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Le Corbusier vino cinco veces a Colombia. En febrero de 1950, durante su cuarto viaje, visitó el occidente de Bogotá. De izquierda a derecha: Paul Lester Wiener, Josep Lluis Sert, Le Corbussier y Carlos Arbeláez Camacho

URBANISMO

El regreso de un genio incomprendido

Sesenta años después de que 'Le Corbusier' presentó su plan urbanístico para Bogotá, dos exposiciones desmontan los mitos del arquitecto y muestran la actualidad de su propuesta.

24 de abril de 2010

Pocas figuras tan controvertidas y tan influyentes en la historia urbanística del país como la de Charles-Édouard Jeanneret-Gris, más conocido como Le Corbusier. El legendario arquitecto suizo fue el pionero del urbanismo del siglo XX, uno de los exponentes de la arquitectura moderna y el estilo internacional, y diseñó más de 20 ciudades en el mundo. Se sabe que vino cinco veces a Colombia, que diseñó un plan de urbanización para Bogotá y que se fue sin haber realizado nada y en medio de una agria polémica protagonizada por dos bandos. De un lado, el de los académicos y arquitectos, para quienes su plan era la única manera de poner en marcha el crecimiento ordenado de una ciudad que apenas se enfrentaba a los retos de la modernidad. Y del otro, el de los dueños de las tierras, los políticos y los especuladores de la construcción, quienes decían que el proyecto era una chifladura. Cuando Josep Lluis Sert y Paul Lester Wiener, los encargados de hacer del plan una realidad, presentaron su propuesta, el general Gustavo Rojas Pinilla, que ya había asumido el poder, los ignoró. Los planos se archivaron, el plan quedó en el olvido y su ideólogo como un loco que no conocía las necesidades del país.

La semana pasada, 60 años después de que Le Corbusier entregó su Plan Director a la ciudad -que debía regir los lineamientos de crecimiento y desarrollo de Bogotá durante los siguientes 50 años-, se inauguraron simultáneamente las exposiciones Le Corbusier. Plan Director: 1947-1951, en la Casa de Moneda, y La ciudad, en el Museo de Bogotá. Se trata de planos, fotografías, recortes de prensa, diarios y bocetos, muchos nunca antes vistos, que narran la historia del controvertido plan. Su objetivo es desmontar los mitos que siguen rondando la figura del arquitecto, hacer una relectura de sus planes de urbanismo y mostrar que lejos de ser un iluso, se anticipó a gran parte de las discusiones que se adelantan hoy sobre la ciudad.

Según Ricardo Daza, uno de los arquitectos encargados de la exposición, la figura de Le Corbusier "ha sido mal comprendida por algunos sectores de la academia y la arquitectura. Siempre se creyó que lo suyo era hacer una 'tabula rasa' con la tradición. Y mientras sus propuestas sí eran innovadoras, en ningún momento pretenden romper con ella. Le Corbusier reinterpreta esa tradición". Lo que dice quizá sea más evidente en los planos del Centro Cívico -los mismos que durante décadas lo han hecho acreedor de la mala fama de ser el hombre que quiso tumbar La Candelaria-. En ellos, la carrera séptima debía convertirse en un paseo comercial. La Plaza de Bolívar estaba ubicada donde ha estado desde tiempos de la Colonia y las nueve manzanas "fundacionales" o "arqueológicas", como él las llamó, debían mantenerse, al igual que monumentos nacionales como el edificio de la Gobernación y las iglesias que estaban por fuera de esa zona, como la de Santa Clara, La Concepción, San Francisco, La Orden Tercera.

Desde un principio, la tarea que se propuso Le Corbusier no fue fácil. La Bogotá que conoció en su primer viaje en 1947 era una pequeña ciudad de escasos 600.000 habitantes que iba de los cerros hasta la carrera 30, de oriente a occidente, y, de norte a sur, desde la avenida Primero de Mayo hasta la entonces hacienda El Chicó. Apenas estaban comenzando las obras de la carrera 10 y la avenida Caracas, y estaban apareciendo los primeros barrios de invasión. Un año después, para su segunda visita, Bogotá era otra. Después del 9 de abril, el centro había quedado en ruinas, el sistema de tranvías destrozado, sus principales monumentos vandalizados, y en los siguientes años la desordenada migración del campo a la ciudad cambiaría la geografía de la ciudad de manera alarmante. Más que necesario, un plan de ordenamiento era urgente. Había que reconstruir.

En 1948, la revista Pórtico de Medellín explicaba el Plan Regulador y definía el "caos urbano actual" de la siguiente manera: "El alejamiento de las zonas destinadas a trabajo, lo que se traduce en la pérdida anual de horas útiles en transporte. La circulación, tanto de los vehículos como de los peatones, se hace por una misma vía... En general las calles son estrechas para el volumen de tráfico. Necesariamente tienen que convertirse en estacionamientos". Las coincidencias con las recientes discusiones sobre movilidad son innegables. Lo mismo ocurre con los debates sobre espacio público: "Los parques o lugares de recreo quedan definitivamente en los sectores centrales menos apropiados para tal fin. La dispersión de las zonas de esparcimiento y de las áreas verdes de la ciudad es notoria, y los lugares destinados a ello no cuentan con el acondicionamiento necesario y no son más que terrenos que no se han construido". En pocas palabras, los problemas que enfrentaba entonces la ciudad eran los mismos que han ocupado las últimas tres alcaldías.

Pero nada de lo que hizo Le Corbusier en Bogotá quedó para la posteridad. Ni siquiera las residencias Antonio Nariño, que se le atribuyen comúnmente, fueron diseñadas por él, como cuenta María Cecilia O' Byrne, profesora de Arquitectura Moderna de la Universidad de Los Andes y una de las curadoras de las muestras. Sin embargo, la siguiente generación de arquitectos colombianos -'el Chuli' Martínez, Guillermo Bermúdez, Rogelio Salmona y Germán Samper- adoptaría sus enseñanzas y las realizarían en mayor o menor grado en sus edificios o en el diseño de barrios como El Polo o Niza. Más aún, las huellas de su pensamiento son evidentes en el Plan de Ordenamiento Territorial de 2000, cuya estructura ecológica de parques lineales se basa en los planos de integración regional que Le Corbusier diseñó hace más de medio siglo. En ellos, el arquitecto veía la sabana como una red de ríos, humedales y zonas verdes que se conectaban con los cerros.

En diversos momentos de ambas exposiciones es imposible no preguntarse qué habría ocurrido si se hubiera instaurado el controvertido Plan de Le Corbusier. Una pregunta engañosa y basada en un supuesto, pero cuyo propósito es reflexionar hoy sobre los problemas de la ciudad. ¿Estarían el Distrito y la Gobernación discutiendo la importancia del aeropuerto de Bogotá para la región si se hubiera construido una 'aerópolis' en Siberia, como lo quiso el suizo? ¿Habría debate sobre la viabilidad del tren de cercanías, sobre si la ciudad debe urbanizarse hacia el norte y sobre la interconexión de Bogotá con las ciudades y pueblos de la sabana? ¿Por qué solo 50 años después se entendió que la geografía de Bogotá funciona como una red ecológica?

El Plan de Le Corbusier, sin embargo, no se puede realizar hoy. Al menos, no en los términos en los que estaba planteado. Y no es para darse golpes de pecho. Si algo queda claro después de visitar Le Corbusier. Plan Director: 1947-1951 es, como dice O' Byrne, que "podemos seguir soñando que Bogotá es una ciudad posible".