Atardecer en San Vicente del Caguán. En este municipio del Caquetá la temperatura puede alcanzar con facilidad los 30 grados centígrados. | Foto: Carlos Julio Martínez

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Un viaje por las entrañas del Caguán de hoy

Juan Uribe, periodista especializado en turismo, hace este recorrido por el fascinante y selvático municipio que fue escenario de guerra y de las frustradas negociaciones del gobierno de Andrés Pastrana con las Farc. Así es pasar cinco días en este pueblo.

7 de septiembre de 2018

Día 1

Acostumbrarse al calor

El vuelo de Satena desde Bogotá dura cerca de 45 minutos y aterriza en San Vicente del Caguán poco después de las cinco de la tarde, justo a tiempo para apreciar la puesta del sol y acostumbrarse al calor y a la humedad. En este municipio del Caquetá la temperatura alcanza con facilidad los 30 grados centígrados, así que es importante llevar siempre agua a la mano.

También hay que tener comida en el morral, así que esa primera noche se puede aprovechar comprando frutas y maní en alguna tienda del barrio Villa Ferro. Allí hay varios restaurantes que sirven arepa rellena en los andenes, donde los sanvicentunos se reúnen a conversar al final del día.

Día 2

Baño en La Azufrada

Equipados con agua, bloqueador solar y repelente, comenzamos la aventura. A una hora y media de San Vicente (unos 45 kilómetros) aparece la quebrada La Azufrada. Un cañón de unos ocho metros de ancho por 100 metros de longitud rodeado de rocas conduce a una caída de agua que nos regala un masaje helado en el cuello y en la espalda.

En algunas partes se puede caminar y en otras la profundidad de esta quebrada verde oliva obliga a nadar. El agua es tranquila como la de una piscina y vale la pena flotar boca arriba para relajarse mirando las copas de los árboles. El murmullo del agua anula los demás sonidos de la naturaleza: los cantos de los tucanes que sobrevuelan el dosel de la selva; el silbido de las chicharras y los gritos de los monos.

Al salir caminando por entre las rocas, decenas de loras verdes y guacamayas rojas alzan vuelo, no sin antes dejarse contemplar mientras permanecen aferradas a lianas que cuelgan de los árboles o escondidas entre los resquicios de las rocas que forman un acantilado.

De regreso paramos en un garcero a unos diez kilómetros al norte de San Vicente. Aquí se aprecia cómo centenares de garzas blancas se alistan para dormir y comparten las ramas de los árboles con decenas de corocoras, aves de pico largo y punta encorvada de un plumaje color rojo encendido.

Día 3

Saltos de La Danta y San Venancio

Unos 15 kilómetros al noroccidente de San Vicente del Caguán están dos de las cascadas más visitadas en la región por los turistas. Una vía destapada conduce a los saltos de La Danta y de San Venancio. Para llegar a la primera es necesario caminar cerca de un kilómetro por entre senderos estrechos. Al final, una piscina natural donde reposa el agua que cae desde una altura similar a la de un edificio de tres pisos nos da la bienvenida.

Un par de horas es suficiente para apreciar el paisaje. Nuevamente en el carro, viajamos hacia el oriente y después un poco al norte hasta el salto de San Venancio. Caminos arropados por la vegetación y tapizados de hojas secas que conducen a la cascada. Es mucho menos alta que la de La Danta pero tiene una cortina de agua más ancha. Al fondo, las paredes son las montañas que parecen engullirlo todo. Los cantos de las aves y el sonido de las chicharras amenizan el regreso.

Día 4

El charco del Poira

Está a unos 30 kilómetros al occidente del casco urbano de San Vicente del Caguán, tiene cuatro metros de profundidad y el agua helada llega hasta un grupo de piedras generan remolinos que alivian los dolores de espalda. Con algo de suerte, en el camino pasan pavas hediondas, unos pájaros que se alimentan casi exclusivamente de hojas.

Día 5

Avistamiento de aves

Antes de internarse en la selva hay que embadurnarse de repelente para evitar ser el almuerzo de los zancudos. Como precaución adicional, úntese Vick Vaporub en los tobillos, detrás de las rodillas y en la cintura. El plan es ver aves y quienes se animen deben vestirse con botas de caucho ojalá casi hasta las rodillas. A estas también vale la pena echarles Vick Vaporub a la altura de los tobillos y en los bordes.

De vuelta a San Vicente del Caguán visitamos la fábrica de lácteos La Caqueteña, una empresa local que genera 30 empleos directos y en la que se produce quesos tan bien elaborados que se consumen en los restaurantes de los hermanos Rausch.

*Periodista de viajes.