...Y EN GRASA TE CONVERTIRAS

Almacenar grasa parece ser el destino que la naturaleza le depara a todos los mamíferos, incluidos los descendientes de Adán y Eva.

10 de diciembre de 1990

Todo parece indicar que hombres y mujeres del planeta están condenados, con el paso de los años, a almacenar unos kilitos de más: ellos en el estómago y ellas en las caderas y los muslos.

En una serie de investigaciones recientes, en las cuales se compara el tejido graso humano con el de otros mamíferos, los investigadores han descubierto que la distribución de grasa bajo la piel y alrededor de los órganos internos está lejos de ser continua y uniforme como se creía. Por el contrario, todos los mamíferos tienden a almacenarla en los mismos puntos. La cantidad de grasa varía de un animal a otro, pero no importa cuál sea la especie los depósitos de grasa se ubican en torno al pecho, la parte superior de los miembros anteriores, en torno al hueso de la cola y alrededor de los muslos. En muchos mamíferos, sorprendentemente, también se encontró grasa alrededor del corazón, un hallazgo que contradice lo que tradicionalmente se creía: que la grasa alrededor del corazón era una condición patológica exclusiva de los seres humanos.

Los expertos también han descubierto que las células grasas son bioquímicamente más diversas de lo que se pensaba. El tejido adiposo desarrolla propiedades notoriamente diferentes dependiendo de su localización en el cuerpo. Algunos depósitos son eficientes en la absorción de moléculas grasas de la corriente sanguínea, mientras otros están preparados para liberar lípidos fácilmente como combustible para tejidos vecinos. Los distintos depósitos de grasa -afirman los investigadores- pueden considerarse como órganos sustancialmente diferentes.

Los científicos confían en que el estudio comparativo de la grasa en las diferentes especies arrojará luces sobre el problema de la obesidad humana. Incluyendo una mejor comprensión de por qué las mujeres, por lo general, son más regordetas que los hombres, y por qué las personas que almacenan grasa de la cintura para arriba son más propensas a las enfermedades cardiovasculares, que aquellas que la almacenan de la cintura para abajo.

Otros investigadores están comparando las enzimas utilizadas por varios mamíferos para sintetizar, procesar y almacenar moléculas de grasa. Y ha despertado particular interés la lipoproteína lipasa, que juega papel preponderante en la extracción de ácidos grasos después de una comida y en su almacenamiento. La lipoproteína lipasa es más abundante en las hembras que en los machos, probablemente para permitirles almacenar más fácilmente grasa para la gestación y la crianza.

La regulación precisa de las enzimas podría explicar por qué los osos, las marmotas y otros animales se toman excesivamente corpulentos antes de la hibernación, sin sufrir los efectos negativos de la obesidad que se ven en los seres humanos, como la hipertensión, arterias obstruidas o diabetes. Esos animales pueden ingerir alimentos ricos en grasa, en cantidades que podrían matar a un conejo o a un perro, pero no se les obstruyen las arterias ni se les afecta el hígado. Esa grasa es utilizada como fuente de energía, sin que cause problemas. Los investigadores intentan determinar qué les permite ganar y perder grandes cantidades de peso cada año y permanecer sanos y activos. Se ha encontrado que a medida que los animales se preparan para hibernar, aumentan sus niveles de la lipoproteína lipasa y otras enzimas relacionadas con el metabolismo de los lípidos. Pero en la primavera descienden a sus niveles normales. Este cambio contrasta drásticamente con lo que ocurre en los humanos. En personas que han sido obesas durante mucho tiempo, los niveles de la lipoproteína y las enzimas relacionadas con ella permanecen implacablemente elevados, aun después de perder peso.

Las diferencias enzimáticas entre las marmotas y los humanos sugieren que los investigadores pueden ser capaces de combatir la obesidad, diseñando un medicamento para suprimir la lipoproteína lipasa u otras enzimas grasas. También se está intentando aislar las señales químicas que permiten a los osos "decidir" ganar enormes cantidades de peso antes del invierno, y luego "decidir" permanecer delgados en primavera y verano, aun cuando hay cantidades abundantes de salmón disponibles. La esperanza de los investigadores es encontrar mejores tratamientos para la obesidad. Por lo pronto, están convencidos de que no solamente no toda la grasa se forma igual, sino que no toda la grasa es mala.

Cualesquiera que sean las peculiaridades bioquímicas, el papel de las grasas en los animales es servir como fuente de energía en tiempos difíciles. La grasa en la dieta se convierte prácticamente sin esfuerzo en grasa en el cuerpo. Estas moléculas aportan el combustible que todos los mamíferos necesitan para funcionar. Y como su química les permite surgir o separarse fácilmente, son la mejor forma de almacenar energía. Cuando el sistema digestivo convierte la grasa que se consume en grasa almacenada, gasta en el proceso sólo dos por ciento de la energía que tienen las moléculas, y deja que el resto se conserve allí.

El tejido adiposo, que almacenan las moléculas para uso futuro, se puede expandir casi indefinidamente. Parte de esa flexibilidad es el resultado de su naturaleza. Las células grasas nunca mueren.
Cada una puede "inflarse" hasta alcanzar 10 veces o más su tamaño original. Cuando la persona adelgaza, las células grasas se encogen, pero se quedan ahí en espera de la próxima comilona.

Por la capacidad que tiene la grasa de adaptarse y expandirse, los científicos habían descuidado investigar por qué se acumulaba en determinados puntos del cuerpo. Pero los epidemiólogos empezaron a darse cuenta de que las personas con tendencia a ponerse unos kilitos de más en el estómago y el tórax tenían más riesgo de problemas cardíacos que aquellos con tendencia a engordar en caderas y muslos. Ahora intentan comprender el metabolismo de las grasas comparando varias especies de mamíferos.

Uno de los descubrimientos que más ha intrigado a los científicos se deriva de la placa de grasa que encontraron alrededor del corazón. En principio, se creía que ésta dificultaba su funcionamiento, pero ahora han descubierto que este tejido tiene una función muy útil: no sólo recoge los ácidos grasos, sino que genera los lípidos que el corazón necesita como combustible. También actúa como protector e impide que reciba demasiada grasa.

Otro descubrimienio es que los depósitos grasos de los muslos son extraordinariamente eficientes en la absorción de lípidos de la corriente sanguínea, pero que son lentos para absorber la glucosa, azúcares simples, que son fuentes inmediatas de energía. Una persona que tiene mucho tejido adiposo en los muslos puede comer algo muy grasoso y ser capaz de remover rápidamente la grasa del torrente sanguíneo. Por contraste, la poca cantidad de grasa encontrada en los músculos absorbe preferiblemente la glucosa de la sangre, que luego se transforma en lípidos, que alimentan el tejido muscular.

La hipótesis es que cada depósito tiene su propio objetivo: la grasa intramuscular está ahí para una pronta respuesta y un rápido almacenamiento, mientras otros depósitos son encargados de respuestas a hambres prolongadas. La facilidad con la que la grasa de los muslos absorbe la grasa de la dieta, combinada con su renuencia a tomar glucosa o hacer algo parecido a liberar lípidos, ayuda a explicar por qué los clásicos "conejos" de las señoras son tan difíciles de rebajar: están diseñados para almacenar grasa por largo tiempo. Pero aunque sean el dolor de cabeza de la mayoría de las mujeres, desde una perspectiva de salud, los investigadores afirman que no es tan malo tener esa grasa.

En cuanto a las diferencias de los dos sexos en cuestiones de grasa, los científicos también han descubierto cosas interesantes. En estudios con mamíferos, han encontrado que la principal enzima responsable del almacenamiento de grasa, la lipoproteína lipasa, está controlada en parte por las hormonas reproductivas. Aunque tanto machos como hembras utilizan la enzima para fijar los depósitos de grasa, en las hembras las hormonas sexuales estimulan de alguna manera la rápida reproducción de la lipasa, lo cual permite que las mujeres se engorden durante la gestación.

En los seres humanos, las diferencias sexuales en materia de actividad de la enzima lipasa es mayor y contribuye a explicar la diferencia de la distribución de la grasa entre hombres y mujeres. En las mujeres, las células grasas de la cadera, muslos y pecho tienden a producir y liberar la enzima, mientras que en los hombres, las células grasas del estómago son las más propensas a generarla. Este patrón particular en los hombres provee el mecanismo para ganar peso de la cintura para arriba pero no queda claro por qué las células del estómago masculino producen cantidades abundantes de la enzima. Algunos científicos sospechan que las razones hay que buscarlas en la evolución. Probablemente -dicen- ese rasgo surgió en etapas tempranas del proceso, para permitirle al hombre una fuente de energía de rápido acceso para su actividad de cazar o, en caso de necesidad, de huir, mientras las mujeres necesitaban depósitos de energía de largo plazo, para el embarazo y la posterior lactancia.

Este mismo proceso bioquímico en el hombre moderno, menos activo, puede hacer que la grasa abdominal sea nociva. Los investigadores han determinado que la grasa bajo la piel del estómago y alrededor de los órganos abdominales es particularmente responsable de las hormonas del estrés, como la adrenalina y el cortisol. Estimuladas por las hormonas, las células grasas liberan ácidos grasos, combustible para rápido uso por parte de los músculos y el corazón. Pero las consecuencias metabólicas de esa liberación fácil de energía pueden tornarse peligrosas si se prolongan demasiado tiempo. Por el diseño del sistema circulatorio, los ácidos grasos van directamente al hígado antes de ser distribuidos por todo el organismo para ser utilizados por los músculos. Y cuando demasiados ácidos grasos llegan al hígado el órgano se vuelve resistente a la insulina. Como resultado, los niveles de glucosa en la sangre aumentan y el páncreas produce más insulina, que puede determinar alta presión sanguínea, diabetes y problemas cardíacos. El peligro no es exclusivo de los hombres. Aunque son más propensos a echar barriga que las mujeres, ellas también presentan riesgos de problemas cardiovasculares.
Los investigadores consideran que una mayor y menor comprensión de la forma como se comporta la grasa en otros mamíferos, puede derivar en nuevos tratamientos para combatir la obesidad patológica.

Como regla general, los seres humanos tienen más tendencia a acumular grasa que los animales. Una investigación adelantada en Puerto Rico con monos, ha demostrado que el seis por ciento de los animales había desarrollado obesidad en la selva. Sin embargo, ninguno presentaba problemas relacionados con el exceso de grasa, como diabetes o la presión alta. El estudio está centrado en el análisis de estas diferencias. Al parecer, los animales poseen un sistema de autocontrol de la grasa, del que carecen los seres humanos.