Home

Opinión

Artículo

JORGE HUMBERTO BOTERO

Opinión

El racista anacrónico

A veces importamos lo que hace daño, como hipopótamos y teorías sobre una supuesta “raza cósmica”.

Jorge Humberto Botero
5 de marzo de 2024

Quien nos gobierna, o pretende gobernarnos, es multifacético. Es profeta de los desastres que se ciernen sobre el planeta, aunque mejor sería decir que sobre el universo. Ejerce como reformador social; sobre sus hombros reposa la tarea que Marx, Engels y Lenin no pudieron culminar: abolir el capitalismo. El activismo político es otra de sus tareas; le toca transformar un Estado, que en tiempos arcaicos se suponía que estaba al servicio de todos, incluidos los descendientes de los esclavistas, en una máquina para repartir beneficios entre sus fieles. Funge como líder en la demolición del conocimiento científico porque, a fin de cuentas, la ciencia no es más que un relato, tan válido como muchos otros.

No resulta extraño que estas demandantes obligaciones lo dejen exhausto y que cada tanto tenga que alejarse del “mundanal ruido”, quizá para retirarse a orar en un monasterio benedictino. (En el Rosal, cerca de Bogotá, hay uno).

Como si lo anterior fuera poco, en un discurso reciente le dio por incursionar en la filosofía. Afirmó, con esa rotunda seguridad que le caracteriza (Platón, que de todo dudaba, no le sirve de inspiración), que “la misión de la humanidad es el universo. Y que solo nos lo impide estarnos matando a nosotros mismos. Por eso somos étnica (sic) cósmica…”.

Sé que es una osadía hacerle glosas a un líder de tan elevada jerarquía. Las expongo por una sola razón: para combatir el alzhéimer, forzarse a pensar es una profilaxis inmejorable. Veamos:

1. Es evidente que Petro tiene clara la naturaleza y extensión del universo, cuestiones ambas que la ciencia está lejos de haber dilucidado. Sin embargo, a partir de ese conocimiento, es comprensible que resolver sus problemas -¡los del universo!- sea la tarea de la humanidad. Al margen de cuáles sean ellos, por ejemplo, los riesgos de colisión de grandes cuerpos celestes, la falta de agua en Marte, la presencia de gases tóxicos en Saturno, asume que resolverlos le corresponde a los ocho mil millones de habitantes del planeta Tierra, tanto si los gobiernos existentes están de acuerdo como si no. Nada dice sobre la manera de movilizar a los terrícolas para lograr esas ambiciosas tareas.

2. Nos informa que solo existe un obstáculo para acometer ese objetivo: que nos estamos matando unos a otros. Aunque los índices de homicidios se vienen reduciendo en el mundo entero en una tendencia de largo plazo, y a pesar de que pende sobre nosotros la posibilidad de una guerra nuclear planetaria, lo cierto es que la violencia es consustancial a la naturaleza humana. Por consiguiente, la condición de la que hace depender la gran tarea cósmica -una suerte de “paz total” en el mundo entero- parece de imposible realización.

3. La oración final de la cita es la que me genera mayores dificultades. No entiendo de qué manera existiría una relación de causa efecto entre las tendencias homicidas de la humanidad, de un lado, y que seamos una etnia o raza cósmica, de otro. O yo soy muy lerdo, o hay aquí una falta de lógica.

Para ayudarnos a comprender conceptos que suenan novedosos y abstrusos, el presidente nos da una clave: los tomó del libro de José Vasconcelos, un intelectual mexicano del pasado siglo, titulado La raza cósmica.

A mediados de los años veinte del siglo pasado a Vasconcelos le dio por creer que en América Latina habría surgido una “quinta raza”, que sería superior a las existentes por provenir del mestizaje de todas ellas. Esa sería la etnia superior que le daría a la región el impulso necesario para arrastrar al mundo hacia niveles de progreso insospechados. Hasta ahora, una centuria después, ese maravilloso vaticinio no se ha materializado…

Aunque discutir sobre el sexo de los ángeles, o cuestiones parecidas, es perder el tiempo, diré que constituye un error afirmar que como consecuencia de que nuestra región sea mestiza, se deduce la existencia de una raza homogénea. Las formas y grados de mestizaje difieren notablemente entre los distintos países. México y Brasil, por ejemplo, son mestizos, pero sus mezclas raciales no se parecen entre sí. El peso de indígenas y negros difiere de modo sustancial.

Pero aun si se pudiera hablar con propiedad de esa también llamada “raza de bronce”, nadie en sus cabales sostiene hoy que las estructuras étnicas son factores relevantes para diseñar políticas públicas, salvo, por supuesto, cuando se trata de corregir inequidades. Lo impiden la legislación internacional de Derechos Humanos y nuestra propia Constitución.

Carlos Granés, en su extraordinario libro El delirio americano, escribió sobre Vasconcelos: “Aquel sueño desmadrado que plasmó en la raza cósmica, la fundación de Universópolis, una ciudad utópica construida a orillas del río Amazonas… para que la raza cósmica se dedicara a cultivar el intelecto, no fue más que eso, un delirio tan maravilloso como improbable”.

Luego añade que en su profundo odio por los Estados Unidos “… Creería haber encontrado la manera de propinar, finalmente, la derrota que merecía la barbarie yanqui: sumar esfuerzos… Con la más nefasta y violenta superchería ideológica, el nazismo hitleriano”.

Petro tal vez leyó con algo de premura a Vasconcelos y no se percató de sus veleidades nazis. No parece tampoco haber comprendido la nula simpatía que tendrá en las comunidades indígenas y negras la teoría de una “raza cósmica”. La expansión del mestizaje, bien fuere espontánea -lo cual es posible, normal y ocurre hoy- o como consecuencia de una política pública -que sería abominable- tendría el efecto de diluir y restar importancia a unas comunidades dotadas de identidades raciales, que, en general, lo apoyan. ¿Qué dirá la vicepresidente Márquez de estas ideas que tan contrarias parecen a las suyas?

Me había hecho la ilusión de que Petro fuera mejor filósofo que gobernante. Luego de examinar su reciente discurso estoy por creer que no es así. Lamento decirlo.

Briznas poéticas. Pertinente aforismo de Nicolás Gómez Dávila: El igualitario considera que la cortesía es confesión de inferioridad. Entre igualitarios la grosería marca el rango”.

Noticias Destacadas