedida por pruebas en el túnel de viento, que permiten observar en detalle el comportamiento de la torre ante el viento, uno de los grandes enemigos de los edificios de altura. El uso de computadoras en el diseño, con las posibilidades de observar todos los ángulos en forma tridimensional, ha minimizado el tiempo necesario para la escogencia de alternativas, la hechura de cambios hasta la confección de los planos.
Pero además los nuevos rascacielos se apoyan en el uso de nuevos compuestos de acero y concreto extraresistentes, que permiten al diseñador pensar más alto sin que eso signifique un aumento exagerado de materiales y por ende, de costos. Como esos materiales, a más de tener mayor resistencia, son más livianos, resulta que los problemas de cimentación no se complican por razón del número de pisos, por exagerado que éste parezca.
La nueva concepción de las estructuras tiene también gran importancia. El centro Citicorp, en Manhattan, en Nueva York, es un ejemplo típico: en lugar de contener cientos de columnas verticales para sostener vigas horizontales piso tras piso, el edificio, de 274 metros de altura, está sostenido por un número relativamente bajo de tirantes de acero largos y dispuestos al través. El marco del edificio está dividido en 6 secciones una encima de la otra, y las diagonales están dispuestas en series de triángulos que apuntan hacia abajo. Los triángulos abarcan las cuatro caras exteriores de cada sección de nueve pisos, con sus vértices como "colgados" en grandes columnas en los puntos medios de los lados del edificio. Las diagonales reciben el peso de los pisos y lo apoyan directamente en las columnas exteriores. El resultado es sorprendente. Aunque el edificio no es mucho menos alto que el Empire State, ejerce varias veces menos presión por metro cuadrado que el antiguo rey de las alturas.
Sin embargo, cuando un edificio supera cierto número de pisos, ser tan liviano se convierte en un problema, sobre todo por efecto de los vientos. Ese problema tiende a crecer geométricamente a medida que se asciende. En promedio, los vientos que debe soportar un rascacielos de 100 pisos son cuatro veces más violentos que los que le corresponden a un edificio de 50. Las estructuras son lo suficientemente flexibles como para que se descarte de plano el peligro de que un mal viento tumbe un edificio de gran altura. Pero un edificio que en sus últimos pisos parezca un barco en tormenta, no puede ser atractivo como oficinas ni para una compañía naviera.
Por eso, por las puertas que se cerraban solas y por los sanitarios que se derramaban sin razón aparente, lo proyectistas tuvieron que sacar de nuevo a relucir su ingenio. Una solución clásica, usada en la torre Hancock de Boston, en Estados Unidos de 60 pisos, fue la instalación, a la altura del numero 58, de un sistema de contrapeso de 300 toneladas. A cada lado del edificio un par de "bandejas" que descansan sobre aceite y son guiadas por una pista, oscilan en sentido contrario al edificio, movidas por gigantescas bombas que a su vez son activadas por sensores electrónicos que monitorean el balanceo de la estructura. El resultado es que se rompe el ritmo natural de oscilación del edificio, y se bloquea su movimiento.
Esa solución, extraordinaria para resolver un problema ya creado, es superada, en abstracto al menos, por la que el ingeniero estructural Charles Thorton propone para su edificio-sueño de 210 pisos: unas columnas diagonales colocadas directamente bajo la piel del edificio y conectadas desde la cúspide hasta varios metros bajo tierra, que cumplen la función que los tirantes asumen, por ejemplo, en una antena grande de radio. Otra variación podría ser dejar dos pisos cada 20 ó 30, para que el viento circulara por allí. Los más visionarios se imaginan hasta hélices instaladas en esos espacios para almacenar energía destinada a cubrir parte del consumo interno de la edificación.
Sin embargo, los edificios de diseño y construcción más recientes han adoptado una solución tal vez menos dramática pero muy práctica. Su estructura recuerda más a la de un puente colgante que a la de un edificio. El Centro John Hancock de Chicago, el sexto más alto del mundo, y el edificio del Banco de China, que se construye actualmente en Hong e Kong, descansan en un verdadero sistema de columnas metálicas externas en forma de X y de triángulos que reciben el nombre de "estructura expresa". Si se trata de edificios bellos no puede ser discutible. Pero, por lo que parece, en la era de los super-rascacielos, la estética le da paso a los dictados de la ingeniería.
Pero si el problema de levantar un edificio de más de 150 y tantos pisos y mantenerlo en pie, ya es suficiente problema, el diseño de los interiores presenta dificultades aún mayores. Una de ellas es lo que los ingenieros llaman "transportación vertical". En los edificios convencionales, todos los ascensores recogen a los pasajeros en el nivel de la calle, que usualmente está repleto con los fosos correspondientes. A partir de cierta altura, el edificio comienza a perder espacio para oficinas con cada piso adicional debido a la necesidad de ocupar área para ascensores, y crecen las quejas de los usuarios, por el exceso de tiempo que deben pasar esperando un ascensor.
De allí nació la idea de los sky lobbies o vestíbulos espaciales. Se trata de paradas generales situadas cada cierto número de pisos. Esa técnica ha significado el uso de ascensores "expresos", que suben hasta el siguiente sky lobby, situado, por ejemplo, en el piso 40, el 80 y el 120. Allí los usuarios hacen trasbordo a elevadores "locales". Como resultado, cada foso puede acomodar varios ascensores a diferentes alturas, con ahorro de espacio para oficinas. La torre Sears, por ejemplo, tiene 87 ascensores pero sólo 40 fosos.
En cuanto toca a la seguridad, las soluciones son menos soñadoras. Por lo pronto, ya se sabe con certeza que evacuar un edificio de estas características en caso de incendio es un verdadero contrasentido. En esa eventualidad, los ocupantes deberán evacuar sólamente los pisos afectados, mientras un sistema de ventiladores inyectará aire encima y debajo de las llamas para presurizarlas y evitar que el humo llegue a las escaleras y a los ascensores. Sólo entonces comenzará el papel de los sistemas de extinción.
Pero muchos de los sueños de los grandes constructores de grandes edificios se quedarán en eso: sólo sueños. Las comunidades de muchos países ya no quieren saber nada de rascacielos, que proyectan sombras gigantescas sobre el resto de la ciudad y son fuente de congestiones enormes de tránsito. Pero ellos argumentan que el hombre siempre ha querido estar en las alturas. O si no, nunca se le hubiera medido a la Torre de Babel.