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Anne Louyot es comisaria General del Año Colombia - Francia. | Foto: Guillermo Torres

ENTREVISTA

“El dolor es la única manera de vivir en otros países porque siempre extrañas”

Semana.com conversó con la diplomática francesa Anne Louyot sobre su vida y la experiencia de vivir en naciones tan distintas como Rusia, Brasil y Colombia.

26 de abril de 2017

La mayoria de mujeres que son esposas de diplomaticos deciden renunciar a sus trabajos para acompañar a sus parejas a las misiones en varios países. Aquellas que también han hecho la carrera diplomática también suelen dejar de lado su profesión para impulsar el trabajo de sus esposos. No es el caso de Anne Louyot, comisaria general del Año Colombia - Francia. 

Anne nos recibió en el jardín de la casa de la embajada de Francia. Estaba fumando un cigarrillo. Vestía un pantalón beige, un blazer con un estampado de rayas púrpuras y una pañoleta café cubría su cuello. La tarde era tan soleada que el pasto se veía más verde de lo normal.

— ¿De qué se va a tratar la entrevista?— preguntó Anne. 

— Queremos hacer una entrevista, pero desde algo más personal, nos interesa mucho su labor como comisaria y como esposa de Jean-Marc Laforêt, el embajador de Francia…

— Mi trabajo no tiene nada que ver con el de mi esposo— dijo Anne con un gesto de incomodidad, casi molestia. Ya nos habían dicho que no le gusta que la reconozcan por ser esposa del embajador, sino por su trabajo. Parece que no es un buen comienzo.

En una de las salas de la casa de la embajada entra la luz de la tarde por la ventana y los muebles de madera se ven mucho más cálidos.

Anne nació en Metz, Francia, hace 53 años. Estudió Ciencias Políticas en el Instituto de Ciencias Políticas de Estrasburgo. En 1989 inició la carrera diplomática para entrar al Ministerio de Relaciones Exteriores. Su especialización fue sobre países de Europa del Este. Después, poco a poco, se involucró con la diplomacia cultural. Por eso, también decidió estudiar Historia del arte.

— ¿De dónde viene su interés por la diplomacia?

— Mi papá, Michel Louyot, era profesor de francés de nuestro país. Gracias a él viví toda mi infancia en Europa del Este y conocí varias naciones: Rumania, Hungría, Unión Soviética, Checoslovaquia, Polonia, Berlín… Siempre me gustó mucho ir y venir entre las culturas. Desde entonces pienso que un ser es completo solamente si deja entrar en su vida saberes de otros lugares. La cultura no tiene fronteras y no puede ser reducida a su propio territorio; ésta solamente vive si tiene relaciones con otras culturas. Pienso que mi familia me preparó para esto.

Al inicio de su carrera diplomática, Anne trabajó en el Departamento Cultural del Ministerio de Relaciones Exteriores. Cooperó con los países del este del viejo continente que entrarían a la Unión Europea. Después, trabajó en el Fondo de Apoyo a la Diversidad Cultural y desde entonces no ha cesado de apoyar procesos culturales.

"La cultura en la Unión Soviética tenía un papel muy importante; compensaba lo que hacía falta (...) Cualquier taxista podía declamar un poema de Pushkin o de Lérmontov. Esto no lo vi en ningún otro país".

— ¿Cómo es eso de estar en varios países?

— Uno puede viajar pero tener siempre la misma vida; hacer las mismas actividades y limitarse a relacionarse con funcionarios y diplomáticos. Pero yo pienso que cuando uno vive en otro país debe correr el riesgo de sufrir el viaje, de extrañar a familiares y amigos, y relacionarse con otras personas diferentes. El dolor es la única manera de vivir en otros países porque siempre extrañas. Siempre es difícil salir. Pero es muy enriquecedor; aprendes un idioma, las maneras de relacionarse, las costumbres, los sabores… Por ejemplo, cuando salga de Colombia voy a extrañar mucho el pan de yuca…

Anne suelta una carcajada cada tanto, mueve su cabeza hacia atrás, cierra sus ojos que no se sabe si son azules o verdes, son casi tan claros como su piel, su cabello castaño, como es tan corto, no se mueve.

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— ¿Cómo fue la experiencia de vivir su infancia en la Unión Soviética?

— Fue en los años 70 cuando mi papá era profesor en ese país. La vida en esa época no era nada fácil, vivimos en una república de estudiantes porque el gobierno soviético lo decidió así. Recuerdo que las condiciones de vida eran muy duras, sobre todo para mi mamá, Marie-Jeanne Louyot, quien era la que tenía que hacer filas larguísimas para comprar cualquier cosa. Estudié en la escuela soviética y mis amigos eran los soviéticos. Aunque fue difícil, fue maravilloso, los rusos son personas muy abiertas, generosas y muy apasionadas.

— ¿Qué la sorprendió de los soviéticos cuando era niña?

— Recuerdo que la cultura en la Unión Soviética tenía un papel muy importante; compensaba lo que hacía falta, era un aliciente para los problemas de la vida cotidiana. La gente leía mucho. Cualquier taxista podía declamar un poema de Pushkin o de Lérmontov. Esto no lo vi en ningún otro país.

—También estuvo allá en el proceso de la Perestroika…

— En los años 80 volví para estudiar ruso y prepararme para el concurso de la carrera diplomática. Hice una pasantía con el Ministerio de Relaciones Exteriores y fue muy interesante porque viví esta ruptura completa, me encantó acompañar este momento histórico de Rusia.

— Y vuelve una tercera vez…

— Sí, a inicio de los 90 mi esposo y yo fuimos enviados para trabajar en la Embajada de Francia en Rusia. Yo estaba encargada del estudio de la sociedad y de los cambios que generaba la Perestroika.

¿Cuál fue su labor en ese momento?

— El embajador quería tener información sobre los sindicatos de las minas del país. Por eso me envió a una ciudad que se llama Kémerovo, donde hay varias comunidades mineras. Recuerdo que en esa ciudad había muchas dificultades sociales con los cambios. Me pareció una región muy abandonada, con una situación muy distinta a la de Moscú. Era fascinante y a la vez duro ver que había gente que no tenía idea de la nueva situación del país. Ellos vivían como si la URSS todavía existiera. Esa experiencia me permitió ver que en cada país los cambios, desde el punto de vista cronológico, se dan de forma distinta.

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"Es verdad que en la mayoría de los casos es la mujer la que pone su carrera entre paréntesis, como yo lo hice durante seis años".

¿Cómo fue descubrir América Latina con Brasil?

— Con mi esposo, con el que llevo 25 años de casada, siempre quisimos trabajar en la misma embajada y en Brasil había dos puestos. Brasil me encantó, fue mi primer trabajo fuera de Europa y por eso le tengo un cariño especial. Hace 23 años, en Brasilia, nació Alice, nuestra primera hija, que es un gran recuerdo… La calidez de los brasileños es algo que no olvidaré.

— Le gustó tanto que escribió un libro que en español está titulado Brasil en movimiento

— Viví en Sao Paulo entre 2001 y 2005. Una editorial estaba buscando a alguien que pudiera describir la ciudad, pero no desde lo arquitectónico, sino desde lo humano. Entonces entrevisté a 20 personas diferentes de esa ciudad. Entre ellos estaban la alcaldesa de la ciudad, Marta Suplicy; una mujer que se ocupaba de los niños de una favela; una persona que organizaba proyectos con los jóvenes que hacían skateboard; Osgemeos, dos gemelos que hacen murales extraordinarios; hablé también con un arquitecto, con un director de centro cultural, con un chef… Quería mostrar que es la gente la que le da vida a una ciudad, más que los monumentos.

— ¿Los hijos es un reto para los diplomáticos, cómo lo han manejado ustedes?

— Los franceses tenemos la suerte de que en la mayoría de los países hay un colegio francés, donde siguen exactamente el mismo programa que cualquier colegio en Francia. Por eso es muy fácil salir de un país y llegar al otro con los niños.

— Puede parecer tonto, pero para los adolescentes dejar a sus amigos no es tan fácil…

— No es tonto. Es un problema real de todas las edades en la vida diplomática. Yo lo sufría siempre. Lo que hacíamos es que volvíamos por temporadas a Francia para que nuestras hijas, Alice y Clémence, que nació en París hace 20 años, tuvieran identidad, para que supieran de dónde son. Y una ventaja en este tiempo es que las redes sociales hacen que ellas nunca se desconecten, el territorio virtual no tiene fronteras. En mi época sí era difícil, uno decía adiós para siempre.

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— Cuando llega a Venezuela, se toma una licencia y decide estudiar fotografía. ¿Cómo fue esto?

— Mi esposo obtuvo por primera vez el cargo de embajador en Venezuela, y para mí fue muy difícil trabajar en la embajada. Entonces pedí una licencia no remunerada, y aproveché para formarme en fotografía, que siempre había sido un sueño. Después de cuatro años, me gradué del Centro Internacional de Estudios Fotográficos, CiEF, cuyo director es José Ramírez, un excelente fotógrafo. Fue maravilloso porque para mí la fotografía tiene el mismo objetivo que la diplomacia, que es conocer mejor al otro.

—  En las parejas de diplomáticos casi siempre hay uno que debe renunciar a la carrera, ya que los Ministerios de Relaciones Exteriores no permiten que trabajen esposos en la misma embajada, ¿cuál es su opinión de esta problemática?

—Es un verdadero problema, pero no es el caso de Francia. En mi país no está prohibido que un matrimonio trabaje en la misma embajada. Con mi esposo trabajamos juntos en la embajada de Brasil y de Moscú. Pero cuando fue nombrado embajador no tuve que renunciar sino pedir una licencia. Para mi fue importante porque pude desarrollar otra pasión que es la fotografía, pero no es fácil. Es verdad que en la mayoría de los casos es la mujer la que pone su carrera entre paréntesis, como yo lo hice durante seis años. Mi esposo me dice ‘cuando te toque ser embajadora yo voy a dejar de trabajar’. Espero que cumpla, le voy a mostrar este artículo— Anne vuelve a reír—.

— ¿Cómo se podría mejorar este fenómeno?

— Tenemos un caso en Croacia, donde Philippe Meunier y Corinne Bruno, que son esposos, se turnan el cargo de embajador. Cada seis meses el esposo es el embajador y en el semestre siguiente la esposa es la embajadora. Pienso que los gobiernos tienen una responsabilidad de promover el trabajo de las mujeres en estos cargos. Pero pienso que las mujeres también debemos luchar, porque si aceptamos siempre trabajar para promover la carrera de nuestro esposo y nunca para promover la nuestra, no vamos a llegar muy lejos. Yo soy feminista y pienso que tenemos que luchar para defender nuestro lugar en la sociedad. Es verdad que somos víctimas del sistema, pero también somos responsables de no luchar para ganar nuestro espacio.

Anne vive en Francia pero viaja constantemente a Colombia. Cuando está en París, trabaja de noche con los colombianos, y cuando está en alguna ciudad de Colombia empieza su día muy temprano para responderle a su equipo en Francia. “Ser comisario es hacer de todo. Siento que soy como las antiguas telefonistas que ponían la ficha en un sitio y oprimían botones para que las personas se pudieran comunicar. Es hacer los enlaces suficientes y resolver varios asuntos para que todo funcione”, explicó.

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¿Qué hace cuando le quedan tiempo libre?

— Leo. He estado leyendo literatura infantil para estar preparada para la Filbo, donde Francia es el invitado de honor. Estoy leyendo Simple, una historia sobre la muerte, la enfermedad, la orientación sexual, el problema de la moral. Simple, de Marie-Aude Murail, trata de un joven que tiene un hermano mayor discapacitado. La mamá murió y el papá se casó de nuevo y puso a su hijo en un hospital donde lo tratan mal. El menor quiere ayudar a su hermano pero es muy difícil. Me parece interesante porque muchos niños tienen hermanos con necesidades especiales y pasan por sentimientos como culpa, vergüenza, miedo. En este libro uno entiende que esos sentimientos nos hacen humanos.

Al final, Anne hizo un recuento del año Colombia - Francia. Recordó cada actividad y a cada persona que ayudó a que su país se pudiera mostrar en Colombia. Después de mitad de año será el turno de mostrar a Colombia en el país galo. Fuimos al comedor donde estaban estudiantes de cocina del Sena preparando una comida de esa noche. Anné nos los presentó. Después miró el reloj, iban a ser las cuatro de la tarde, salió disparada de la casa. Tenía otra cita.