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¿Por qué ver cine francés?

No hay una cinematografía más universal, diversa y vigente que la francesa. Esto se puede advertir en un ciclo que organiza Cine Colombia con ocho de sus grandes clásicos.

15 de abril de 2017

En Colombia algunos tal vez las vieron en festivales, cineclubes o cinematecas. Otros, en los descontinuados formatos beta o VHS, pero nadie como ahora: restauradas y digitalizadas. Así los espectadores podrán ver ocho grandes clásicos del cine francés, en un ciclo organizado por Cine Colombia que comenzó el pasado 9 de abril y se extenderá hasta el próximo 9 de julio. Siempre los domingos al mediodía.

La programación ofrece películas que van desde los años treinta hasta los sesenta: Cero en conducta (1933), de Jean Vigo; Los niños del paraíso (1945), de Marcel Carné; Día de fiesta (1949), de Jacques Tati; Los 400 golpes (1949), de François Truffaut; Pickpocket (1959), de Robert Bresson; Los ojos sin rostro (1960), de Georges Franju; Los paraguas de Cherburgo (1964), de Jacques Demy; y Pierrot el loco (1965), de Jean-Luc Godard.

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Todos esos títulos ocupan un lugar preponderante en la historia del cine. A raíz de este ciclo, SEMANA se pregunta ¿por qué ver el cine de los franceses?

Inventaron el cine

Los hermanos Lumière concibieron el cinematógrafo, una máquina que además de registrarlas podía proyectar en grandes espacios las imágenes. El 28 de diciembre de 1895 exhibieron en un café un corto documental que sería la primera película en la historia del cine: La salida de los obreros de una fábrica (foto). Sin embargo, con el paso de los meses, el público empezó a aburrirse de ver filmes en los que no ocurría nada extraordinario. Todo cambió siete años después con el estreno de Viaje a la luna, de George Mèliés, la primera cinta de ficción con efectos especiales incluidos. El crítico Julián David Correa dice: “Esta película reveló que no solo se podía explorar la realidad, sino también los sueños”.

Son revolucionarios “Si el escritor escribe con una pluma o un bolígrafo, el director escribe con la cámara”. Bajo esta consigna nació la Nueva Ola (la Nouvelle Vague), un movimiento surgido hacia finales de los años cincuenta que, además de romper con el cine establecido en su país, les apuntó a las libertades: no solo de expresión y narración, sino técnica (iluminación natural y el uso de formatos de 16 y 8 milímetros), donde el bajo costo de las producciones era casi ley. Le dio vida al cine de autor, en el que el director controlaba creativamente toda la obra. También inauguró el procedimiento de rodar con cámara al hombro, la espontaneidad y la presencia de actores novatos. Dentro del cine de ciclo francés se podrá ver Los 400 golpes, de François Truffaut, una de las películas insignes de este movimiento.

La tradición pesa

El amor por el cine francés lleva a algunos a afirmar que tiene la mejor fotografía, los mejores diálogos, los mejores actores. Aunque esta afirmación es muy categórica, y no es posible soslayar lo que hacen otros países, es innegable que la cultura francesa es excelsa en arte, literatura y dramaturgia, por lo que su influencia en el cine es incuestionable. Y, como dice el crítico Pedro Adrián Zuluaga, es apenas lo normal dentro de una cultura rica donde la tradición pesa tanto, aunque nunca se queda quieta o fosilizada. Ante el estigma popular según el cual el cine francés es aburrido y lento, Zuluaga responde: “Un estigma se rompe al conocer más y al confrontar los prejuicios con los hechos. En este caso, hay que ver más cine francés, para conocer su extraordinaria variedad”. En la imagen el actor Martin LaSalle en Pickpocket (foto).

Muy cosmopolita

Los franceses aman al cine y les encaja mejor que a nadie la palabra cinéfilos. Como dice el realizador y guionista Jacques Toulemonde, “les gusta ver que están haciendo los demás en el resto del mundo y, en el caso de los directores, lo incorporan sin problema a su cinematografía”. Lo demuestran cientos de coproducciones que hacen con países de diferentes continentes, como con Irán (El cliente), Malí (Timbuktú), Colombia (Anna) y otros países de Europa, como Italia en el caso de Pierrot, el loco (Pierrot le fou), que forma parte del ciclo. De ahí también que la diversidad cultural casi siempre esté presente en sus películas. El cine francés no es francés, es de todo el mundo.

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Tiene buen humor

En este género el cine francés se caracteriza por la sátira y la burla en la que muy pocos estamentos salen bien librados. Su gran influencia viene de la Comedia Francesa y del teatro de vodevil (mezcla de musical y de comedia entre picante y sutil). Entre sus grandes exponentes están, en diferentes épocas, Max Linder, Louis de Funes, Pierre Richard y Jacques Tati, de quien se podrá ver en el ciclo Día de fiesta (Jour de fête). Manuel Kalmanovitz, crítico de SEMANA, reseña que la obra de Tati se caracteriza por su humor refinado, fiscalizador y alejado de cualquier tipo de chabacanería. Temas como la urbanización desmesurada y la esclavitud por el carro inspiraban su sarcasmo.

Un cine negro diferente

Aunque el Film Noir es propio del cine estadounidense (como las películas de Humphrey Bogart), los franceses forjaron grandes historias de hampa y desarraigo en medio de la posguerra, conflictos sociales, políticos y coloniales. Según explica el analista Arnaldo Nozal, “la gran diferencia con el norteamericano es que la figura del delincuente es a veces equiparada a la del policía, sin buenos ni malos”. Según él, así comienza una nueva corriente del cine policíaco, visiblemente distinta, mucho más detallista y cercana a la realidad. Se destacan realizadores como Jean Renoir, Jean-Pierre Melville (director de El samurái, protagonizada por Alain Delon), o Jules Dassin.

Mucha humanidad

El crítico Juan Carlos González dice que el cine francés está construido a escala humana, es decir, que la humanidad es su razón de ser. Su estilo es transparente, importa menos la forma que la narración. “Sus relatos son, por lo general, dramas en los que es más fácil verse”, afirma González. Una película paradigmática de las relaciones humanas es la comedia La regla del juego, de Jean Renoir, que marca la brecha entre la clase alta y la baja, un juego entre patrones y servidumbre, que tiene como propósito mostrar las apariencias, la doble moral y la mediocridad de la sociedad de la preguerra.

Por sus números

En los siempre chocantes escalafones, el cine francés siempre aparece bien representado en los listados de las mejores películas de los tiempos. En el listado del crítico John Kobal aparecen producciones como La regla del juego (1939), de Jean Renoir, que, según él, es la segunda mejor después de El ciudadano Kane (1941). Una más de Renoir en el listado es La gran ilusión (1937) y también aparecen, entre otras, Jules y Jim (1961), de François Truffaut; Napoleón, de Abel Gance; Hiroshima mon amour (1959), de Alain Resnais, y

L’ Atalante (1934), de Jean Vigo. En el ciclo aparecen dos películas catalogadas entre las 100 mejores: Cero en conducta (1933), de Vigo, y Los niños del paraíso (1945), de Marcel Carné, en la foto.

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Bien respaldado

El cine francés es patrimonio. Y se protege con subsidios que recibe por un impuesto que se paga cuando se compra una boleta para el cine o por obtener un porcentaje de las ganancias de las cadenas de televisión. Además, la ley francesa ordena que el 40 por ciento de la programación de los canales sea nacional, 20 por ciento europea y el resto extranjera. “Al tener un apoyo decidido del Estado, el cine francés goza de buena salud, pues está sacando autores nuevos y nuevas figuras todo el tiempo”, dice el crítico Samuel Castro. En la imagen Los paraguas de Cherburgo (1964), de Jacques Demy, protagonizada por Catherine Deneuve y Nino Castelnuovo. n